Elena Jara Calvo Corrales

El rincón de la música azul


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tiempo, comparten secretos, sentimientos. Como dos profesores de baile que, aunque expertos en la materia por separado, cuando bailan juntos al mismo compás, aprenden del otro una nueva lección.

      Una mirada, un giro inesperado, sin que ninguno lleve al otro, si no con el control compartido, sin necesidad de palabras, pues el lenguaje del movimiento es el único que habla. Lenguaje que crea dos más: el de las miradas complacientes y satisfactorias, que desembocan en el segundo lenguaje, el de la música. Más estridente o más suave, pero siempre con un compás que cambia por momentos de velocidad.

      La temperatura sube, con ella el volumen de la música, la intensidad de las miradas, pues ya no son la única parte del rostro que habla sin hablar. Movimientos más descontrolados, que dan lugar a la llama, que solo se podrá apagar con el aumento progresivo de la complicidad e intensidad, hasta que estalla el volcán y la música se apaga después de un último acople...

      “¿Ahora qué?” te preguntarás. La respuesta es sencilla, los profesores charlan durante horas y, poco a poco, va surgiendo algo más. Los niños se abrazan y no se separan, porque se quieren a rabiar y, aunque jugar no está mal, con ese abrazo lo acaban de demostrar. Y cuando por fin se separan, después de lo que parece una eternidad pero para ellos es un segundo, hablan y ríen sin parar de cualquier nimiedad.

      ¿No es increíble ese momento de compartida paz?

      Nervios, temblor, dudas, cosquilleo... Demasiados sentimientos a la espalda de un acto tan simple y a la vez tan hermoso que no hay palabra que lo defina. No se compara a nada que hayas vivido antes. Todo te tiembla, pero intentas que no se note. Te invaden los nervios, así que, por si acaso, no articulas palabra, dudas de si estrás a la altura, de si lo harás “bien”, de si te sentirás diferente después, de si querrás más...

      ¿Izquierda o derecha? ¿Suave o apasionado? Miles de pensamientos inundan tu mente mientras sientes mariposas en el vientre. No sabes si cerrar los ojos o confiar en dejarlos abiertos para no perder detalle. Tu cuerpo siente tantas cosas al mismo tiempo que te olvidas de sentir. Tu mente está en tantos sitios que se olvida de dónde estás.

      ¿Mi consejo? Cierra los ojos, siente, y olvida todo lo demás.

      Amor Amado

      El sabor y el color de sus labios, su piel como el más soleado día estrellado, esas curvas que perderían a cualquiera, el mapa que yo dibujaba para que eso no sucediera.

      Un entramado de pensamientos donde mis dedos se entrelazaban. Unas joyas color canela que me derretían y al cielo llegaba. Roce que de escudo servía, calor de aproximación que al mismo Infierno descendía. Pero allí abajo, nada desagradable acontecía.

      Susurros que parecían música en mis oídos y que al corazón llegaban a través de sus resistentes muros y oscuros pasadizos.

      Fuego y agua, calor y frío, día y noche, oscuridad y luz, odio y amor... Contradicciones sin cesar entre nosotros, pero todo eso sentía cuando éramos tú y yo...

      No estaba predestinado, no sabía que pasaría, éramos simplemente dos almas perdidas... Pero fue tan rápido que no dimos tiempo a la vida. Hubo buenos momentos, de risa, de compañía, de amor, de alegría, de confianza, de pasión, de amor y sabiduría.

      Mas el Sol se ocultó un día. Se ocultó en el interior de tu corazón, y ya no había paz, ya no veía tu sonrisa. Dolor era lo único que me transmitías, miradas vacías, hostilidad incluso, porque ya no conseguía hacer que tus demonios abandonaran tus pesadillas.

      Día tras día se iba apagando el fuego, yo soplaba y soplaba para mantenerlo vivo, pero a mis espaldas una gota de agua a cada segundo añadías. El brillo se apagaba, y con él mi sonrisa. Yo aguantaba bajo la lluvia sin poder resguardarme, viendo como tú lo hacías. Y cada día más y más te alejabas, y yo sin parar tras de ti corría, pero nunca parecía llegar.

