Walter Alejandro Imilan

Investigando las migraciones en Chile


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que soy yo mismo, sino también en el análisis de las condicionantes estructurales que nos delimitan.

      De allí también el cuidado con la violencia simbólica que los dispositivos del poder instalan entre los migrantes como sujetos de agenda pública. Escudados en la justificación del acceso a derechos ciudadanos, nos advierten Galaz y Álvarez, la construcción de procesos de subalternización social terminan por permear la mirada y las prácticas de nuestra sociedad. Nuevamente las autoras insisten en develar esos nudos ocultos del poder a través de la mirada crítica y oblicua sobre el propio quehacer para así visualizar «las relaciones de privilegio en las que se ubican las personas nacionales que desarrollan la intervención social, desde dónde se reifican determinadas categorías de sujetos como objetos de intervención –estandarizadas, universales y homogeneizantes–, legitimando una diferenciación dicotómica entre nacional/extranjera» (Galaz y Álvarez: xx). En la misma línea, Poblete advierte de las paradojas de las escuelas públicas, pues si bien son espacios protegidos, ellas se han transformado en «escuelas para migrantes», constituyendo una suerte de gueto que niega e impide la realización de su carácter inclusivo.

      Pero no es solo el ámbito de la cuestión pública la que se observa con sospecha; también el mercado y la estrecha conexión entre la naturaleza agraria y el actual flujo migratorio. A través de un riguroso estudio, Micheletti y González nos confirman que la dinámica migratoria no es ajena a los ritmos del trabajo y temporalidades de la agroindustria, relación que una vez más devela la trama oculta de los poderes económicos en la producción de la subalternidad. Historia antigua y sabida. Tan antigua como los movimientos de transfronterizos que se han invisibilizado por las claves nacionales y Estado-céntricas predominantes en la historiografía. No cabe duda, señalan Tapia y Ovando a propósito del carácter poliédrico de los movimientos de población, que «el mayor desafío empírico y teórico para analizar las relaciones internacionales consiste en que se revisen los presupuestos nacionales/istas y separadores, desde los cuales han sido concebidos estos esquemas, para propender a relaciones más cooperativas y de acercamiento». Un acercamiento que rompa, en estos términos, con los colonialismos internos y se abra a un cruce de fronteras que diversifique las hablas y lecturas de la realidad, posibilitando así el roce y fricción entre saberes acreditados institucionalmente y saberes históricamente desacreditados y subalternizados.

      En tiempos de pandemia la cercanía de saberes y experiencias subalternas adquiere especial relevancia en la construcción de nuestras sociedades. Sabemos que para el año 2011 en América Latina y el Caribe unos 25 millones de personas (alrededor del 4% de la población total) había emigrado a otro país (OIM, 2012). No cabe duda de que la migración es un determinante social de la salud y de la cadena de cuidados doméstico que no cesa de requerir mano de obra migrante y femenina, como apuntan Leiva y Fornes. En momentos de confinamiento y especial vulnerabilidad, los desafíos de convivencia de personas de múltiples adscripciones sociales, y que se relacionan cotidianamente en espacios públicos, implican serios desafíos. Lejos de apostar a la idea normativa de «igualación», de «integración» o «asimilación» como referentes hegemónicos de adscripción para las personas migrantes, Imilan, Margarit y Moraga nos sugieren cambiar el foco para migrantizarlos e incorporar lo migrante a la comprensión del fenómeno urbano. En cierta forma, la invitación es a tomarse en serio la condición urbana en su carácter diverso, heterotópico, en el campo de lo posible.

      Finalmente, el libro nos introduce en la deriva política de la «cuestión migratoria» a partir de las organizaciones de la sociedad civil que trabajan por la construcción de culturas inclusivas y democráticas basadas en el respeto a la diversidad y a los derechos humanos, como desarrolla el texto de Poblete. Osterling y Pujols, en tanto activistas que ambos son, enfatizan en el movimiento social migrante desde su aporte a la política y a la ciudadanía, entendida como contestación migrante, una participación política que tiene más de 25 años en el escenario local y que ha permitido dar forma a la «ciudadanización de la política migratoria» (Domenech, 2008). La campaña «Migrantes con voz y voto» para la participación en el proceso constituyente, es quizás el más claro ejemplo de esta búsqueda de reconocimiento como integrantes plenos de la comunidad política. En efecto, cerca de 350 mil personas extranjeras residentes en el país fueron incorporadas al padrón electoral, gran logro de una ciudadanía insurgente que trabaja por la ciudadanización de la política migratoria para acceder a condiciones mínimas de supervivencia y ampliar el concepto de ciudadanía no solo como acceso a derechos, sino también como acceso al reconocimiento y al respeto (Sennet, 1995).

