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Nuevos signos de los tiempos


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y la búsqueda de la aprobación pontificia, como antes pasó con la conquista; la afirmación de la religión en las repúblicas y los debates eclesiológicos frente al neo-galicanismo del patronato republicano; la tolerancia civil de otros cultos ante la nueva inmigración centroeuropea; las relaciones de la tradición católica con las libertades modernas y el sistema democrático. En el actual ámbito argentino hubo interesantes aportes acerca de esos temas de teología política. Esas cuestiones, en un tiempo en el que el mundo se comprendía sobre todo como Estado, condujeron a pensar las relaciones entre la Iglesia y el Estado. En el inmediato posconcilio, a la luz de la Constitución Gaudium et spes y su inculturación latinoamericana en Medellín, el mundo es visto también como pueblo, cultura y sociedad, y entonces irrumpe la interpelación de Cristo en el rostro del pobre y la novedad de la teología de la liberación.

      En la primera mitad del siglo XX la teología tuvo una evolución diversa en España y en los países americanos. En la Península, la filosofía tuvo notables figuras desde Miguel de Unamuno a Xavier Zubiri. Ya antes del Concilio se destacaron teólogos tan diversos, desde Santiago Ramírez a Bartolomé Xiberta, desde Luis Alonso Schökel a Ricardo García Villoslada, desde Marcelino Zalba a Juan Alfaro, y tantos otros. Y, como sucedió en otras regiones y también en nuestra América, con el Concilio surgió una nueva generación teológica en las distintas disciplinas. Agradecemos la impresionante labor teológica y editorial española realizada en el último medio siglo.

      Aquí me interesa señalar el intercambio dado en la emergencia de la teología latinoamericana posconciliar. El primer signo fue el encuentro realizado en El Escorial en 1972, organizado por el Instituto Fe y Secularidad. Alfonso Álvarez Bolado mostró que allí se reunió «una familia de opciones» en base a tres objetivos: considerar los cambios en la Iglesia latinoamericana, formar agentes pastorales españoles que venían a América, atender al nuevo lenguaje de la liberación15. Veinte años después, en vísperas del V Centenario, hubo un segundo encuentro, que amplió el panorama a otros continentes y expresó el desarrollo de perspectivas articuladoras entre lo social y lo cultural16. Olegario González de Cardedal ha afirmado que la teología española, influida primero desde Francia y luego desde Alemania, a partir de 1975 recibió el influjo latinoamericano17.

       2. Hacia una teología más inculturada e intercultural

      La Constitución Lumen gentium (1964) afirma que el pueblo de Dios está presente (inest) en todos los pueblos de la tierra (LG 13b; cf EG 112-114). Su capítulo II «De populo Dei» expone la catolicidad misionera del pueblo de Dios como el marco en el que sitúa la relación entre la fe y las culturas (LG 9, 13, 17). En las Iglesias particulares confluyen, por una «misteriosa compenetración» (GS 40), la fe del pueblo de Dios y las culturas de los pueblos. «Este pueblo de Dios se encarna en los pueblos de la tierra, cada uno de los cuales tiene su cultura propia» (EG 115).

      La historia muestra que el cristianismo, constituido según la lógica de la encarnación del Hijo de Dios, adquiere variados rostros culturales. La Iglesia crece por los distintos pueblos en los que germina y se desarrolla. «Los distintos pueblos en los que ha sido inculturado el Evangelio son sujetos colectivos activos, agentes de la evangelización» (EG 122). El Evangelio puede hacerse cultura en cada pueblo sin imponer formas determinadas de otros. La inculturación genera nuevas expresiones de la fe desde cada idiosincracia cultural. El rostro pluriforme del pueblo de Dios expresa y debe reflejar aún más plenamente la interculturalidad del cristianismo. El pasado siglo XX ha sido uno de los mejores siglos de la historia de la teología. Puede compararse con la gran patrística griega y latina de los siglos IV y V, y con la escolástica medieval del siglo XIII.

