Félix Sentmenat

Orantes. De la barraca al podio


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protagonizada por Vilas y Borg fue instaurar el revés liftado. Atacar el revés de tu rival y subir a la red, en los tiempos en los que solo se utilizaba el revés cortado, ofrecía una garantía muy alta de anotarse el punto. Con la aportación del revés liftado, que enseguida adoptaron una buena proporción de profesionales de la época, aquello ya no se sostenía.

      “Vilas y Borg fueron un poco los creadores del juego moderno. Antes, si te fijas en cómo jugaba Nastase, cómo jugaba Panatta, Stan Smith o yo, todos éramos distintos. Unos eran de una manera y otros de otra, unos tenían unas cualidades, otros otras. Pero Borg y Vilas no, en ellos lo primordial era lo físico, la consistencia y la fuerza”. Llegados a este punto, Manuel manifiesta un cierto orgullo al añadir: “Y era curioso porque a ellos les preguntaban y reconocían que el jugador con el que menos les gustaba jugar era conmigo. Porque les sacaba de su táctica, me metía más adentro, y como tenía buenos toques, a la segunda les traía a la red, no les dejaba imponer su juego de desgaste con peloteos largos. Lo pasaban mal porque yo les imponía el ritmo que no les gustaba, subían más a la red que nunca…”, concluye sin reprimir su risa bonachona.

      Al principio del relato incidimos en la recuperación física como una de las claves que permitió a Orantes protagonizar la remontada que nos ocupa. Y apuntamos también que en esa semifinal ante Vilas el aspecto psicológico fue igual de determinante que el físico. La historia se remonta a un año antes, concretamente a julio de 1974. El origen fue la precipitada ruptura entre Orantes y la que por entonces era su habitual pareja de dobles, el jugador del Real Club de Tenis Barcelona (RCTB), Antonio Muñoz. En aquella época el ranking era global y se establecía sumando los puntos de individual y de dobles, lo que implicaba que todo el mundo jugaba ambas disciplinas. “Yo hacía pareja con Antonio, que jugaba muy bien. Y era importante, porque entonces yo luchaba por los primeros puestos. Y cuando llegué a Wimbledon, me enteré de que Antonio no venía. Traté de convencerle haciéndole ver que teníamos posibilidades de llegar lejos, pero él se negó porque no había accedido al cuadro de la prueba individual”.

      Aquel desencuentro supuso la ruptura de la pareja. “Entonces dejé de jugar con él y me puse a jugar con Vilas. Y lo cierto es que nos fue bastante bien porque en apenas seis meses ganamos el torneo de Buenos Aires y llegamos a la final del Godó, en la que caímos ante Nastase y mi amigo Joan Gisbert”. Si Orantes optó por jugar el dobles con Vilas tras su desavenencia con Antonio Muñoz fue porque el argentino era uno de los tenistas con los que mejor se llevaba del circuito. Pero en pocos meses esa excelente relación personal se estropeó a raíz de varios episodios.

      Para entender lo que sucedió entonces conviene recordar que Vilas es tres años y medio menor que Orantes. Cuando en junio de aquel verano de 1974 empezaron a jugar el dobles juntos, el granadino era el décimo en el ranking ATP, había alcanzado el segundo puesto a mediados de 1973 y sumaba ya 11 títulos. Por su parte, Vilas, que tan solo había sumado uno de los 62 títulos que alzó a lo largo de toda su carrera, era el 23.º del ranking ATP. Por tanto, en el instante preciso en que se formó la pareja, el bueno era Orantes. Vilas aceptó la propuesta de Manuel, encantado de que alguien consagrado en las primeras posiciones del circuito le diera la oportunidad de jugar con él. “Entonces yo era mejor que él, y él me tenía más respeto. Para él era un placer jugar conmigo porque yo le ayudaba a conseguir muchos puntos para su ranking individual”. Pero justo después de estrenarse como pareja de Orantes en Wimbledon, Vilas entró en una racha sensacional de victorias. En esa segunda mitad de 1974, desde que en el mes de julio se impuso en el torneo de Gstaad, sumó nada menos que siete títulos, catapultándose al quinto puesto del ranking ATP al concluir la temporada.

      Tras conquistar sobre tierra los torneos de Gstaad, Hilversum, Louisville, Montreal, Teherán y Buenos Aires, Vilas remató la temporada con uno de los mayores logros de su carrera, la victoria sobre hierba en el Masters de Australia. Pese a no ser para nada un especialista en esa superficie, el argentino protagonizó una actuación impecable ante los otros siete mejores jugadores de la temporada: no perdió ningún partido y derrotó a tenistas tan ilustres como John Newcombe y Björn Borg en la fase de grupos, Raúl Ramírez en las semifinales, y en la final a Ilie Nastase con un marcador que habla por sí solo del enorme partido que disputaron para dirimir el nombre del maestro de 1974: 7-6 6-2 3-6 3-6 6-4.

