podrían haber ido a otros destinos más de su posición social, ¿no?
—Pero es que Magaluf tiene algo que no tienen esos destinos tan chic que tú dices —respondió Iñaki.
—¿A qué te refieres?
—A Punta Ballena, ya sabes, novecientos metros de calle donde se reúnen miles de personas y donde podrán campar a sus anchas entre hooligans y demás guiris borrachos haciendo lo que les da la gana. Lo jodido es que la gente piense que Magaluf es la Punta Ballena, Magaluf es mucho más que eso, pero es lo que luego sale en las noticias, los desmadres de los británicos. Como les dicen algunos a sus hijos: «Ve a la Punta Ballena a hacerte un hombre».
—Pero esta gente ya hace lo que le da la gana, tú sabes lo que pasa en sus fiestas privadas, incluso siendo menores tienen todo el alcohol que quieren, hachís, marihuana, cocaína, éxtasis, sexo desenfrenado… No entiendo qué más quieren —insistía la sargento.
—Tú lo has dicho, para poder hacer todo eso lo tienen que hacer en sus fiestas privadas, fiestas privadas donde no hay límites, pero tienen un pero.
—¿A qué te estás refiriendo? —preguntó Antonia.
—El pero es que son sus fiestas privadas, como hemos dicho, reservadas a la gente de su clase, ya que ellos no se van a relacionar con otra gente que no sea de su poder adquisitivo. Así que están un poco cansados de emborracharse con los mismos, drogarse con los mismos, follar con los mismos, siempre la misma gente. Y venir a Punta Ballena les da la oportunidad de emborracharse con otra gente, ponerse hasta el culo de coca con otra gente y follar todo lo que quieran con otra gente —le reafirmaba Iñaki.
—Pero si, como dices, no quieren relacionarse con gente que no sea de su clase, ¿por qué aquí si lo van a querer hacer?
—Porque lo que no quieren es relacionarse con gente que les pueda reconocer o que el día de mañana puedan aparecer en sus vidas sabiendo sus secretos, así que no van a relacionarse con gente normal en Barcelona. Pero aquí lo que van a encontrar es a un montón de gente que mañana no sabrá ni lo que ha hecho —explicaba Iñaki a Antonia.
—Este hotel tiene cerraduras muy modernas en las habitaciones, de las que se abren con el móvil además de con la tarjeta de banda magnética. Hablaré con el director del hotel para que nos facilite el registro de aperturas de la cerradura y que la científica saque todo lo que pueda —comentó la sargento.
—Están trabajando en ello hace un rato ya, pero por aquí han pasado los empleados del hotel, los profesores, los sanitarios: el escenario puede estar bastante contaminado.
—Bueno, saquemos todo lo que podamos. De momento lo único cierto que tenemos es que dos adolescentes han sido agredidos y una adolescente sigue sin aparecer. Encima, niños de papá. ¿Sabemos si han hablado con los padres? —preguntó Antonia.
—Los menores están a cargo de Gemma Roca, que es su tutora en el EIAR. Hemos contactado con ella y nos ha confirmado que se ha encargado de hablar con los padres de los tres menores, que llegarán hoy mismo las tres familias a Palma en un jet privado y se dirigirán al Hospital Principal.
—Bueno, un trago menos, siempre es desagradable dar una mala noticia a los padres. De todas formas, quiero hablar con ellos lo antes posible, ahora voy al Hospital Principal a ver qué más nos pueden decir.
La sargento Borrás se dirigió al Hospital Principal en Palma capital, entró por la puerta de urgencias, se aproximó al mostrador y sacó su identificación de guardia civil.
—Buenas tardes, soy la sargento Borrás de la UCO de Palma. Han traído a dos jóvenes desde el Hotel Night Beach: Tania Cardona y Gerard Puig.
—Buenas tardes. Están ingresados en la UCI. Suba a la primera planta y nada más salir del ascensor, a mano derecha, allí hay un mostrador. Vaya subiendo mientras yo aviso de su llegada.