      Un día, sin siquiera percatarme de ello, me hallaba en un páramo oscuro, nebuloso, escalofriante; y tras intentar avanzar y explorarlo, me di cuenta de que no conseguía nunca llegar al centro, de que siempre que avanzaba un paso, de repente me encontraba dos atrás de los ya dados.

      Me di cuenta de que había llegado el fin de la alegría, y de que estaba sola en el páramo en el que tú ya no estabas, pero allí me habías dejado, desolada y vacía.

      Tiempo

      “Duración de las cosas sujetas a cambio o de los seres que tienen una existencia finita” es la definición de tiempo. Yo lo calificaría como “el bien o recurso más preciado”. Hay muchas películas que hacen referencia al tiempo como un bien, como un recurso por el que vale la pena incluso matar, por más tiempo; pero, en realidad, es más fácil simplemente que pase a través de ti, dejar que fluya, que intentar controlarlo.

      Como muchas otras cosas en la vida, el tiempo es un concepto que escapa no solo a nuestro control, si no también a nuestro entendimiento. Y es que, somos criaturas tan pequeñas, tan efímeras en este universo aparentemente infinito... Infinito, sin límite conocido de espacio ni de tiempo. Es fácil fingir que somos los reyes del universo, dado que no conocemos ninguna otra criatura o ser superior a nosotros, pero, si te paras a pensarlo un momento, somos una ínfima parte de una empresa de la cual no nos alcanza la vista para ver el final.

      Si en realidad somos tan poca cosa para el Gran Cosmos, ¿por qué nos dedicamos a malgastar nuestro tiempo en cosas que realmente no van a hacernos felices? Porque preferimos vivir con la ilusión de que podemos controlarlo todo, con la ilusión de que disponemos de todo el tiempo del mundo; cuando la realidad es mucho más cruel.

      La realidad es que a cualquiera se le puede agotar el tiempo, y no siempre se puede culpar a alguien de que llegue ese momento. Todos nacemos con un reloj de arena pegado a la espalda, y nos cuesta horrores cargarlo, a veces; otras, es muy sencillo, parece que ni siquiera está ahí. Otras simplemente nos ayudan a llevarlo, y nosotros levamos los de los demás en ocasiones también. Es un reloj que por mucho que lo intentemos, por mucho que a veces se nos haga una pluma y otras un tonel, la realidad es que en algún momento, toda la arena de la parte superior habrá formado un pequeño montículo en la parte inferior. Nosotros formamos parte de ese montículo; en él están enterradas nuestras vivencias, nuestras alegrías y penas, los momentos de gozo y los de angustia, los de miedo y los de paz...

      Nos guste o no, desde el momento en que nacemos estamos prometidos al Tiempo, que durante toda nuestra vida, espera paciente -como no podía ser de otra forma- al momento de la boda, en el que nos hagamos uno con él. Él no apresurará las cosas, pero tampoco las ralentizará, él tiene una apariencia distinta dependiendo de lo que sientas, del dónde, del quién... Hasta que al final del viaje, nos mostrará su verdadero rostro. Y de nosotros depende cómo recibirlo: o como ese esposo con el que poder unirnos por fin porque estamos tranquilos de que hemos vivido bien el capítulo de nuestra vida previo a la eternidad con él; o bien como la figura encapuchada a la que tanto tememos porque nos “arrebata” de este mundo demasiado pronto -o al menos, eso pensamos-, porque sentimos que nos quedan cosas por hacer, porque no hemos vivido nuestro tiempo al máximo, porque hemos estado distraídos por miles de cosas que nos han hecho perder la perspectiva más grande, la de que no tenemos tiempo para todo, la de que hay que saber con quién lo pasamos -y con quién no-, cómo lo pasamos, dónde lo pasamos...

      La verdad es que nunca sabemos cuánto tiempo tenemos para estar con quienes más nos importan, así que, aprovechémoslo, para poder recibir al “Tiempo” como a un viejo amigo...

      Vacío

      Hoy tengo un dolor que me aflige el pecho

      Un dolor amargo como el mes de enero

      No quiere irse y está anclado ahí

      Y no sé qué hacer, no me deja vivir

      Como un día de lluvia en otoño

      Un día de tormenta en abril

      Suspiro y exclamo el invierno

      Que