      El concilio Vaticano II es el símbolo de una nueva etapa en la historia de la Iglesia y también de la teología católica. Recogió el doble movimiento de renovación ad fontes y a giorno, e impulsó una renovación de la teología católica (OT 16-18, GS 62, GE 10, AG 22). Dio testimonio de una forma renovada de hacer teología a partir de las fuentes bíblicas, patrísticas y medievales, puesta al día del mundo contemporáneo. Guio el quehacer posterior colaborando a renovar tanto el contenido como el método de la teología. La forma de «teologizar» del Concilio, en clave histórico-sistemática y con una intención pastoral, orienta la forma de hacer teología después y según el Concilio18.

      El Vaticano II orientó a la teología a pensar de forma simultánea la fe y la historia. La constitución pastoral Gaudium et spes (1965) hizo una primera relectura de Lumen gentium presentando la vinculación entre la Iglesia y el mundo como un intercambio dialogal (GS 40-45)19. Esa concepción se presenta en el párrafo que muestra, según la dinámica del don y de la recepción, la ayuda que la Iglesia recibe de la humanidad para anunciar el misterio de Cristo:

      La Iglesia, desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en las lenguas de los distintos pueblos, y procuró ilustrarlo además con el saber filosófico. Procedió así con el fin de adaptar el Evangelio a nivel del saber popular y a las exigencias de los sabios en cuanto era posible. Esta adaptación de la predicación de la Palabra revelada debe mantenerse como ley de toda la evangelización. Porque así en todos los pueblos se hace posible expresar el mensaje cristiano de modo apropiado a cada uno de ellos y, al mismo tiempo, se fomenta un vivo intercambio entre la Iglesia y las diversas culturas (AG 44b).

      La Iglesia toma el pensamiento (conceptum) y los lenguajes (linguarum) de los pueblos, e incluso el saber filosófico (sapientia philosophorum), para expresar (exprimere) e ilustrar (illustrare) el mensaje evangélico, y de ese modo, adaptarlo (aptaret) tanto al saber popular como a las exigencias ilustradas. Esa lista de verbos se enriquece con los matices del vocabulario de la adaptación, conocido en la teología preconciliar de la misión. El texto agrega que la adaptación, posibilita expresar el Evangelio de un modo apropiado a los distintos pueblos y, al mismo tiempo, promueve un vivo intercambio (vivum commercium) entre Iglesia y las culturas. Lo que la Constitución Lumen gentium –en un texto que GS 44 cita– llamó «bienes» o «dones» de los pueblos (LG 13b), aquí es denominado con el término «culturas». El párrafo siguiente mueve al pueblo de Dios, en especial a los pastores y los teólogos, a escuchar, discernir e interpretar las múltiples voces del tiempo para crecer en la comprensión del misterio e intensificar el diálogo evangelizador (GS 44b).

      En 1965, también el decreto Ad gentes hizo una relectura de la Lumen gentium al desarrollar la teología de las Iglesias locales radicadas en los pueblos. El número decisivo retoma el lenguaje de la encarnación y el intercambio para expresar la relación entre las Iglesias locales y las culturas ad instar oeconomiae Incarnationis (AG 22a). El texto, que también cita aquel señero número 13 de Lumen gentium, afirma que la Iglesia realiza un admirable intercambio con las costumbres, tradiciones, sabidurías, artes e instituciones de pueblos muy diversos. Ese intercambio debe darse en todos los ámbitos de la vida eclesial para «confesar la gloria del Creador» (en la religiosidad, la liturgia y la piedad), «ilustrar la gracia del Salvador» (en la predicación, la catequesis y la teología) y «ordenar debidamente la vida cristiana» (en la costumbre, el derecho y la praxis cristiana).

      Para cumplir ese propósito es necesario desarrollar una nueva reflexión teológica en cada región.

      «Para conseguir este propósito es necesario que, en cada gran territorio sociocultural, se promuevan los estudios teológicos por los que se sometan a una nueva investigación, a la luz de la tradición de la Iglesia universal, los hechos y las palabras reveladas por Dios, consignadas en las Sagradas Escrituras y explicadas por los Padres y el Magisterio de la Iglesia. Así se percibirá más claramente por qué caminos puede llegar la fe a la inteligencia, teniendo en cuenta la filosofía y la sabiduría de los pueblos, y de qué forma pueden compaginarse las costumbres, el sentido de la vida y el orden social con las costumbres manifestadas por la divina revelación» (AG 22b).

      Este valioso texto mueve a indagar los caminos por los cuales la fe puede llegar a la inteligencia teniendo en cuenta la filosofía