Virginie T.

Huye, Ángel Mío


Скачать книгу

conmigo. Me ha dejado. Definitivamente.

      Léon aprieta los labios frente a mí dejándolos invisibles entre su barba negra y poblada.

      —Brandon es un idiota. Será él quien lo lamente.

      Mi risa se transforma poco a poco en sollozos desgarradores y un torrente de lágrimas invade mi rostro antes de que me dé cuenta. Al final, aún tenía lágrimas.

      —Ha borrado más de dos años de relación como si nada. Como si ese tiempo juntos no tuviera ninguna importancia. La única que lo lamenta soy yo. Debería haberme esforzado más, debería haber escuchado sus temores. Solo quería que encontrara un trabajo y…

      —Shhh. Calla, Mal. Respira. Estás conteniendo tu respiración.

      Efectivamente, no he respirado ni una vez durante toda mi parrafada. Los remordimientos me cortan el aliento. Léon me acaricia la espalda de arriba abajo, animándome a inspirar y exhalar a su ritmo. El calor de su palma atraviesa el tejido de mi prenda superior y una vez más, me parece que se está acercando demasiado a mí.

      —Me voy a ir.

      —No digas tonterías, Mallory. No estás en condiciones de ir a ningún sitio. Ni siquiera tienes coche. ¿Tienes algún lugar adónde ir, al menos?

      Me hundo un poco más en el asiento, con los hombros encorvados.

      —Tendré que volver a casa de mis padres.

      Aunque no me apetece nada, no tengo otra opción. De mis ojos se deslizan lágrimas de vergüenza. Pronto tendré 27 años y voy a tener que volver a vivir con mis padres como una niña. Estoy enfadada conmigo misma por no poder ser independiente.

      —Puedes quedarte aquí algún tiempo.

      Levanto bruscamente la cabeza y miro a Léon como si le hubiera crecido una tercera cabeza o un cuerno en la frente.

      —Eres un cielo, Léon, pero no es una buena idea.

      Se levanta cuan largo es y me mira desde toda su altura. Un semblante de miedo se insinúa en mí.

      —Realmente, no era una proposición, Mal.

      Me levanto y retrocedo en dirección a la puerta.

      —Estás empezando a asustarme, Léon. Más vale que me vaya.

      Se acerca a mí como un depredador arrinconando a su presa. Así me siento exactamente: una presa atrapada contra una puerta que no se abre a pesar de mis desesperados intentos para girar la manilla.

      —Estaremos bien los dos, Mal.

      Sus palabras apenas atraviesan la bruma de mi pánico. Sacudo la cabeza, pero tengo la sensación de tener la cabeza de algodón. Tengo serias dificultades para controlar mis ideas y cuando abro la boca, tengo la repentina impresión de que mi lengua pesa una tonelada. Me desplomo a medias contra la puerta mientras que Léon se acerca más. No parece estar preocupado por mi extraña debilidad y entonces surge en mí una sospecha.

      —¿Qué me has hecho?

      Mi voz apenas se oye. Posa su mano en mi mejilla y soy incapaz de esbozar el gesto de repulsión que quisiera hacer. Mis piernas me sujetan con dificultad. Siento que me deslizo poco a poco hacia el suelo. Antes de que me caiga del todo, Léon pasa un brazo bajo mis piernas y por mis espalda y me pega a su ancho torso. Mi cabeza se zarandea en un ángulo doloroso, pero soy incapaz de ponerla recta.

      —Pensaba tener algo más de tiempo. Tu habitación aún no está terminada. Espero que te guste.

      ¿De qué habla? ¿Desde cuándo tiene previsto secuestrarme? ¿Por qué? ¡Pensaba que era mi amigo! Mis preguntas se quedarán sin respuesta. Soy incapaz de hacérselas y termino por quedarme inconsciente cuando Léon me deja sobre una superficie blanda.

