Danilo Clementoni

El Retorno


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a fluir en su cuerpo. Su corazón latía tan fuerte que lo sentía palpitar en las orejas. Después de todo, podría haber sido así. Dirigió la mirada hacia su colega y, levantando el dedo pulgar, le hizo un gesto de satisfacción. El otro respondió guiñando un ojo. Se habían librado, al menos por el momento.

      El sistema de grabación emitió un doble beep y se volvió a activar. La voz de la doctora volvió a reproducirse en el pequeño altavoz del interior del coche. «Creo que es hora de irse, Jack. Mañana por la mañana me tengo que levantar temprano para continuar con las excavaciones».

      Â«Vale», respondió el coronel. «Voy a felicitar al chef y nos vamos».

      Â«Maldita sea», exclamó el delgado. «Por tu culpa nos hemos perdido la mejor parte».

      Â«Venga, ni que lo hubiera hecho a posta», se justificó el gordo. «Siempre podemos decir que ha habido un fallo en el sistema y que una parte de la conversación no hemos conseguido grabarla».

      Â«Siempre tengo que salvarte el culo», afirmó el otro.

      Â«Haré que me perdones. Tengo en mente un plan para poner mis manos en la PDA de nuestra doctora». Se cogió la nariz entre el pulgar y el índice, luego dijo: «Nos introduciremos esta noche en su habitación y copiaremos todos los datos sin que se dé cuenta».

      Â«Y para que no se despierte, ¿qué hacemos? ¿le cantamos una nana?».

      Â«No te preocupes amigo mío. Tengo un as en la manga» y le guiñó el ojo.

      Mientras tanto, en el restaurante, Jack y Elisa se preparaban para salir. El coronel encendió el comunicador portátil y contactó la escolta. «Estamos saliendo».

      Â«Aquí fuera está todo tranquilo, coronel» respondió una voz en el auricular.

      Con aire cauteloso, el coronel abrió la puerta del local y observó con atención el exterior. Fuera, de pie cerca del coche, estaba aún el militar que había acompañado a Elisa.

      Â«Puedes irte chico», ordenó el coronel. «Yo acompaño a la doctora».

      El soldado se puso firme, saludó militarmente y, diciendo algo en su comunicador, desapareció en la noche.

      Â«Ha sido una tarde maravillosa, Jack», dijo Elisa saliendo. Respiró profundamente el aire fresco de la noche y añadió: «Hacía mucho tiempo que no pasaba un rato así. Gracias, de verdad», e hizo otra de sus maravillosas sonrisas.

      Â«Ven, no es muy seguro aún estar al aire libre en esta zona», dijo mientras abría la puerta del coche y le ayudaba a subir.

      El gran coche oscuro, conducido por el coronel, arrancó rápidamente, dejando tras de sí una hermosa nube de polvo.

      Â«Yo también he estado muy bien. No habría pensado nunca que una velada con una “sabionda doctora” pudiera ser tan agradable».

      Â«Â¿Sabionda? ¿Es así como crees que soy?», y se giró hacia el otro lado fingiendo estar ofendida.

      Â«Sabionda sí, pero también muy simpática, inteligente y realmente sexy». Como ella estaba mirando hacia afuera, aprovechó para acariciarle delicadamente los cabellos de la nuca.

      El contacto le provocó una serie de agradables escalofríos a lo largo de la espalda. No podía ceder tan pronto. Pero su excitación estaba creciendo cada vez más. Decidió no decir nada y disfrutó ese agradable, pequeño masaje. Jack, alentado por la ausencia de reacciones por su gesto, siguió durante un rato más acariciándole los largos cabellos. De repente, empezó a deslizar la mano, primero en su hombro, luego en el brazo y después más y más abajo, hasta rozarle delicadamente los dedos. Ella, permaneciendo girada hacia la ventanilla, tomó la mano de él y la estrechó con decisión. Era una mano grande y fuerte. Ese contacto le daba mucha seguridad.

      A poca distancia, otro coche oscuro estaba siguiéndolos, intentando entender algún diálogo interesante.

      Â«Esos diez dólares creo que están cambiando de acera, viejo amigo», dijo el gordito. «Ahora la lleva al hotel, ella lo invita a subir para beber algo y ¡hecho!».

      Â«Reza para que no acabe así, si no a ver cómo lo hacemos para copiar los datos de la PDA».

      Â«Vaya, no lo había pensado».

      Â«Tú nunca piensas en nada que no tenga la posibilidad de acabar en ese estómago sin fondo que tienes».

      Â«Venga, no te separes demasiado», dijo el gordito, ignorando la provocación. «No me gustaría perder la señal otra vez».

      Permanecieron un rato así, cogidos de la mano. Ambos con la mirada fija al otro lado del parabrisas. El Hotel se acercaba cada vez más y Jack se sentía muy incómodo. No era la primera vez que salía con una chica, pero, esa noche, sintió resurgir toda la timidez que lo había torturado durante su juventud y que pensaba que había ya superado. Ese contacto tan prolongado lo había paralizado. Quizás debería haber dicho algo para romper ese incómodo silencio, pero, temiendo que cualquier palabra pudiera arruinar ese momento mágico, decidió callar.

      Agradeció al cambio automático que no lo obligaba a soltar la mano de ella para cambiar de marcha y siguió conduciendo en la noche.

      A Elisa, le estaban volviendo a la mente, uno a uno, todos los presuntos “hombres de su vida”. Historias diferentes, tantos sueños, proyectos, alegrías y felicidad, pero, al final, siempre mucha desilusión, amargura y dolor. Era como si el destino hubiera decidido ya todo por ella. Se le había diseñado un camino lleno de satisfacciones y reconocimientos a nivel profesional, pero donde parecía que no estaba previsto nadie a su lado para acompañarla. Ahora estaba ahí, en un país extranjero, mientras viajaba por la noche, cogida de la mano, con un hombre que hasta el día antes había considerado solo un obstáculo para sus planes y que, sin embargo, le estaba generando mucha ternura y afecto. En más de una ocasión se preguntó qué debía hacer.

      Â«Â¿Todo bien?» preguntó Jack preocupado, viendo que los ojos de ella se volvían cada vez más llorosos.

      Â«Sí, gracias Jack. Es solo un momento de tristeza. Pasará pronto».

      Â«Â¿Es acaso culpa mía?», preguntó rápidamente el coronel. «¿He dicho algo malo?».

      Â«No, al contrario», respondió ella y, con una vocecita muy dulce, añadió , «Quédate a mi lado, por favor».

      Â«Eh, estoy aquí. No tienes que preocuparte de nada. Nunca permitiré que te pase nada malo, ¿vale?».

      Â«Gracias, muchísimas gracias», dijo Elisa, mientras intentaba secarse las lágrimas que, lentamente, le resbalaban por las mejillas. «Eres un amor». Jack permaneció en silencio y le estrechó aún más fuerte la mano.

      La señal del hotel aparecía al final de la calle. Recorrieron toda la calle sin decir nada. Luego, el coronel bajó la velocidad y paró el coche justo delante de la puerta principal. Los dos se miraron intensamente. Durante algunos larguísimos instantes nadie osó decir nada. Jack sabía que le tocaba a él dar el primer paso, pero Elisa se le adelantó «Ahora tu deberías decirme que ha ido una velada muy bonita, que soy maravillosa y yo te debería invitar a subir para beber algo».

      Â«Sí, la praxis lo exigiría», comentó Jack, un poco sorprendido por sus palabras. «Así