Polo Toole

The mystery box


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se desconectó y volvió a tumbarse en la cama, con la idea de estar como máximo cinco minutos, pero se le fue un poco de las manos y, cuando volvió a mirar en su muñeca el reloj digital, habían pasado quince. Entonces se incorporó y se quedó meditando un rato. Por fuera estaba poco menos que catatónico, pero por dentro el cerebro iba a todo trapo entre la idea de dormir más y la obligación mental de tener que aprovechar el día. Fue una dura batalla, pero finalmente la ganó y se levantó para ponerse unos pantalones de pijama y una camiseta de tirantes. Por último, se colocó las zapatillas de estar por casa y se dio cuenta de que ya hacía bastante calor para llevarlas, puesto que tenían borreguillo por dentro y eran cerradas, así que anotó algo en un papel donde tenía una pequeña lista con lo que le iba surgiendo. La lista rezaba:

      * Jeringuillas

      * Tiritas

      * Chicles de hierbabuena

      * Gorra verano

      * Zapatillas verano

      Al apuntar esto último, se dio cuenta de que había olvidado algo importante. Cogió su agenda y miró la fecha en la que estaba, suspiró con desgana y volvió a quitarse los pantalones. Entró un momento al baño, al que tenía acceso desde su habitación sin tener que salir de la misma y se lavó las manos a conciencia, después abrió un armario y sacó una cajita médica con tapa donde había una única jeringuilla y un envase con la solución inyectable de testosterona. Abrió la ampolla con mucho cuidado, puesto que se había cortado sin querer un par de veces, y succionó con la jeringa el máximo de contenido. Volvió a ponerle el tapón y la dejó sobre el lavabo. Entonces estiró un poco el cuello, los brazos y los hombros sin prestarse mucha atención en el espejo. Después se bajó los calzoncillos un poco para ver la zona del trasero donde iba a efectuar el ritual de cada mes y, tras unos cuantos restregones de alcohol y varios pellizcos para localizar la zona perfecta, decidió no ejecutar la tarea. Se miró en el espejo y se colocó bien los pantalones, había tomado una decisión. Después se miró el tatuaje de la pierna, estaba un poco descontento con la poca nitidez de éste; probablemente tendría que repasarlo. Recogió todo con sumo cuidado para eliminarlo, se lavó bien las manos y volvió a su cuarto para ponerse los pantalones. Volvió una vez más al aseo para lavarse la cara y mirarse la barba de forma curiosa, meticulosa casi, hasta que abrió el grifo con agua caliente y, con la cara llena de espuma, se afeitó.

      —Joder, lo que tenga que ser, será... –soltó para sí mismo.

      —¿Estás en el baño? –Alberto odiaba que le preguntara eso. Puerta entreabierta, luz encendida, ¿qué más podía ser?

      —Sí..., obviamente –esto último lo dijo para sí. Luego salió del baño y apagó las luces mientras se quedó meditando un momento. Las mañanas le costaban y su humor era bastante espeso e irascible en éstas, por eso intentaba calmarse antes de tener cualquier conversación pues, aunque era perfectamente consciente de que nadie iba a mal, muchas veces se lo tomaba así. Más bien, no le apetecía tener ningún tipo de conversación hasta que se desprendía de esa tensión mañanera, aunque con frecuencia tenía que aguantarse y soltar algunos monosílabos haciendo un esfuerzo soberano para no sonar irritado.

      —Pues sí que has madrugado, ¿no?

      —No tanto.

      —¿Desayunamos juntos? He puesto la cafetera.

      —Hum, me haré té –cogió la tetera y la vació, para luego sacar los restos de hojas de té verde con la mano y enjuagarla bien antes de volver a echarle agua, medida con un vaso y un cuarto más para no quedarse corto, y ponerla al fuego. Después miró en el envase de metal donde lo guardaba–. Joder..., casi no queda.

      —¿Tienes para hoy?

      —Lo justo.

      —He quedado con Ata a la hora de comer, puedo pasarme por la tienda antes o después y comprar más, no te preocupes.

