Jaime E. Expósito

La senda del Ópalo


Скачать книгу

      Allí disponía de un pequeño cuarto cercano a la puerta principal, lo que le facilitaba responder rápidamente a las llamadas del exterior y atender al señor cuando viajaba por negocios, ya que su regreso siempre coincidía con las horas más intempestivas. En el interior de aquella habitación había una pequeña cama; a su derecha, una minúscula cómoda con un espejo y una pila; a su izquierda, un diminuto armario. Se acercó a él y lo abrió. En la parte inferior, el armario disponía de dos pequeños cajones, abrió uno de ellos y cogió unos extraños muñecos hechos de tela arpillera. Los guardó en su mandil y salió de la habitación.

      Ya en el recibidor, aguzó el oído. Sabía que, desde ahí, escucharía cualquier movimiento que hubiera en la planta superior. No oyó nada, así que anduvo sigilosamente hasta la puerta de la calle, la abrió y salió asegurándose de que la cerraba con cuidado para evitar despertar a la familia.

      Afuera, el frío se notaba, se abrigó con el pequeño chal que llevaba sobre los hombros y corrió por el jardín, mirando de vez en cuando hacia atrás para detectar, a través de las ventanas, cualquier movimiento extraño dentro de la casa.

      Al final del camino de grava había una caseta donde se guardaban los enseres y aparejos de jardinería. Desde que Ayira llegó, solo ella mantenía el jardín, así que nadie más tenía la llave. Abrió el candado y se encerró dentro.

      A oscuras, prendió una cerilla larga que iluminó el cuartucho. Encendió, una por una, todas las velas negras que había dispuestas en círculo en el suelo alrededor de ella. Luego se dirigió al fondo e iluminó un santuario macabro que coronaba una deidad con cuerpo de cerdo. Su cabeza era de cabrito y de su boca salía una lengua viperina. Alrededor de la figura y por el suelo, manchas de sangre salpicaban aquel escenario tétrico.

      Caminó hacia atrás y se colocó en el círculo, se arrodilló y dispuso los tres muñecos en el suelo. A uno de ellos le faltaba un botón que hacía de ojo. Extrajo de su bolsillo el botón que arrancó de la chaqueta del señor y lo cosió. Durante un instante, admiró aquellos muñecos que imitaban fielmente a cada habitante de la casa.

      Tras deleitarse con los muñecos, abrió una botella de ron y bebió un gran trago que luego escupió haciendo un círculo. Cerró los ojos, empezó a ladear su cuerpo mientras rezaba. Repetía una y otra vez las mismas palabras, aparentemente inconexas. El tono de su voz cambió, se volvió más profundo, y su cuerpo se estremecía. Siguió repitiendo las palabras, ahora gritando, y empezó a convulsionar hasta que su columna se quedó rígida. No se podía mover.

      Abrió los ojos, unos espantosos ojos en blanco. Su cabeza sufría espasmos. El cuerpo era de Ayira, pero ya no era ella, estaba poseída por fuerzas que escapan a nuestro entendimiento. Extrajo de su vestido una aguja de tejer y atravesó varias veces cada uno de los muñecos, con tanta saña que empezaron a vaciarse las semillas que había en su interior.

      En los instantes en los que Ayira hacía aquel rito diabólico, en la casa helaba. En la más secreta oscuridad de la noche, las paredes sufrían y se retorcían de dolor. Como si tuvieran venas, los muros empezaron a dilatarse. Daba la sensación de que la casa iba partirse en dos, reventando sus pilares. Las habitaciones se iluminaban y apagaban sin sentido mientras que los habitantes de la casa convulsionaban en sus camas sufriendo horribles pesadillas que retorcían sus mentes y anulaban su voluntad.

      Jamás se volvieron a despertar… en este mundo.

      Конец ознакомительного фрагмента.

      Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

      Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.

      Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.

/9j/4SnSRXhpZgAATU0AKgAAAAgADgALAAIAAAAmAAAAtgEAAAMAAAABBngAAAEBAAMAAAABCfcA AAECAAMAAAADAAAA3AEGAAMAAAABAAIAAAESAAMAAAABAAEAAAEVAAMAAAABAAMAAAEaAAUAAAAB AAAA4gEbAAUAAAABAAAA6gEoAAMAAAABAAIAAAExAAIAAAAdAAAA8gEyAAIAAAAUAAABD+ocAAcA AAgMAAABI4dpAAQAAAABAAAJMAAAEdhXaW5kb3dzIFBob3RvIEVkaXRvciAxMC4wLjEwMDExLjE2 Mzg0AAAIAAgACAAtxsAAACcQAC3GwAAAJxBBZG9iZSBQaG90b3Nob3AgQ0MgKFdpbmRvd3MpADIw MjI6MDQ6MDcgMTg6NTY6MTEAHOoAAAAIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA