se consideraban hermanas “del alma”.
De cualquier modo, el grado de identificación de estas grandes pintoras con el periodo republicano no es comparable con el fuerte compromisoadquirido por otras figuras de perfil político más acusado, como Constancia de la Mora e Isabel Oyarzábal. Esta última fue militante socialista y Constancia de la Mora ingresó en el PCE durante la Guerra Civil, pero no tuvieron cargos dentro de sus respectivos partidos y compatibilizaron la política con la actividad profesional.
Zenobia Camprubí, Carmen de Zulueta, Josefina Carabias o Mercè Rodoreda hallaron en la Segunda República un viento de modernidad, una etapa de oportunidades para ellas mismas como mujeres y para la propia sociedad. Todas ellas acabaron en el exilio, no por haber participado activamente en la contienda, sino por sentirse parte de aquel periodo histórico en el que se habían sentido un poco más libres. María Moliner, Matilde Ucelay, María Brey y Matilde Moliner, depuradas por sus adherencias o simpatías republicanas, no se marcharon fuera de España pero sufrieron el ostracismo y las represalias propias del exilio interior.
La palabra burguesa hay que entenderla en sentido amplio y no en términos estrictamente económicos ni dotada de connotaciones elitistas. En el contexto de esta obra expresa que no se trata de obreras sino de mujeres profesionales e ilustradas, de clase media en su mayoría, o de la alta burguesía algunas,como Constancia de la Mora. Precisamente, el Diccionario de uso del español de una de nuestras protagonistas, María Moliner, indica que el término burguésse utiliza “por oposición a proletario”. Moliner añade que también “se aplica a veces despectivamente y a veces humorísticamente” referido a personas de posición económica acomodada. Nada de eso significa aquí. Al poner el foco en mujeres de clase media, o de extracción burguesa, lo que se quiere significar es que no son militantes obreras ni defienden a ultranza ideas de emancipación revolucionaria. Son mujeres de ideas progresistas e igualitarias, ligadas al mundo universitario o urbano y con un claro propósito de ganarse la vida por sí mismas. Hijas de la burguesía emprendedora y de la República.
La Segunda República tuvo en sus inicios un carácter reformista que caló hondo en las clases medias y universitarias. El radicalismo que le atribuyen sus detractores o algunos de sus estudiosos más críticos fue minoritario en sus comienzos. Más tarde, el golpe militar y la Guerra Civil dieron al traste con la apuesta reformista y pervirtieron muchos de sus logros. Conviene subrayar, por tanto, el doble carácter de burgueses y republicanos moderados o de centro izquierda de la mayoría de los seguidores del régimen constituido en 1931. No fue una empresa alocada o revolucionaria sino un movimiento que concitó amplias adhesiones y aglutinó distintas opciones, de ahí su vertiente plural y su fragilidad: la apoyaron republicanos moderados y burgueses liberales, socialistas con una menor o mayor sensibilidad revolucionaria, nacionalistas catalanes y vascos, anarquistas y libertarios y la entonces minoría comunista.
No hay que olvidar, además,que, la Segunda República representó una oportunidad histórica excepcional para las mujeres. El 1 de diciembre de 1931 las Cortes Constituyentes derribaron las barreras que negaban a las españolas el derecho al voto. Clara Campoamor, republicana radical, defendió en el hemiciclo un sufragio femenino sin tutelas ni restricciones. Así fue.
No obstante, se acostumbra a identificar a la Segunda República con mujeres de relevancia excepcional como Victoria Kent, Margarita Nelken, Pasionaria, María Lejárraga o María Teresa León... Sin embargo, la influencia del ideario republicano en otras mujeres de su generación fue bastante permeable: abogadas, periodistas, escritoras, funcionarias y no sólo políticas interiorizaron en sus vidas y profesiones las ideas republicanas. No en vano maestras y profesoras como Matilde Moliner, o bibliotecarias y archiveras como María Brey o María Moliner, fueron duramente castigadas por los expedientes de depuración franquista.