      Mis párpados pestañean bajo la fuerte luz. El sol me agrede la retina con sus rayos luminosos. Estoy desorientada, incapaz de recordar dónde estoy ni qué me ha traído a este lugar desconocido. Intento frotarme los ojos para aclararme la vista, pero mi muñeca derecha se para en seco con un ruido metálico. Insisto, y entonces siento dolor. Un metal frío me muerde terriblemente la piel. Me contento con mi mano izquierda para despegar mis ojos, y luego mi mirada se posa en la traba. Porque es precisamente eso. Unas esposas me tienen prisionera y sujeta a la cama. El pánico se apodera de mí. Miro a mi alrededor. Estoy sola en una habitación desconocida y mis cosas están colocadas en estanterías abiertas, como si viviera aquí desde hace tiempo. La angustia me come las entrañas.

      —¿Hay alguien?

      Solo responde a mi llamada el silencio.

      —¿ME OYE ALGUIEN?

      Mi voz me sale más aguda de lo deseable, pero qué más da. En una habitación contigua, chirría una silla sobre las baldosas y unos ruidos de pasos que se acercan hacen que se me acelere el corazón. Cuando la puerta entreabierta se abre de par en par, no puedo creer lo que veo.

      —¿¿¿Léon???

      Su sonrisa tiene algo perverso e inquietante. Sin embargo, no es diferente con respecto a lo habitual. Debe de ser por la rocambolesca situación a la que me enfrento.

      —Por fin te has despertado. No me había dado cuenta de que la dosis era un poco fuerte. ¿Te duele la cabeza? ¿Tienes náuseas?

      Esto es surrealista. Estoy encadenada a una cama y mi secuestrador ¿se preocupa por mi salud después de haberme drogado? Porque eso es lo que ha hecho, si lo he entendido bien.

      —¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué me has atado?

      Se sienta al borde de la cama y, por reflejo, me alejo de él, lo que le provoca un suspiro.

      —¿Te habrías quedado conmigo si te lo hubiera pedido amablemente?

      No. Desde luego que no. Intento reducir mi ritmo cardiaco mientras continúa justificándose.

      —Estamos hechos el uno para el otro, Mal. Lo supe en cuanto te vi por primera vez.

      —Estabas con Lilas. Estabais bien juntos.

      Juega con los mechones de mi cabello y no tengo escapatoria. No puedo estirar más mi brazo y me duele la muñeca por tirar tanto.

      —No estaba hecha para mí. Solo pensaba en divertirse y acostarse conmigo. Busco algo más serio. Enseguida me di cuenta de que tú eras alguien apasionada e increíblemente romántica. Eres mi mujer ideal.

      Intento hacerle razonar.

      —No soy la persona que necesitas. Soy inconstante, incapaz de involucrarme.

      —No quieres trabajar, lo que me parece muy bien porque quiero que te quedes en casa. Conmigo. ¿Recuerdas? Yo trabajo en casa. Estaremos juntos todo el tiempo. Gano lo suficiente para los dos. Vamos a ser muy felices.

      Se inclina sobre mi rostro, con los labios por delante, y yo le escupo a la cara para que se eche hacia atrás. Gruñe limpiándose con la manga.

      —Acabarás por entrar en razón. Serás mía. Para siempre.

      —Nunca, Léon. NUNCA.

      Se pone entonces encima de mi vientre sentándose encima y me quedo sin respiración bajo su peso. Temo que quiera violarme y me pongo a chillar sin cesar. Me aprieta la cabeza sobre el colchón para ahogar el sonido y me asfixio con las sábanas que invaden mi boca bien abierta.

      —¡Deja de gritar! No voy a poseerte. Solo te voy a marcar. Eres mía. Y cuando por fin hayas comprendido que somos almas gemelas, estarás orgullosa de mostrárselo a todos.

      Dejo de gritar para poder respirar libremente y le oigo coger algo del bolsillo. Baja entonces el cuello de mi camiseta y empiezo a agitarme de nuevo hasta que siento un metal frío en lo alto de mi espalda.

      —Una marca como prueba de tu amor por mí.

      La hoja se introduce en mi piel como si fuera mantequilla bajo mi aullido de dolor. Léon me hace un corte en la espalda