      Aquel intenso periodo de victorias modificó la mentalidad de Vilas. De pronto, en menos de medio año, se vio encumbrado a los altares por la pasión desbocada del pueblo argentino. Cualquiera que haya viajado por Sudamérica habrá comprobado que los argentinos comparten con los italianos el germen latino de la pasión. No es casualidad: entre 1870 y 1960, unos tres millones de italianos emigraron a Argentina, convirtiendo a los descendientes de Italia en la principal comunidad europea del país, por delante incluso de la española. Ambos pueblos se expresan con una alegre entonación cantarina. Ambos se caracterizan por vivir la vida a fondo. Por disfrutarla con mucha intensidad. Con mucho sentimiento. Esa apasionada genética latina contribuyó al fulgurante endiosamiento de Vilas.

      El fenómeno Vilas fue aún mayor debido a la situación compleja que vivía el país. La sociedad argentina, inmersa en una crisis social, económica y política que en 1976 desembocaría en el golpe militar del general Jorge Rafael Videla, era especialista en subsistir a aquellas desgracias entregándose a una de sus patologías endémicas: la mitomanía. Fue como si se pusieran de acuerdo en purgar sus miserias proyectando toda esa frustración hacia algo saludable y positivo como venerar a sus ídolos deportivos. En esas circunstancias, que a sus 22 años Vilas fuera devorado por el éxito fue algo lógico y comprensible.

      Años más tarde, ese fenómeno de simbiosis entre la pasión del pueblo argentino y un deportista con un perfil psicológico propenso a la adulación volvería a reproducirse, aun a mayor escala, en la figura del malogrado Diego Armando Maradona. Pero esa es otra historia.

      Así recuerda Orantes la transformación de Vilas: “En aquella época él empezó a crecerse, a subírsele a la cabeza el éxito, sobre todo a raíz de esa victoria en el Masters, en hierba y en Australia. Pero antes ya tuvimos un problema”. La primera semana de noviembre de aquel año 1974 ambos disputaron el torneo de Suecia, en Estocolmo. En el posterior vuelo hacia Argentina, Orantes le comentó que, tras la disputa del torneo de Buenos Aires, dudaba si regresar a Barcelona para entrenar en hierba durante la semana de descanso previa al Masters de Australia. “Él me dijo: ‘No, no, no, aquí tenemos una pista de hierba, ¿por qué no te quedas aquí entrenando conmigo?’”. De modo que Orantes aceptó de buen grado y decidió permanecer en Buenos Aires. A todas estas, la semana en la capital argentina fue muy intensa para los dos. Se impusieron en la prueba de dobles y en el cuadro individual ambos alcanzaron la final, que ganó Vilas en cuatro sets, 6-3, 0-6, 7-5, 6-2, para deleite del público local, que vio a su jugador predilecto defender con éxito el que un año antes fuera su primer título profesional.

      Durante el torneo Manuel confiesa que empezó a ver poco a su pareja tenística. Hasta el punto de que cuando tenían que jugar ni siquiera iba al vestuario a cambiarse. Entonces le dijo: “Ostras, Guillermo ¿dónde te metes?”. La respuesta de Vilas fue la siguiente: “Es que aquí me han puesto un vestuario a mí solo, debajo del estadio, ¿por qué no vienes a cambiarte conmigo?”. Así que Manuel fue un día. “En el vestuario privado que le habían montado tenía una cama para dormir, y tocaba ahí la guitarra”. Una vez disputadas las finales, teniendo en cuenta que Vilas le había invitado a quedarse en Buenos Aires durante la semana de descanso previa al Masters de Australia, Orantes le dijo: “Llámame mañana para quedar para entrenar en la pista de hierba”. Vilas, por supuesto, accedió a llamarle. “Pero bueno, resulta que el lunes no me llama, el martes no me llama, el miércoles no me llama… Incluso en el hotel pregunté dónde estaba la embajada española para conseguir el visado para viajar a Australia, y menos mal que me conocieron y me ayudaron y me lo dieron muy rápido…”.

      Hasta el sábado en que nos encontramos en el aeropuerto. Y le digo ‘Hombre, Guillermo, me has tenido toda la semana aquí, me he quedado en Buenos Aires para entrenar contigo en hierba y ni siquiera me has llamado’…”. A lo que Vilas respondió: “‘Ah, es que aquí yo soy muy famoso, no puedo salir porque me acosan por la calle”. Quedaba claro que el éxito distorsionaba su percepción