      En síntesis, habría que terminar señalando que los textos aquí presentados transitan entre enfoques y perspectivas que son revisitadas bajo nuevos prismas, tales como el perspectivismo, la interseccionalidad de raza/clase/género/ y la provocadora reflexión que nace desde las antropologías y sociologías aplicadas y colaborativas. Estas discusiones incorporan no solo una perspectiva de extrañamiento reflexivo y crítico, sino también una dimensión cosmopolítica que asume los problemas contemporáneos y latinoamericanos a la luz de los desafíos políticos y culturales globales (Stengers, 2014). Desde esta dimensión cosmopolítica no interesa clausurar el lente, sino abrirlo a una diversidad de filtros para capturar la riqueza de los matices y cromáticas que el colectivo nos ofrece. En esta perspectiva, cada uno de los autores/as no clausura o cierra su mirada, sino que se abre a pensar la multiplicidad de ensambles que hacen posible la política colectivamente, para así navegar a contracorriente de este mundo moderno, que convierte a los muchos mundos existentes en uno solo: el mundo del individuo y el mercado (Escobar, 2015).

      Finalmente, habría que admitir que la figura del migrante y la del extranjero siempre incomodan, sea cual sea su origen, su sexo, su color. Los disensos que ellos provocan, como figuras de la modernidad que son, suelen ser expresión de temores y mundos ocultos que pugnan por expresarse. De allí las preguntas que ellos suscitan en nosotros: ¿hasta qué punto estamos preparados y dispuestos a asimilar el disenso y la construcción de una cultura más diversa e inclusiva? ¿Cómo cartografiar esos mundos provenientes de horizontes lejanos de modo que nos atrevamos a perderles el miedo? ¿Qué consecuencias sociales y políticas se desprenden de aquellos que colaboran activamente en la traducción de estos mundos extraños? Si muchos mundos emergen, ¿cuántos derechos necesitamos?

      4 Universidad Alberto Hurtado, Chile.

       Migración, ciudad y áreas metropolitanas

      Walter Imilan5 Daisy Margarit6 Jorge Moraga7

      1. Introducción

      La migración es una característica central en el desarrollo de las ciudades. El movimiento de personas y el arribo de nuevas poblaciones juega un rol relevante en los procesos de urbanización en su doble dimensión, tanto en la construcción física y material de la ciudad como en la conformación de una sociedad urbana que comparte y disputa valores, significados y prácticas (Bahrdt, 1961). La migración transforma el espacio urbano por necesidades de habitación, servicios y economía, a la vez que introduce y transforma prácticas y significaciones que expanden los repertorios de las personas y comunidades que habitan la ciudad. Esta ha sido la historia de la ciudad.

      Hacia mediados del siglo pasado la masiva migración campo-ciudad en América Latina da inicio a procesos de metropolitanización, especialmente en las capitales nacionales. Miles de personas de áreas rurales se asientan en centros urbanos que concentran las oportunidades laborales y servicios. Santiago se pobló con personas provenientes de todas las regiones del país, concentrando sin contrapeso nacional población, economía y poder político (De Ramón, 2015). La capacidad de la ciudad de integrar a las nuevas poblaciones fue insuficiente, los nuevos habitantes urbanos debieron, en un importante porcentaje, crear sus propias fuentes de trabajo y proveerse de vivienda, expandiendo las economías populares y los asentamientos irregulares en las periferias. Este proceso común en toda América Latina implicó la emergencia de grandes poblaciones marginadas, el incremento de economías populares paralelas y la producción social del hábitat (Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, 1976; Hardoy, 1973). Así, la formación de áreas metropolitanas tuvo en su