Cristóbal Olivares

Escenas de escritura


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que integra en sí misma, como un componente o una capa intencional, la conciencia más o menos implícita de unas reglas que son convencionales o institucionales —sociales, en cualquier caso. Desde luego, esto no significa que la literariedad sea meramente proyectiva o subjetiva —en el sentido de la subjetividad empírica o del capricho de cada lector. El carácter literario del texto está inscripto del lado del objeto intencional, en su estructura noemática, podría decirse, y no sólo del lado subjetivo del acto noético. (“Esa extraña institución llamada literatura”, en este volumen)

      Como bien se señala en “Literatura y derecho en Jacques Derrida” (2013, 95-110), un aspecto muy importante de Du droit à la litteràture tenía que ver con lo que Contreras Guala describe como ‘sincronicidad’ o ‘contemporaneidad’ entre los sistemas de la i) universidad, de la ii) literatura y del iii) derecho de autor. En cierto modo, lo que está subrayando Contreras Guala es que dicha contemporaneidad ha sido posible porque los tres sistemas se inscriben en una escena que arrastra la historicidad del derecho europeo, particularmente del derecho francés (porque la literatura moderna es originalmente littérature), el cual busca fijar —por iniciativa política, a través de las instituciones educativas, particularmente a través de las instituciones universitarias— las modernas lenguas nacionales como base identitaria en los procesos de homogeneización a los que se sometieron “las provincias y los diversos dialectos”. Un derecho que también comienza a determinar, con mayor rigurosidad cada vez, el intercambio comercial y la transacción de las obras en función del concepto de propiedad privada. La literatura moderna se liga así, en sus orígenes europeos, a la asunción de la época burguesa pero también al arribo de un proceso de democratización de la lengua nacional. Por ello precisamente, se trata de un proceso democratizador restringido a las fronteras de la juridicidad burguesa, donde la literatura hace su aparición como si se tratara de la llegada de un inhóspito huésped en el oikos lingüístico del nuevo demos nacional. De hecho, la cualidad inhóspita de la literatura es tal que Derrida, en la entrevista que aquí incluimos, la aproxima a una paradójica ‘institución contrainstitucional’, a un simulacro con poder, pero sin autoridad, a una ‘institución ficticia’. Cercana a una figura de lo Unheimlich en el seno de la familiaridad de la ley, ella, la literatura, se asemeja a un contra-derecho en el seno de los derechos de autor.

      Para Derrida, la literatura es extraña, entonces, por tratarse de una institución paradójica, conservadora y subversiva a la vez, que necesita de la lengua nacional, de leyes que puedan acoger su existencia institucional y autorizar su circulación comercial, al mismo tiempo que necesita transgredir todo lo anterior. Así, a propósito de los derechos de autor que ponen en escena la juridicidad de la literatura moderna, Contreras Guala sugiere, por ejemplo, que a partir de la comprensión que el filósofo franco-argelino ha desarrollado sobre la dimensión institucional de la literatura, se siga que esta sea considerada inseparable de “cierta necesidad de plagio” (Contreras Guala 2013, 106). Donde el plagio se entenderá no sólo como transgresión de la propiedad de los derechos de autor, sino que también como derecho a la transgresión del derecho de autor.

      No podríamos intentar resumir aquí todos los aspectos que circulan en “Esa extraña institución llamada literatura”; no obstante, el lector encontrará forzosamente más de una forma de acceder a la todavía insuficientemente explorada cuestión de la literatura como ‘institución ficticia’, a la dimensión ética y el concepto paradójico de responsabilidad implicada en ella, a la reflexión sobre la escritura y la crítica literaria, al contraste de la desconstrucción con la crítica feminista, y al enorme conglomerado de nombres que la pueblan (Rousseau, Sartre, Blanchot, Shakespeare, Artaud, Becket, Simone de Beauvoir), y lo podrá hacer en contraste y tensión con las otras potentes voces que rodean estas Escenas.

      Poco de la dimensión institucional de la literatura y la ficción podría entenderse sin el necesario rodeo por la apertura que representó para Derrida la exigencia de pensar la refundación de las instituciones educativas y del derecho; sin embargo, el trazo que funcionará como hilo conductor de estas Escenas de escritura tendrá que ver con algo que