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Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y thriller. UNA VEZ DESAPARECIDO es la primera novela de Blake. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar para unirte a la lista de correo electrónico, recibir un libro gratis, recibir regalos gratis, conectarte en Facebook y Twitter y mantenerte en contacto.
Derechos de autor © 2015 por Blake Pierce. Todos los derechos reservados. Excepto según lo permitido bajo la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976, ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, distribuida transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, o almacenada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor. Este eBook está disponible sólo para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido o dado a otras personas. Si te gustaría compartir este libro con otra persona, por favor compra una copia adicional para cada destinatario. Si estás leyendo este libro y no lo compraste, o no fue comprado sólo para tu uso, por favor regrésalo y compra tu propia copia. Gracias por respetar el trabajo duro de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son productos de la imaginación del autor o se emplean como ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es totalmente coincidente. Derechos de autor de la imagen de la cubierta de GoingTo, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.
Prólogo
Un nuevo espasmo de dolor sacudió la cabeza de Reba, colocándola en posición vertical. Tiró contra las cuerdas que tenían atado su cuerpo, atadas alrededor de su estómago a una longitud vertical de tubería que había sido atornillada al suelo y al techo en medio de la pequeña habitación. Sus muñecas estaban atadas al frente, y sus tobillos también estaban atados.
Notó que había estado dormitando, e inmediatamente se llenó de miedo. Sabía que el hombre iba a matarla. Poco a poco, herida por herida. Su muerte no era lo que buscaba, y tampoco el sexo. Sólo buscaba su sufrimiento.
Tengo que permanecer despierta, pensó. Tengo que salir de aquí. Si me quedo dormida otra vez, moriré.
A pesar del calor en la habitación, su cuerpo desnudo sintió frío por el sudor. Miró hacia abajo, retorciéndose, y vio que sus pies estaban desnudos contra el piso de madera. El piso alrededor de ellos estaba cubierto de manchas de sangre seca, indicios claros de que ella no era la primera persona que había sido atada aquí. Su pánico se intensificó.
Él se había ido a un sitio. La única puerta de la habitación estaba cerrada, pero él volvería. Siempre volvía. Y entonces haría lo que fuera para hacerla gritar. Las ventanas estaban bloqueadas con tablas, y no tenía idea si era de día o de noche, la única luz provenía de un único bombillo que colgaba del techo. Dondequiera que quedaba este lugar, parecía que nadie podía oír sus gritos.
Se preguntaba si esta habitación había sido una vez el dormitorio de una niña; grotescamente, era de color rosado, con adornos de cuentos de hadas por todas partes. Alguien—ella suponía que su captor—había destrozado el lugar hace mucho, rompiendo y volteando las banquetas, sillas y mesas. El piso estaba lleno de las extremidades y torsos desmembrados de muñecas. Pequeñas pelucas—pelucas de muñecas, Reba suponía—estaban clavadas como cueros cabelludos en las paredes, la mayoría de ellas trenzadas elaboradamente, todas ellas de colores poco naturales y de juguete. Una mesa de tocador rosada magullada estaba junto a una pared, su espejo en forma de corazón roto en pedazos. El único otro mobiliario intacto era una cama individual angosta con un dosel rosado. Su captor a veces descansaba allí.
El hombre la miraba con ojos oscuros, redondos y brillantes, a través de su pasamontañas negra. Al principio, le había alentado el hecho de que siempre usaba el pasamontañas. ¿Si él no quería que ella viera su cara, eso significaba que no planeaba matarla, que quizás la dejaría ir?
Pero pronto descubrió que la máscara tenía otro propósito. Podía notar que la cara detrás de la misma tenía un mentón hundido y una frente inclinada, y que las facciones del hombre eran débiles y acogedoras. Aunque él era fuerte, era más bajo que ella y probablemente se sentía inseguro por ello. Suponía que llevaba el pasamontañas para parecer más aterrador.
Se había rendido en tratar de convencerlo de que no la lastimara. Al principio había pensado que podía hacerlo. Después de todo, ella sabía que era bonita. O al menos solía serlo, pensó con tristeza.
