David Agustí

Los almogávares


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establece en Valencia, donde trabaja como procurador de Bernat de Sarriá. Aún en Valencia, a los sesenta años empieza a escribir la crónica de sus aventuras junto a Roger de Flor y los almogávares. La crónica abarca el periodo histórico desde 1205 hasta 1327 y la escribe durante tres años. A pesar de su avanzada edad, Muntaner no puede estar en un lugar durante mucho tiempo y se establece de nuevo en Mallorca (1331), donde ocupa un cargo de confianza del monarca Jaume III (Jaime III) como batlle (cargo administrativo parecido al de alcalde actual) de Ibiza. A los setenta y un años, el guerrero y cronista muere en aquella isla.

      La crónica de Muntaner relata la vida de los almogávares en Oriente. El autor utiliza un leguaje épico y, al igual que Desclot, compara al monarca y a Roger de Flor con héroes míticos como Roland o Lancelot. Pese a narrar los hechos con gran dosis de fantasía, la imaginación utilizada no quita veracidad al relato. El autor inicia su crónica dándole forma de sueño, un sueño en el que él mismo se imagina en un viaje en el que participa activamente. Durante este sueño se le presenta un hombre vestido de blanco que le ordena:

      “Muntaner, lleva sus e pensa de fer un llibre de les grans meravelles que has vistes qué due ha fetes en les guerres on tu és estat, com a Déu plau que per tu sia manifestat”.

      [Muntaner, despierta y haz un libro de las grandes maravillas que has visto en las guerras dónde has estado, como a Dios le place que por ti sea escrito].

      La narración de Muntaner, aunque fantasiosa en algún pasaje, relata a la perfección el comportamiento de los almogávares y los hechos que se van sucediendo a su alrededor. La mayoría de las veces nos cuenta la historia en primera persona, mostrándose así como un testigo de excepción. Un ejemplo claro es cuando narra el asesinato de su gran amigo Roger de Flor:

      “I encara féu majar malvestat el ditxor Miqueli: que ordanat hac que els turcoples, amb partida deis alans, que hac trameses a Gal’lípol, i hac ordenat que aquell dia que el cesar moriria”.

      [Aún hace mayor maldad el llamado Miguel: ha ordenado que los turcos, junto con los alanos que han llegado a Gallípoli, que ese día muera el césar].

      Muntaner, además, destaca por ser un brillante estratega y guerrero; y lo demuestra en la audaz defensa de Gallípoli, en la que tan solo partici pan mujeres y niños.

      La última de las cuatro grandes crónicas es la que el rey Pere II el Cerimoniós (Pedro III el Ceremonioso, 1336-1387) ordena escribir sobre su reinado. Una crónica donde hace balance de su política y del futuro de la casa dinástica de Barcelona. Pide a su secretario, en 1375, que describa en la narración todos los hechos, buenos y malos. La crónica aún tiene un claro estilo medieval, sobre todo en la concepción providencialista del poder del monarca. El rey Pere concibe la crónica cómo el paso por la historia de una corona poderosa en el Mediterráneo; conoce la historia de sus antepasados y confía en seguir sus pasos. La narración de Pere el Cerimoniós sigue el estilo del Llibre deis feyts de Jaume I; es una narración biográfica, aunque, a diferencia de las otras tres crónicas, esgrime en el relato una dramatización de la historia. Esta crónica marca el fin de la expansión catalana por el Mediterráneo y, prácticamente, de la dinastía de la Casa de Barcelona; con ella se cierra un ciclo importantísimo en la historia de la Corona de Aragón. La crónica está dividida en seis capítulos, aunque dada la extensión de cada uno de ellos se puede considerar que la estructura de la narración está dividida en seis libros. En toda la obra, pero sobre todo en el inicio, Pere el Cerimoniós alaba a Dios por su poder y por su participación en el momento histórico en el que él es protagonista. La obra comienza así:

      “Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam”.

      [No para nosotros Señor, no para nosotros, sino para la gloria de tu nombre].

