Джек Марс

Por Todos los Medios Necesarios


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estado en una cabaña antes. Había una chimenea de piedra con un fuego encendido. El fuego era cálido y él levantó las manos hacia las llamas. En la habitación de al lado podía oír la voz de su abuela. Estaba cantando un viejo cántico de iglesia. Tenía una hermosa voz.

      Abrió sus ojos a la luz del día.

      Sentía una gran cantidad de dolor. Se tocó el pecho. Estaba pegajoso por la sangre pero los disparos no lo habían matado. Estaba enfermo por la radiactividad. Se acordó de eso. Miró a su alrededor. Estaba tumbado en un poco de barro y estaba rodeado de espesos arbustos. A su izquierda había una gran masa de agua; un río o un puerto de algún tipo. Podía oír una carretera en algún lugar cercano.

      Ezatullah lo había perseguido hasta aquí. Pero eso fue… hace mucho tiempo. Ezatullah probablemente ya se había ido.

      "Vamos, viejo", dijo con voz ronca. "Tienes que moverte".

      Hubiera sido fácil simplemente quedarse aquí. Pero si lo hacía, iba a morir. No quería morir. No quería ser más un yihadista. Simplemente quería vivir. Incluso si pasaba el resto de su vida en prisión, estaría bien. La cárcel estaba bien. Había estado mucho en la cárcel. No era tan mala como decían las personas.

      Intentó levantarse pero no podía sentir sus piernas. Simplemente parecían haber desaparecido. Rodó sobre su estómago. El dolor lo atravesó quemándolo como si fuese una descarga eléctrica. Se fue a un lugar oscuro. El tiempo pasó. Después de un rato, regresó. Todavía estaba aquí.

      Empezó a arrastrarse con las manos agarrando la suciedad y el barro y halando para avanzar. Se arrastró hasta una larga colina; la colina por la que había caído la noche anterior, la colina que probablemente le había salvado la vida. Estaba llorando por el dolor pero siguió avanzando. No le importaba una mierda el dolor; sólo estaba tratando de llegar hasta la punta de esta colina.

      Pasó mucho tiempo. Estaba tumbado boca abajo en el barro. Los arbustos eran un poco menos densos aquí. Miró a su alrededor. Estaba por encima del río ahora. El agujero en la cerca estaba directamente delante de él. Se arrastró hacia él.

      Quedó atrapado en la parte inferior de la cerca, mientras que se arrastraba para pasar. El dolor le hizo gritar.

      Dos viejos hombres negros estaban sentados en cubos blancos no muy lejos. Eldrick los vio con claridad surrealista. Nunca había visto a alguien tan claramente antes. Tenían cañas de pescar, cajas de aparejos y un gran cubo blanco. Tenían un refrigerador grande azul con ruedas. Tenían bolsas de papel blancas y bandejas de espuma de polietileno de desayuno de McDonald. Detrás de ellos había un viejo Oldsmobile oxidado.

      Sus vidas eran el paraíso.

      Dios, por favor, déjame ser ellos.

      Cuando gritó, los hombres corrieron hacia él.

      "¡No me toquen!", dijo. "Estoy contaminado".

      Capítulo 14

      7:09 a.m.

      La Casa Blanca – Washington, DC

      Thomas Hayes, el Presidente de los Estados Unidos, estaba en pantalones y camisa de vestir en la mesada de la cocina familiar de la Casa Blanca. Peló un plátano y esperó que se preparara el café. Cuando estaba solo, prefería entrar aquí silenciosamente y hacerse un desayuno sencillo. Ni siquiera se había puesto la corbata todavía. Estaba descalzo. Y estaba atormentado con pensamientos oscuros.

      Estas personas me están comiendo vivo.

      El pensamiento era un intruso no bienvenido en su mente; el tipo de cosa que se le ocurría más y más en estos días. Hubo un tiempo en el cual había sido la persona más optimista que conocía. Desde sus primeros días, siempre había sido el jugador más destacado en donde fuera que se encontrara.

      Mejor estudiante de escuela secundaria, capitán del equipo de remo, Presidente del cuerpo estudiantil. Summa cum laude en Yale, summa cum laude en Stanford. Becario Fulbright. Presidente del Senado del Estado de Pensilvania. Gobernador de Pensilvania.

      Siempre había creído que podía encontrar la solución adecuada a cualquier problema. Siempre había creído en el poder de su liderazgo. Lo que es más: siempre había creído en la bondad inherente de las personas. Esas cosas ya no eran ciertas. Cinco años de mandato le habían sacado a golpes el optimismo.

      Podía manejar las largas horas. Podía manejar los distintos departamentos y la gran burocracia. Hasta hace poco, había estado en términos decentes con el Pentágono. Podía vivir con el servicio secreto a su alrededor las veinticuatro horas del día, metiéndose en cada uno de los aspectos de su vida.

      Incluso podía manejar los medios de comunicación y las formas vulgares en que lo atacaban. Podía vivir con la forma en que se burlaban de su "crianza de country club" y cómo él era un "liberal de limusina" supuestamente carente de don de gentes. El problema no era los medios de comunicación.

      El problema era la Cámara de Representantes. Eran inmaduros. Eran mentecatos.

      Eran sádicos. Eran una turba de vándalos con la intención de desguazarlo y llevárselo, una pieza a la vez. Era como si la Cámara fuera un congreso de estudiantes en una escuela secundaria pero uno en donde los niños hubieran elegido a los peores delincuentes juveniles de la escuela para ocupar los cargos.

      Los Republicanos principales eran una devastadora horda de bárbaros medievales y los del Tea Party eran anarquistas lanza bombas. Mientras tanto, más cerca de su partido, el Líder de la Minoría velaba por su propia candidatura futura a la Oficina Oval y no escondía en lo más mínimo que estaba dispuesto a tirar al actual Presidente debajo de un autobús. Los Demócratas Conservadores eran traidores de dos caras: en un momento eran pueblerinos arteros y al siguiente hombres blancos enojados despotricando contra los árabes y los inmigrantes y la delincuencia en zonas marginales. Todas las mañanas, Thomas Hayes se despertaba con la certeza de que su grupo de amigos y aliados se hacía más pequeño segundo a segundo.

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