Heinz Duthel

Francisco Franco


Скачать книгу

      • 7.000 efectivos de la Armada

      • 1 acorazado

      • 4 cruceros

      • 1 destructor

      Bajas

      Desconocidas

      Desconocidas

      El pronunciamiento del 17 y 18 de julio de 1936 fue una sublevación militar dirigida contra el gobierno de la Segunda República Española y cuyo fracaso general condujo a la Guerra Civil Española y, derrotada la República, al establecimiento del régimen franquista, que se mantuvo en el poder en España hasta 1975.

      La situación política y social en vísperas del pronunciamiento

      Desde el advenimiento de la Segunda República Española, y especialmente desde la llegada al poder de la CEDA, el clima de violencia y extremismo político se había ido incrementando, casi sin interrupción. Importantísima en este sentido fue la Revolución de 1934 y la consiguiente represión, hasta el punto que algunos autores la identifican como el inicio de la Guerra Civil.

      El triunfo del Frente Popular en las elecciones parlamentarias del 16 de febrero de 1936 consolidó la polarización extrema de la vida política. Inmediatamente las organizaciones revolucionarias que integraban o apoyaban dicho Frente (PSOE, UGT, PCE, CNT, POUM, etc.) se lanzaron a una campaña de movilizaciones de masas (huelgas, manifestaciones, algaradas, ocupación de tierras, quema de iglesias...) en un ambiente claramente prerrevolucionario.

      Pronto surgieron o entraron en acción grupos paramilitares revolucionarios o contrarrevolucionarios que con sus tiroteos y atentados, muchas veces indiscriminados, crearon una imparable espiral de acción-reacción. Los grupos políticos en auge eran los más extremistas de cada bando: Falange Española (que se nutría de los descontentos de la CEDA y prácticamente había absorbido a su rama juvenil ) y los afines a Largo Caballero (a quien significativamente empezaron a llamar El Lenin Español) dentro del PSOE.

      Por su parte, la victoria del Frente Popular y el creciente clima revolucionario y violento convencieron a muchos de que la democracia había fracasado y de que la República estaba a punto de caer en manos de revolucionarios marxistas. Esto les llevó a la conclusión de que se imponían soluciones drásticas.

      En la sesión parlamentaria del 16 de junio de 1936, el líder de la oposición José María Gil-Robles presentó un informe sobre los desórdenes ocurridos desde las elecciones que incluía 170 iglesias incendiadas, 251 intentos fallidos de quema de iglesias, 269 muertos y 1.287 heridos por asesinatos políticos y choques callejeros, 133 huelgas generales y 218 parciales. Aunque la exactitud de las cifras es difícilmente verificable y fueron rebatidas por diputados de Frente Popular en la mencionada sesión, dan una idea de la magnitud de los problemas y del ambiente de enfrentamiento que se respiraba.

      Los motivos de la rebelión

      En el ambiente que reinaba en España en la primavera de 1936, las clases medias y altas temían que una oleada implacable de violencia atea y revolucionaria barriese la sociedad y la Iglesia. Este temor se acrecentaba con los discursos revolucionarios de Largo Caballero y otros dirigentes extremistas y con las proclamas de la prensa izquierdista. También contribuían al pánico la prensa derechista y los beligerantes discursos de José María Gil-Robles y José Calvo Sotelo.

      Los preparativos

      Desde el mismo momento de la victoria electoral del Frente Popular, oficiales reaccionarios y monárquicos comenzaron la preparación de una sublevación militar. El asesinato de Calvo Sotelo convenció de la necesidad de dar el golpe de Estado a los militares que aún estaban indecisos, entre ellos y según Paul Preston, a Franco. Este golpe de Estado estaba preparado por Emilio Mola (el Director) para mediados o finales de julio desde hacía tiempo y contaba con el apoyo de la Falange y de los movimientos conservadores y católicos.