      Nacido en el año 1240, Pere el Gran [Pedro el Grande], hijo del rey Jaume I el Conqueridor [Jaime I el Conquistador], se dedica durante su juventud a gobernar los reinos peninsulares mientras su padre expande el territorio por el Mediterráneo, sobre todo cuando decide llegar hasta Tierra Santa. Por lo tanto, nos encontramos con un joven que antes de reinar conoce a la perfección sus territorios. Su experiencia bélica la inicia con los enfrentamientos contra los sarracenos, rebeldes valencianos, y ayudado por un cuerpo militar que empieza a adquirir notoria importancia, los almogávares. Según cuentan las crónicas de Ramón Muntaner, el infante Pere se caracteriza por su enorme dureza, su gran capacidad táctica y su gran experiencia política, todo ello unido a una gran nobleza. Además de la tarea de pacificación de sus territorios, Pere el Gran se enfrenta a la revuelta de los barones catalanes. Estos se quejan de que el rey no se ha presentado a jurar los privilegios de Cataluña y de que exige una serie de tributos sin el permiso de las Cortes catalanas. Finalmente, cuando consigue pacificar todos sus territorios, se despierta en Pere la necesidad de la búsqueda de nuevos objetivos, sobre todo el que ha perseguido su padre, Jaume I, constantemente: la ampliación mercantil del reino; pero para ello resulta imprescindible el control sobre Sicilia. Aunque en primer lugar debe ocuparse de la definitiva pacificación de las fronteras exteriores de la corona catalana-aragonesa. El primer reto que tiene que afrontar es llegar a un acuerdo con el Reino de Castilla. Y para ello aprovecha un inesperado golpe de fortuna, una ventaja insospechada para llegar a un pacto con el reino castellano. Fernando, primogénito de Alfonso X el Sabio, fallece en un encuentro con los sarracenos. La política castellana se agrava con la disputa por la sucesión al trono de Castilla. Por un lado, se sitúan los infantes de la Cerda, Fernando y Alfonso, hijos del difunto Fernando. Por otro lado, Sancho, segundo hijo de Alfonso X, reclama su derecho sucesorio. La disputa se prevé sangrienta. Blanca, viuda de Fernando, para evitar la muerte de sus dos hijos, huye al Reino de Aragón junto a la reina Violante de Castilla, hermana de Pere el Gran. El rey catalán resuelve retenerlos en Aragón para así tener a Sancho de Castilla a su merced. El monarca dispone que si el rey castellano no cede a sus designios, puede provocar una guerra civil e instaurar a Alfonso en el trono castellano. Pere el Gran acepta entrevistarse con el rey Alfonso X en la frontera castellana, en Campillo y Agreda, ambas localidades puestos fronterizos; las decisiones tomadas allí el 27 y el 28 de marzo de 1281 favorecen a Pere el Gran: el infante Sancho renuncia a su parte de la conquista de Navarra y son entregadas algunas plazas fuertes a la Corona catalano-aragonesa, Murcia entre ellas.

      El segundo reto para Pere el Gran es solucionar el contencioso con su hermano Jaume II de Mallorca. Jaume I había dispuesto que sus reinos se repartieran entre sus dos hijos: la zona comprendida por las islas Baleares, el condado de Rosellón y Montpelier sería gobernada por Jaume, mientras Cataluña y Aragón quedarían bajo el mandato de Pere. Sin embargo, Pere el Gran quiere que su hermano rinda vasallaje a la Corona catalanoaragonesa, aun manteniendo el gobierno de los territorios hereda dos de su padre. Al principio Jaume II se resiste, pero acaba aceptando el 20 de enero de 1279. Todos estos esfuerzos de Pere están encaminados a frenar el creciente poder de Carlos de Anjou, hijo de Luis VIII de Francia y amigo de Jaume II, que muestra gran antipatía y recelo hacia Pere. El monarca catalán no solo se emplea a fondo en adquirir alianzas con los reinos europeos, sino que, además, esgrime la política matrimonial para afianzar su reinado: casa a su hija Isabel con el rey Dionisio de Portugal (1281) Y promete a su hijo Alfons con Eleonor de Inglaterra. Pero le falta el principal enlace para llegar a una total estabilidad, la alianza con la Santa Sede.

      El papa Nicolás III ayuda a Pere el Gran por temor al poder que Carlos de Anjou empieza a ejercer sobre Italia, pero la mala suerte acompaña al rey catalán y el 22 de agosto de 1280 muere el papa. Carlos de Anjou encarcela a todos los cardenales contrarios a su persona e impone a Martín IV como nuevo pontífice. Las líneas del futuro enfrentamiento se han marcado: Pere el Gran se encuentra frente a la oposición de Francia y de la Santa Sede. Pero su tenacidad le lleva a utilizar todos los medios a su alcance para conseguir nuevas alianzas exteriores. Uno de sus objetivos es pactar con Granada y con Túnez para, de este modo, poder contar con un puerto africano que le sirva de puente para llegar a las costas sicilianas. Una vez en Túnez, se encuentra con que el rey tunecino con el que había de tratar, Ibn Al-Uazir, ha sido asesinado, y no tiene más remedio