      —Hum, gracias –Dios, qué coraje le daba no poder corresponder con la misma intensidad, pero realmente apreciaba muchísimo el gesto de su amigo.

      —Estuvo bien la noche, ¿no? –Víctor quería recordarle a su amigo el pacto sobre la caja misteriosa que habían hecho, pero no sabía muy bien cómo sacar el tema ni si era demasiado pronto o sería mejor hablarlo por la tarde con algún vermut.

      —Bastante –reflexionó mientras quitaba la tetera del fuego y la dejaba reposar un minuto con las hojas.

      —¿Miel? –se la acercó.

      —Sí, –la coge– gracias –vierte un poco de té en el vaso y comprueba que tiene el color idóneo, así que lo llena entero y se pone dos cucharadas de miel–. La verdad es que estuvo guay anoche.

      —¡Total! Me lo pasé de maravilla danzando a saco.

      —... y muy bien con Ata –la ira de la mañana se iba desvaneciendo poco a poco–. Tuvimos varios momentos para hablar un poco más tranquilos y, cuanto más la conozco, mejor me cae, te lo tengo que reconocer –miró a su amigo, que estaba disfrutando.

      —¡Lo sabía! Si es que te conozco perfectamente, –Víctor le guiñó un ojo mientras que Alberto fruncía con media sonrisa– es conocerte, tío, es conocerte...

      —Bueno, no será para tanto, que hay amigos tuyos que nunca pude tragar, ¿eh?

      —Ya, ya, pero suelo acertar. Errores los tiene todo el mundo, en mi caso menos obviamente, ya que rozo la perfección –Alberto le dejaba hacer mientras terminaba de prepararse una tostada con tomate y aceite–. Es que es normal, la naturaleza, Dios, el Universo, el Arché sabían que no podían hacerme excélsior. Necesitaban un ser supremo, sí, pero uno que pudiera mimetizarse entre el resto. Y por eso estoy aquí en la Tierra, lugar soberano donde mi resplandor palidece ante la absurda brutalidad e incongruencia de los que la habitan.

      —Guau –Alberto mastica el primer bocado de tostada.

      —True story, fella.

      —...ción –Alberto se ríe con los ojos muy cerrados, intentando no darle demasiada importancia a lo que, en su cabeza, había sido el juego de palabras de la semana.

      —Buen corte humorístico –se ríe–. Eso solo puede significar una cosa...

      —¿Qué pollas dices?

      —¡Que ya se te ha pasado la mala leche de la mañana! –Víctor abraza a su amigo muy fuerte.

      —Pero...

      —Shh..., shh..., tranquilo, tranquilo mi niño, yo estoy aquí, shh...

      —Como me manche sí que me voy a enfadar –dice con cierto esfuerzo por la brutalidad del achuchón.

      —Vale, ya está –se despega y lo mira con brillo en los ojos.

      —A ti te pasa algo, ¿verdad? –dice con acento de sospecha.

      —Ay, Alberto... –se sienta en la encimera y se cruza de piernas haciendo cierto espectáculo y mesándose el flequillo–. Soy como un libro abierto para ti, eres mi lector de alma, mi...

      —Vale, –dijo estirando la palabra –lo pillo –lo corta con cariño–. Venga, ¿qué has hecho?

      —Ata y yo nos besamos ayer –abre mucho los ojos y lo mira con picardía.

      —¡Oh!, no está mal, vichyssoise –se alegra–. Ya decía yo que estabas ahí tenso cual chihuahua cuando vino ayer.

      —No sabía que iba a pasar, ¡pero me alegro de que pasara!

      —¿Y qué hicisteis ayer? Vino con nosotros a casa, ¿no? Creo que bebí un poquitín de más.

      —Sí, y dormimos juntos, pero no pasó nada.

      —¿What? –dice con calma.

      —Estábamos rotos y yo el primero, que la noche anterior casi no dormí pensando en ella.

      —Bueno, sois jóvenes, tenéis mucho tiempo para hacer manitas.