Sixto Paz Wells

Tanis y la esfera dorada


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respuesta fue una subida y una bajada acompañada de un guiño del ojo. Al leer, en la foto decía «Ganí-me-des»...

      –¿Has venido sola o acompañada? –le pregunté.

      En ese momento me guiñó el ojo, lo que me hizo pensar que no estaba sola.

      –¿Para qué has venido?

      Su respuesta fue una nueva subida y bajada.

      –¿Te han enviado a explorar o buscas a alguien?

      Me contestó primero moviéndose hacia los lados, lo que me hizo entender que era no a lo primero; luego bajó y subió como confirmándome lo segundo.

      –¿A quién?

      La esfera elevó en el aire un portarretratos que tenía mi foto y me la puso entre las manos... De pronto me embargó una gran pesadez, sentí mucho cansancio y le dije a «Ojitos» que me disculpara, que tenía mucho sueño, porque estaba bostezando todo el tiempo. La esfera solo me miraba y observaba con atención todo a nuestro alrededor. No recuerdo en qué momento me dormí, pero aparecí acostada en mi cama. Al despertarme me entristecí pensando que había sido un sueño, pero mi semblante cambió cuando escuché a mi mamá –que es muy comedida y tiene obsesión por el orden– recriminando a mi papá porque no hubiera recogido el día anterior los libros del salón y los hubiera dejado esparcidos sobre uno de los sofás, y también que le desordenara las fotos familiares. Él decía en voz alta que no recordaba haberlos cogido siquiera. En ese momento me paré en la cama y alzando un brazo grité:

      –¡Sí!

      Al llegar la noche le conté a mi mami todo lo que había ocurrido la madrugada anterior. Ella me miró y me preguntó si lo había imaginado. Le dije que no y que yo era la culpable del desorden de los libros por habérselos mostrado a «Ojitos». Ella, sorprendida por mi narración, fue donde papá y se lo contó. Él vino a mi habitación, y, sentado en el costado de la cama, me increpó:

      –Hijita, tú sabes que te quiero mucho pero todo tiene un límite. No es gracioso que estés todo el tiempo jugando, fantaseando e imaginando cosas, e involucrándonos a todos. Para todo hay un momento. Si no aprendes a reconocer la realidad vas a sufrir mucho en la vida.

      –Papi, yo sabía que no me ibais a creer, pero aún así necesitaba contároslo. Te digo que es verdad y que no es fruto de mi imaginación, porque he podido comprobarlo.

      –A ver, cuéntamelo entonces todo desde el principio, pero de manera resumida para que puedas irte a dormir.

      No es que estuviera muy convencido cuando se fue, pero me aconsejó que si volvía a ver a «Ojitos» le preguntara qué era lo que quería y que lo despertara a él para verlo.

      Sabía que mis papás estaban preocupados por lo que ellos consideraban exceso de imaginación infantil, por lo que me prestaban más atención que nunca.

      Con semejantes instrucciones me dormí aquella noche, pero nada fuera de lo común pasó. Al preguntarme mi papá al día siguiente cómo había dormido y si el visitante se había presentado, le dije que no. Después comprendería que no se manifiestan cuando uno quiere sino cuando ellos, los extraterrestres, lo consideran oportuno.

      Mi papá puso especial interés en el libro que «Ojitos» había hecho flotar en el aire y en la foto que había señalado. Y sé que se puso a investigar lo que le conté.

      A los pocos días pasó algo muy extraño en el colegio. Una niña más pequeña que yo se golpeó la cabeza en el pavimento cuando estaba jugando y corriendo en el recreo, y cayó desmayada. Las profesoras se pusieron muy nerviosas tratando de reanimarla. En ese momento recordé lo que mi mami me había enseñado con relación al Ángel Guardián y lo invoqué. Le pedí que la sanara mientras mantenía la vista fija en los brazos de la profesora que estaba cargando a la niña y en ella. Sentí un indescriptible calor que me subía de los pies a la cabeza, concentrándose especialmente en las palmas de las manos, que casi me obligaba a dirigir desde la distancia mis manos hacia ella. Y vi algo que los demás al parecer no veían. Primero era como una luz que salía de mis manos y se dirigía hacia una manchita de color marrón oscuro que flotaba ligeramente por encima de la cabeza de la niña, y luego una persona vestida de blanco muy alta a un lado de las profesoras. Esta persona puso sus manos en la cabeza de la niña hasta que la mancha desapareció, pero las profesoras para nada se daban cuenta de su presencia.

