Félix Sentmenat

Orantes. De la barraca al podio


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el tenis se lleva el partido el más entero. El que más puede a nivel técnico, físico y, sobre todo, mental. El que más se lo cree en esta lucha constante entre dos fuerzas: la desafección que te aleja de la victoria y el entusiasmo que actúa como un imán cuando te acercas a ella. Sin embargo, ese imán está custodiado por un celador implacable, el punto de partido. La frontera entre la vida y la muerte está en el match-ball, el instante crucial que define el destino de los tenistas.

      Más de cuatro décadas son mucho tiempo, pero Manuel sigue conservando recuerdos nítidos de aquellos instantes decisivos de su carrera. Eso, sin la ayuda de las cámaras porque, como él mismo confiesa, “intenté conseguir la película y no lo logré”. Aún así, la memoria selectiva, especialista en retener con precisión los momentos definitivos de nuestras biografías, le permite hablar de aquello como si hubiera ocurrido semanas antes: “Los dos primeros match-balls, con el marcador en 6-4, 6-1, 2-6, 5-0 y 15-40, fueron dos puntos muy buenos. Recuerdo que en el primero le sorprendí subiendo a la red con el segundo servicio y, como no se lo esperaba, pude acabar el punto con una volea sencilla. En el segundo match-ball también finalicé el punto en la red. Y aún tuvo otro más en ese juego del 5-0, que salvé con un smash”.

      • Orantes espera la bola colocándose de revés, en una foto publicitaria para promocionar el polo Fred Perry y la raqueta Wilson (1970). | Cortesía de Manuel Orantes

      Orantes revive aquellos momentos sin disimular la satisfacción que todavía le producen: “En el siguiente juego también tuvo otros dos puntos de partido, sacando él. Recuerdo que uno lo gané con una dejada y otro con un approach a la línea. La mayoría de los match-balls fueron puntos muy disputados y los jugué muy bien, asumiendo riesgos y siendo valiente. Se los gané y eso me animó para decirme, ‘te voy a hacer trabajar’. Y en efecto le remonté ese cuarto set desde el 0-5 hasta el 7-5”. Levantar cinco match-balls en dos juegos consecutivos es algo insólito. Más aún si sucede en una semifinal de un torneo grande. Pero el hecho de que fueran, además, puntos de mucho nivel hizo que el logro fuera aún más meritorio. Resultó, por ello, aun más determinante para decantar la balanza psicológica a favor de Manuel.

      El tenis ofrece un duelo entre dos personas que se encuentran solas en la pista, aisladas de toda ayuda exterior y expuestas únicamente al torrente de emociones y pensamientos que les asaltan. Dos personas cuyo rendimiento final depende en gran medida de su fortaleza mental. Se parece mucho, en ese sentido, al ajedrez. Al mostrar tanta entereza en los puntos de partido, al domar con tanto temple los nervios y mantenerse impecable ante el vértigo de la derrota, Manuel se impuso en la mayor de las batallas, la psicológica. Sobrepasado ese instante de crisis, todo lo que sucediera en aquella semifinal había de suceder ya, necesariamente, a su favor.

      El español, con la mente sintonizada en positivo, jugaba cada nuevo punto celebrando la maravilla de estar vivo, el placer de seguir jugando. Por su parte el argentino, fundido en negro y agotado física y psíquicamente, padecía una agonía cada vez más evidente, incapaz de borrar de su mente esos cinco puntos en los que la victoria se le había escurrido como arena entre los dedos. Escasos minutos atrás había estado a punto de pisar tierra firme en la codiciada orilla de la final del US Open. Ahora, sin que pudiera evitar la catarata de juegos que caían en su contra, flotaba sobre una balsa a la deriva, y esa orilla aparecía cada vez más inalcanzable.

      Manuel, pese a lo mucho que ha llovido desde entonces, sigue recordando aquella semifinal con una mezcla de orgullo y emoción: “El partido estuvo considerado el mejor come back o remontada hasta ese momento. Lo pasaban en las escuelas de tenis de Estados Unidos para enseñar a los niños un ejemplo de fe y capacidad de lucha ante la adversidad, teniendo en cuenta además que fue en un escenario tan importante como unas semifinales del US Open”.

