los padres que confunden cannabis y heroína indican, de forma indirecta, que son de los que pasaron del canuto, aunque tuvieron veinte años en los ochenta. Qué tentador resulta entonces probar un producto que tu propio padre nunca ha tocado y obtener así un innegable sentimiento de superioridad…
♦ ¿Y después?
Tras las primeras pruebas «para ver», la mayoría de los adolescentes se conforman con una sensación borrosa y una pequeña satisfacción personal («¡Lo he hecho»!) que les basta. Un buen número de ellos se quedan ahí y abandonan sus experiencias de fumeta en pocos meses.
De todas formas, esos pocos meses son un periodo de riesgo y los padres deben mantenerse atentos. En ese momento, todo lo que estimula la necesidad de transgresión y las ganas de fumar puede empujar al joven a aumentar poco a poco su consumo: una hipersensibilidad a los discursos ambiguos sobre el hachís, un agravamiento del malestar propio de esa edad, problemas personales… Entre estos, cabe citar las tensiones familiares, las dificultades escolares y la muerte de parientes o amigos, sin olvidar tampoco las respuestas inadecuadas de los padres cuando descubren que el adolescente ha consumido cannabis: represión excesiva o, al contrario, complicidad pasiva que le hace pensar que no se interesan por él.
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