      La niña reaccionó sacudiéndose, vomitando y llorando. Después vino la ambulancia y se la llevaron al hospital, pero antes llamaron a sus padres e hicieron todo lo que se hace cuando pasa algo así. Más tarde, la profesora de nuestra clase llegó muy contenta, haciéndonos saber que la niña estaba muy bien y que todo lo ocurrido no había pasado de ser un buen susto.

      Aquella noche oré con mi mami dándole las gracias al Ángel por su ayuda y me dormí muy contenta porque había visto un ángel...

Illustration

      El viaje astral

      Muy de madrugada nuevamente apareció «Ojitos». Esta vez ya estaba en la habitación cuando me desperté, lo cual me sorprendió, pero gratamente, y me senté en la cama. Y mientras me desperezaba frotándome los ojos lo saludé y él me respondió, diciendo mi nombre:

      –¡Hola, Tanis!, ¿cómo estás?

      Me asombré mucho y abrí los ojos de tal manera que me terminé de despertar. Era una voz de hombre, muy melodiosa, que inspiraba confianza, pero la sentía o escuchaba en mi cabeza. Se parecía a la de mi papá... Me dijo que no había necesidad de que me levantara de la cama sino que me volviese a acostar y me relajara.

      Así lo hice, por lo que, siguiendo la voz de «Ojitos» que me guiaba, comencé a tomar unas respiraciones lentas y profundas. Me decía que inhalara, retuviera y exhalara el aire, sobre todo por la nariz, que ello me ayudaría a estar atenta y a recordar luego.

      Yo no sabía de qué se trataba pero igual hacía el esfuerzo. Luego me dijo que me imaginara que estaba acostada sobre la arena en la orilla de una playa y que las olas del mar venían y me acariciaban los pies y las piernas. Y que al retirarse las olas, cualquier molestia se marcharía fuera de mí, mientras la arena cedía por el peso de mi cuerpo, hundiéndome cada vez más en el suelo. Me sentía muy bien y me lo imaginaba tal cual.

      Una y otra vez las olas avanzaban hasta llegar a mi cintura, luego a la espalda, los brazos, el cuello, la cabeza, hasta sentir que el mar me llevaba y flotaba sobre él. Y realmente, al cabo de un ratito sentí que flotaba, que me sostenía en el aire al lado de «Ojitos». Recordé entonces que en muchos sueños me veía así, y que aquellos eran los sueños que más disfrutaba.

      Entonces la esfera me dijo:

      –Esto se llama «viaje astral», o sea que estás dejando tu cuerpo físico y me vas a acompañar con tu cuerpo astral.

      Yo lo disfrutaba tanto que no me importaba cómo se llamara; lo importante era que me sentía de maravilla.

      Me vi entonces atraída hacia la ventana y descendí al suelo, y, al darme la vuelta, vi mi cama y en ella mi cuerpo, por lo que me pegué un gran susto. Era como si me hubiese muerto.

      «Ojitos» me dijo:

      –No te espantes. La mayoría de las personas no recuerdan ni están conscientes durante la salida astral de su cuerpo, aunque todas las noches lo viven porque estos viajes astrales repiten los mismos síntomas de la muerte. Esto es, dejas de ser la persona que crees que eres para pasar a ser la que siempre has sido.

      »Siempre que duermes te desdoblas, o lo que es lo mismo, te sales astralmente con tu cuerpo astral. A veces sales muy rápido y también regresas bruscamente, y eso te hace olvidar lo que soñaste.

      –¿Por qué se olvida tan fácilmente? –pregunté interrumpiendo.

      –Es como un tren cargado de vagones –dijo la esfera–. Cada vagón