—Muchísimas gracias.
La sargento Borrás se dirigió al ascensor y subió hasta la primera planta. Al abrirse las puertas, se acercó al mostrador de UCI, donde ya le esperaba el médico responsable. De nuevo sacó su identificación para mostrársela al doctor.
—Buenas tardes. Sargento Borrás de la UCO. Necesito hablar con el doctor que ha atendido a los adolescentes que han traído del hotel de Magaluf.
—Soy el doctor González, yo he atendido a los jóvenes. Podemos pasar al despacho de UCI para hablar más tranquilos.
El doctor abrió la puerta de la zona de UCI, acompañó a la sargento Borrás hasta el despacho y le franqueó la entrada. Había una mesa y una silla en la que se sentó el doctor González; frente a la mesa se podían observar dos sillas más para atender a los visitantes.
—Tome asiento, por favor —le indicó el doctor a la sargento.
—¿Cómo se encuentran los chicos?
—Están fuera de peligro, sus constantes son prácticamente normales, pero siguen en un estado…, cómo decirlo, están en una especie de coma inducido, cosa que no debería ser posible por la cantidad de alcohol y cocaína que hemos encontrado en su cuerpo. La marca del cuello es sin duda de algo que les han inyectado. ¿El qué? Aún lo desconocemos, lo cierto es que nos tienen totalmente desconcertados. Sea lo que sea, es algo que les ha puesto el cerebro, por decirlo de alguna forma, al ralentí. Apenas lo suficiente para seguir respirando y poco más. Lo único que podemos hacer de momento sin poner en peligro sus vidas es suministrarles suero fisiológico a través de una vía. Ya he solicitado unos análisis de sangre más exhaustivos, pero tardarán unas horas, unas horas que serán a su vez críticas. El cuerpo poco a poco irá limpiando las toxinas y podremos hacer algo más, pero ahora mismo yo no me atrevería a decir cuándo podrían despertar. Quizá en unos días o quizá en unos meses, es imposible preverlo sin saber qué demonios les han inyectado.
—Los jóvenes fueron maniatados y amordazados, ¿hay heridas defensivas?
—En la chica no se observan, parece que fue maniatada sin oponer resistencia y no se observa tampoco marcas de haber intentado soltarse. El chico tiene algunas marcas de haberse resistido a ser atado y después tiene marcas de haber intentado soltarse.
—¿Hay signos de agresión sexual? —preguntó la sargento.
—Hay indicios de relaciones sexuales recientes, pero ningún signo de agresión. A priori yo diría que mantuvieron relaciones consentidas entre ambos.
—¿Alguna otra cosa extraña o fuera de lo común que haya podido observar?
—Ninguna otra cosa, no hay signos de maltrato aparte de las heridas en las muñecas mencionadas y las irritaciones en los labios debido al pegamento de la cinta con la fueron amordazados.
—Por favor, doctor, en cuanto puedan hablar necesitaré hacerles unas cuantas preguntas. No tiene ni pies ni cabeza todo lo sucedido. ¿Han comunicado los padres cuándo van a llegar?
—Vuelan en jet privado desde Barcelona. En teoría dentro de una hora como mucho deberían estar en la isla.
—Gracias, doctor. Si no le importa, me quedaré en la sala de espera de la UCI. Cuando lleguen y tengan la ocasión de hablar con usted, me gustaría hacerles unas preguntas. ¿Podré utilizar este despacho? Solo serán unos minutos.
—Por supuesto. Cuando los padres sean informados del estado de sus hijos, les avisaré de que quiere hablar con ellos.
La sargento Borrás se puso en pie y se trasladó a la sala de espera de UCI.
Aproximadamente una hora y media más tarde, la sargento Borrás pudo observar como llegaban los padres de Tania y Gerard, a quienes el doctor González hizo pasar al despacho.
Habían transcurrido no más de veinticinco minutos cuando el doctor González salió en busca de la sargento Borrás.
—Puede usted pasar, los familiares aguardan.
—Gracias, doctor, intentaré ser breve.