      Aquel épico duelo entre Orantes y Vilas arrancó tarde. A primera hora se había disputado la primera semifinal, en la que Jimmy Connors, alentado por el entusiasmo del expresivo público norteamericano, había batido por un triple 7-5 a un Björn Borg que, a sus escasos 19 años, ya contaba con dos títulos de Roland Garros. Inmediatamente antes tuvo lugar la final femenina, en la que Chris Evert, novia por entonces de Connors, se había impuesto a la australiana Evonne Goolagong por 5-7 6-4 6-2. Desde el prisma del público local, los dos platos fuertes del día, esa primera semifinal masculina con presencia norteamericana y, cómo no, la final femenina con campeona local, ya habían sido servidos. Los novios de moda del deporte norteamericano, Connors y Evert, habían cumplido con las expectativas de los aficionados. Tan solo quedaba dilucidar quién sería el rival que, si nada raro sucedía, sería incapaz al día siguiente de evitar una nueva victoria de Connors ante su gente.

      El tenis, por entonces, gozaba de un enorme tirón mediático. Así que, por mucho que esa segunda semifinal presentara a priori menos alicientes para el público, las gradas estaban completamente atestadas de aficionados que esperaban disfrutar de un buen espectáculo. Por primera vez en la historia de los cuatro torneos del Grand Slam, ese año se autorizó la luz eléctrica para jugar de noche. Y fue más necesaria que nunca para concluir el programa diario porque la batalla entre Orantes y Vilas, tercer y segundo favoritos del torneo respectivamente, fue tan larga e intensa que duró casi cuatro horas y se prolongó hasta pasadas las diez y media de la noche. “Además hubo varias interrupciones por la lluvia, así que a finales del cuarto set, cuando Guillermo me iba ganando fácil, mucha gente se fue a casa”.

      En efecto, el domingo al mediodía algunos espectadores que la noche anterior se habían marchado durante el cuarto parcial presagiando la inminente victoria de Vilas, se sorprendieron al ver a Orantes aparecer en la pista para disputar la final. La víspera, el partido había acabado tan tarde que los periódicos cerraron su edición sin publicar el ganador final. E incluso se llegó a anunciar por radio y televisión que la final la iban a jugar Connors y Vilas. Eran otros tiempos…

      Cualquiera que entre en Google y escriba “semifinal US Open Orantes Vilas” puede acceder a unas imágenes en las que aparecen algunos puntos de aquel legendario partido. Las imágenes, en blanco y negro y distorsionadas, son muy deficientes. Apenas se puede distinguir la trayectoria de la bola. Pero lo interesante es que aparece Guillermo Vilas, años más tarde, recordando la que para él fue una de las experiencias más agrias de su carrera. Casi al final del video dice, entre solemne y melodramático: “En mi mente era invencible, invencible. No veía cómo podía perder ese partido… Imposible. Lo perdí”.

      Para justificar aquella derrota, en ese mismo video Vilas dice: “En el medio del tercer set, piso y se rompe, me desgarro… Y sigo jugando y engancho… Y Orantes me tira drop shots y globos, y yo para adelante y para detrás podía correr. Lo que no podía era mover la pierna hacia el costado. Hasta que me empieza a mover y se empieza a abrir el desgarro cada vez más. Llego hasta el 5 a 0, tengo un smash muy bueno que lo juego al lado errado, él tira un globo increíble, hago otro smash más, sigo el tanto, pierdo, y de repente es la única oportunidad que tuve de estar cerca de la victoria. Después el 5-1, 5-2, 5-3, 5-4, lo máximo de haber estado es 30-15 en algún game pero… ahí pierdo ese partido”.

      Hay un aspecto sorprendente en esas declaraciones. Y es que habla de un desgarro que nadie más percibió. Orantes nos da su versión: “Después del partido hizo unas declaraciones diciendo que había perdido porque se había roto en la pista. Y él podría haber dicho que estaba lesionado, y con razón, si hubiera perdido el último 6-0 o 6-1, pero fue 6-4. Es decir que... ¿tan lesionado estaba? Podría haber dicho perfectamente: ‘Te felicito, he perdido el partido pero te felicito. Manuel ha acabado jugando muy bien, y las cosas son como son’”.

      Capítulo 2

      “Ni sabía lo que era el tenis”

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