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      LA GUERRA DE CATÓN

      F. Xavier Hernàndez Cardona

      ISBN: 978-84-15930-18-1

      © F. Xavier Hernàndez Cardona, 2013

      © Punto de Vista Editores, 2013

       http://puntodevistaeditores.com/

      [email protected]

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      Índice

       El autor

       Invierno romano

       El ojo de Aníbal

       El furioso tranquilo

       Saludos de Escipión

       La travesía

       Adiós, adiós, Masalia

       Contra el invasor

       Rhode

       Catón en Emporion

       Un toro para los dioses

       Planes

       El unicornio, de nuevo

       El ejército de Icra

       Peligro en la retaguardia

       La conspiración

       El tesoro de Escipión

       Pacto de plata y oro

       Diplomacia y secuestros

       Matar al cónsul

       Abordaje

       El segundo campamento

       Comandantes íberos

       Pontok

       La vigilia

       Los preparativos

       El cebo

       Una gran batalla

       Un día de furia

       Después de la batalla

       Explotar la victoria

       Destrucción de murallas

       Buscando la pátera

       ¿Turdetania?

       Mapas

      F. Xavier Hernàndez Cardona es doctor, historiador y catedrático de Didáctica de las Ciencias Sociales en la Universidad de Barcelona. Ha escrito varios volúmenes sobre historia militar y ha participado en numerosos proyectos de museización de temática bélica. Asimismo, ha impulsado y colaborado en la investigación arqueológica de campos de batalla del siglo XVIII y de la Guerra Civil española. En Punto de Vista ha publicado la serie Emporion, a la que pertenecen La guerra de Catón y La pátera del lobo; y Guerras, soldados y máquinas.

      Roma. Lucio Emilio Paterno volvió a su apartamento del Aventino. Januarius, del año 557 a martius del año 558 (enero y febrero del 196 a. C.; marzo del 195 a. C. El año romano comenzaba el mes de marzo).

      Lucio Valerio Flaco y Marco Porcio Catón fueron los nuevos cónsules designados para el año 558 ad urbe condita. Catón limitó sus intervenciones públicas a reprobar el lujo de las mujeres. Encerrado en las dependencias de la Curia Hostilia trabajaba continuamente a puerta cerrada. Un ir y venir de enlaces, intendentes y personajes de todo tipo: aspirantes a tribuno, centuriones veteranos, cartógrafos griegos, bibliotecarios... atravesaban a cualquier hora las puertas de su ajetreada oficina. Catón sabía que el Consulado era la oportunidad de su vida. Sólo disponía de un fugaz año para construir un proyecto estratégico para Roma. Tenía una oportunidad y no podía fallar. Sobre las mesas se acumulaban informes variados que releía o examinaba a la luz de carbonizadas lucernas. En pocos días la oficina se convirtió en una cueva ennegrecida de humo y papiro. En las paredes blancas crecieron garabatos: las fases de la batalla de Cinoscéfalos, esquemas con el movimiento de falanges y del sistema manipular, datos de abastecimientos y cálculos de consumo de grano. Un gran mapa del mundo conocido presidía la estancia. Era la copia ampliada del que había enviado Eratóstenes, el director de la Biblioteca de Alejandría. El mapa cambiaba a lo largo del día. Catón tomaba carboncillos y señalaba posiciones y opciones. Sus pensamientos eran recurrentes sobre el futuro de Roma y barajaba distintas posibilidades, pero ya había tomado una decisión: golpearía al destino en Hispania. Hacía meses que un ejército íbero tenía bloqueada la ciudad y base naval de Emporion, aliada de Roma, que era la puerta de acceso a Hispania. Había que ayudar a Emporion y levantar el asedio. Con Emporion en manos romanas la cabeza de puente para recuperar el control de Hispania, con su plata y recursos, quedaría garantizada. Hispania era, pues, el objetivo.

      Lucio Emilio Paterno constaba en la lista de expertos en política hispana. Recordaba vagamente al personaje, a quien, en clave, llamaban la Sombra de Roma. La leyenda urbana le atribuía una participación decisiva en la batalla de Zama. El cónsul Furio Purpurio le envió a Hispania para valorar la rebelión y, según el informe, había jugado un buen papel en la preservación del puerto de Emporion. Decidió conocerlo, podría ser un buen asesor.

      Lucio había pasado el invierno holgazaneando en Roma. Informó a la comisión permanente del Senado y recibió instrucciones: debía estar localizable por si era necesario retomar la misión. Los meses de januarius y februarius, que dieron paso al año 558, se hicieron largos. Con los idus de martius los nuevos magistrados comenzaron a ejercer con frenesí, pero costaba que la maquinaria del estado se pusiera en marcha. El compás de espera hasta que le asignaran una nueva misión se adivinaba tedioso. ¿Y si los burócratas no le enviaban a Hispania? ¿Y si lo destinaban a Macedonia, Siria o Numidia? La idea de no volver a Emporion se le hacía insoportable, e incluso se planteó seriamente abandonarlo todo y embarcar rumbo a Masalia y Emporion. Friné, su amiga emporitana, le crecía en la memoria y el recuerdo le provocaba una ansiedad difícil de conciliar. Al fin y al cabo había la posibilidad de que ella le perdonara. Las mujeres eran máquinas complejas y a menudo no operaban siguiendo la lógica. Quizás Friné, a pesar del lastre epicúreo, o precisamente a causa de este, podía recibirlo con los brazos abiertos... Pero la racionalidad y el deber, imponían. Los acontecimientos dictarían su destino y él no movería un dedo para construir un futuro alternativo.

      Lucio consideraba la nueva coyuntura política con escepticismo, los puritanos habían ganado, no podía concebirlo.

      ─ Ahora dominan los rurales. Marco Porcio Catón, un destripaterrones de Túsculo, y su amigo Lucio Valerio Flaco, otro beato, son los nuevos cónsules dispuestos a salvar a Roma de la perversión... Qué desastre...

      A Catón le había tocado solucionar la rebelión hispana, apaciguar Grecia, vigilar la nueva Cartago de Aníbal, prevenirse contra los macedonios y frenar a los sirios de Antíoco