Las que eran niñas y adolescentes en los primeros años treinta percibieron ese viento de libertad en su educación. Aunque no se identificaran del todo con la República o apenas comprendieran o repararan en su ideario debido a su corta edad, sí vislumbraron que aquellos cambios las favorecían y que estrenaban derechos que las impulsaban hacia delante. Había por tanto una base social importante de mujeres que mantenían afinidades republicanas o en algunos casos, actitudes ambivalentes hacia una República que consideraban benefactora aunque no asumieran todo su programa o criticaran determinados errores o insuficiencias. Más allá de la dicotomía Monarquía/República, lo que estaba en juego en esos años fue la consolidación de la democracia frente a sus viejos enemigos: el oscurantismo, el señoritismo y la ignorancia. No en vano, hay quien considera que la democracia actual, y en especial los años del consenso liderados por Adolfo Suárez, son herederos más o menos directos de aquella Segunda República reformista herida de muerte tras el golpe militar del 36 y la Guerra Civil.
Las biografías de las 14 protagonistas de esta obra dan testimonio del avance de la mujer en aquel periodo y reflejan sus propios avatares personales y profesionales. No están todas las mujeres valiosas de la época, pero son plenamente representativas. Aunque los textos han sido revisados y ampliados, inicialmente estas semblanzas biográficas fueron publicadas en la revista literaria ovetense Clarín, entre 2006 y 2012. Elegir qué semblanzas de las ya publicadas se reunían en esta nueva obra y qué otras se descartaban no siempre ha sido fácil. Al primar el factor generacional y la coherencia de formar parte de una época, no se ha incluido la de la escritora y académica Soledad Puértolas, autora contemporánea que empezó a publicar en los años de la Transición. Por coherencia tampoco se ha incluido la de Carmen Laforet (estudiada en profundidad en Mujeres de la posguerra). A pesar de que Carmen Laforet, nacida en 1921 en Barcelona, tuvo una adolescencia y juventud en libertad y en sus años de estudiante de bachillerato en Canarias, donde residía, se formó en el ideario republicano, representa más al mundo de la posguerra que al de la Segunda República. Laforet fue una chica bastante salvaje que vagabundeaba por la playa y se saltaba alguna que otra clase, pero sentía devoción por su profesora Consuelo Burell, educada en la Institución Libre de Enseñanza. Su vida, sin embargo, dio un giro crucial al ganar el Premio Nadal con su primera novela, Nada, publicada en 1945. Además de entrar en el mundo literario oficial tras recibir el galardón, se casó con uno de los críticos y periodistas más destacados de la época, Manuel Cerezales, de tendencia liberal-conservadora. Un cúmulo de circunstancias que llevó a la escritora a esa zona neutra donde la rebeldía y la frescura con que escribió Nada dejaron de tener cabida. Quizás fue un símbolo de lo que les pasó a otras jóvenes españolas que de la noche a la mañana perdieron sus libertades sin ser conscientes de que las perdían. Lo cierto es que a finales de los años cuarenta de la Carmen Laforet juvenil y transgresora apenas quedaba más que su habitual cigarrillo. El humo fue su particular manera de seguir siendo fiel a su juventud y de evadirse de una realidad que toleraba, aunque no fuera con ella. Su novela, Nada, era el reflejo de ese vacío existencial y generacional.
Un vacío que evocaba otro tiempo. El tiempo de las libertades perdidas. El tiempo de las pioneras.
CAPÍTULO 1
Republicanas y cosmopolitas
Constancia de la Mora: refinada y comunista
“¡VIVA LA REPÚBLICA!” Así termina Constancia de la Mora Maura (1906-1950) In Place of Splendor: the Autobiography of a Spanish Woman (Doble esplendor, en castellano) su autobiografía personal, familiar y política hasta 1939. Un libro publicado en Estados Unidos en el verano de 1939 considerado pionero dentro de la literatura “de la memoria” sobre el exilio escrita por mujeres. Silvia Mistral (Éxodo. Diario de una refugiada española, Minerva, México, 1940) y Clara Campoamor (La révolution espagnole vue par una republicaine, Librairie Pion, París, 1937), este último escrito antes de terminar la Guerra Civil, fueron también de las primeras en legar sus vivencias. Isabel Oyarzábal, otra exiliada a la que se dedica parte de este capítulo, plasmó también sus memorias años después. Al igual que Carlota O´Neill y María Lejárraga. Y ya en sus años de madurez, María Teresa León con Memoria de la melancolía, su obra de culto. El final elegido por De la Mora es un grito no sólo de desgarro sino de afirmación. La Segunda República agonizaba y ella no se resignaba a que el proyecto que había transformado su vida se extinguiera.
La derrota republicana inauguraba, además,