El sudor y las lágrimas se mezclaron en su rostro magullado, y podía sentir la sangre en su pelo largo y rubio. Sus ojos le ardían: le había hecho colocarse lentes de contacto, y no podía ver bien por ellos.
Sólo Dios sabe cómo me veo ahora.
Dejó caer su cabeza.
Muérete ya, se suplicó a sí misma.
Debería ser bastante fácil de hacer. Estaba segura de que otras se habían muerto aquí antes.
Pero no podía hacerlo. Sólo pensar en eso hacía que su corazón latiera más fuerte mientras jadeaba, tensando la cuerda alrededor de su vientre. Lentamente, como sabía que se enfrentaba a una muerte inminente, un nuevo sentimiento comenzó a surgir dentro de ella. No era ni pánico ni miedo esta vez. No era desesperación. Era algo más.
¿Qué siento?
Luego entró en cuenta. Era rabia. No contra su captor. Había agotado su ira hacia él desde hace mucho.
Soy yo, pensó. Estoy haciendo lo que él quiere. Cuando grito y lloro y ruego, estoy haciendo lo que él quiere.
Cada vez que tomaba ese frío caldo que le daba a través de una pajita, estaba haciendo lo que él quería. Cada vez que le decía patéticamente que era una madre con dos hijos que la necesitaban, estaba deleitándolo sin fin.
Su mente ahora tenía un muevo propósito; al fin dejó de retorcerse. Tal vez necesitaba intentar una nueva táctica. Había estado luchando arduamente contra las cuerdas todos estos días. Tal vez no lo estaba abordando de la forma correcta. Eran como esos pequeños juguetes de bambú, la trampa de dedos china, donde pones los dedos en cada extremo del tubo y entre más fuerte jales, más se atascan tus dedos. Quizá el truco era relajarse, deliberada y completamente. Tal vez esa era la forma de salir de todo esto.
Músculo por músculo, relajó su cuerpo, sintiendo cada ardor, cada moretón donde su carne tocaba las cuerdas. Y, lentamente, notó donde se encontraba la tensión de la cuerda.
Por fin encontró lo que necesitaba. Había una pequeña holgura alrededor de su tobillo derecho. Pero no podía jalar por ahí todavía. Tenía que mantener sus músculos relajados. Movió su tobillo suavemente, luego más agresivamente mientras la cuerda se aflojaba.
Finalmente, se soltó su talón, y sacó todo el pie derecho.
Inmediatamente exploró el piso. A sólo un pie de distancia, en medio de las piezas de muñeca dispersas, estaba su cuchillo de caza. Siempre se reía cuando lo dejaba allí, tan cerca. La cuchilla llena de sangre brillaba burlonamente en la luz.
Movió su pie libre hacia el cuchillo. No llegó a su destino.
Dejó que su cuerpo se aflojara otra vez. Se deslizó unas pocas pulgadas por la tubería y movió su pie hasta que el cuchillo estaba a su alcance. Agarró la cuchilla sucia entre sus dedos, la raspó por el piso y la levantó con cuidado con su pie hasta que el mango estaba en la palma de su mano. Agarró el mango firmemente con dedos entumecidos y lo volteó, cortando poco a poco la cuerda que ataba sus muñecas. El tiempo parecía detenerse mientras contenía la respiración, esperando y rogando que no se le cayera. Que él no entrara.
Finalmente oyó un ruido, y quedó totalmente asombrada ya que sus manos se soltaron. Inmediatamente cortó la cuerda alrededor de su cintura, su corazón latiendo con fuerza.
Libre. Casi no podía creerlo.
Por un momento lo único que podía hacer era agacharse allí, sus manos y pies hormigueando mientras volvía a circular la sangre completamente. Empezó a tocarse los lentes de contacto, resistiendo las ganas de sacarlos de un solo golpe. Cuidadosamente los rodó hacia un lado, los pellizcó y se los sacó. Sus ojos le dolían terriblemente, y fue un alivio ya no tenerlos