      Las instrucciones de Mola estipulaban que todas las unidades implicadas en el alzamiento estuvieran ‘’dispuestas’’ el día 17 a las 5 de la tarde (el 17 a las 17 horas), para empezar el Alzamiento en Marruecos. En puntos clave de la península empezaría el día 18, y en otros sitios (incluida Pamplona), el 19. La noticia de la sublevación en Marruecos sembró la confusión entre los conspiradores de la península: Tenían que atenerse a la fecha planeada, o también tenían que adelantar su actuación

      El detonante: los asesinatos del teniente Castillo y Calvo Sotelo

      En la dinámica de venganzas y represalias de aquellos días, y con la fecha del pronunciamiento fijada para los días 10 al 20 de julio, el 12 de julio muere asesinado por pistoleros de extrema derecha, carlistas para algunos historiadores, falangistas para otros, el teniente de la Guardia de Asalto José Castillo.

      Castillo era conocido por su activismo izquierdista y por negarse a intervenir contra los manifestantes de la Revolución de 1934. Estaba acusado ser el culpable de la muerte de Andrés Sáenz de Heredia, primo de José Antonio Primo de Rivera. Además era miembro de la UMRA, instructor de las milicias de la juventud socialista y número dos en una lista negra de oficiales prorrepublicanos supuestamente confeccionada por la UME y cuyo número uno, el capitán Carlos Faraudo, ya había sido asesinado. El mismo día de su asesinato, en Ketama (Marruecos), varios de los golpistas celebraron el llamado juramento del Llano Amarillo, donde se perfilaron los detalles de la próxima sublevación.

      A primeras horas del día siguiente, 13 de julio, un grupo de guardias de asalto salió a vengar la muerte de su compañero en la persona de algún político de derechas. Buscaron primero a Antonio Goicoechea y a Gil-Robles, pero al no encontrar a ninguno de ellos secuestran y matan a José Calvo Sotelo, miembro del parlamento y líder de Renovación Española.

      La rápida condena del crimen por parte del Gobierno y el arresto inmediato de quince oficiales de la Guardia de Asalto no sirvieron para disipar las dudas y varios diputados acusaron al Gobierno de estar implicado en el crimen durante el debate parlamentario que trató del asesinato de Calvo Sotelo. En cualquier caso, para cualquier observador imparcial, era intolerable que un líder de la oposición hubiera sido asesinado por oficiales uniformados conduciendo un vehículo del Gobierno. La conmoción que siguió al asesinato de Calvo Sotelo fue tremenda y convenció a muchos indecisos, incluido el mismísimo Franco, de que un pronunciamiento militar era la única salida posible. Aunque la conspiración estaba ya muy avanzada y la fecha fijada para el mes de julio, los conspiradores invocaron a posteriori el asesinato de Calvo Sotelo como prueba de que la intervención militar era necesaria para salvar al país, según unos de la anarquía y según otros de la revolución marxista.

      Desarrollo: 17 al 20 de julio de 1936

      Sublevación en Melilla

      La sublevación militar que daría lugar a la Guerra Civil Española comenzó en Melilla. En la mañana del 17 de julio, los oficiales de Melilla comprometidos con la conspiración celebraron una reunión en el departamento de cartografía del Cuartel general. El Coronel Juan Seguí, jefe de la falange local y de la sublevación en el Marruecos oriental, comunicó a sus compañeros la hora exacta en que comenzaría la sublevación: las 5 de la mañana del día siguiente. Uno de los dirigentes locales de Falange, Álvaro González, traicionó a los conspiradores e informó al dirigente local de Unión Republicana, quién se le confió al presidente de la Casa del Pueblo, quien se lo comunicó a Romerales. Cuando los conspiradores volvieron a la sala de cartografía después de comer, y cuando ya se habían repartido las armas, el teniente Zaro rodeó el edificio con soldados y policías. Sorprendidos, uno de estos, el Coronel Darío Gazapo, preguntó jovialmente a Zaro Qué le trae por aquí, teniente. Tengo que registrar el edificio en busca de armas, le contestó Zaro. Gazapo telefoneó a Romerales: Es cierto, mi general, que ha dado usted órdenes de que se registre el departamento cartográfico. Sí, sí, Gazapo –contestó Romerales-, hay que hacerlo. Gazapo, que era un oficial miembro de la Falange, telefoneó a una unidad de la Legión extranjera para que acudiera a auxiliarle. Ante la presencia de la Legión, Zaro vaciló y se rindió. Entonces, el coronel Seguí se dirigió al despacho de Romerales, donde entró pistola en mano. En el interior del despacho se estaba produciendo un altercado entre unos