era hermosa, pero no tenía miedo. ¿Cómo podía ser posible?
"Por supuesto que no," dijo ella. "Eres uno de los míos."
Le tocó a Sam sorprenderse. Al segundo que lo dijo, él supo que era verdad. Había sentido algo cuando la vio por primera vez, y ahora se daba cuenta por qué. Ella era uno de los suyos. Un vampiro. Por eso no tenía miedo.
"Linda abatida", dijo, haciendo un gesto hacia el oso. "Un poco caótica, ¿no te parece? ¿Por qué no atrapaste un ciervo?"
Sam sonrió. No sólo era bonita – también era divertida.
"Quizás la próxima vez lo haré", respondió.
Ella sonrió.
"¿Te importaría decirme qué año es?", preguntó. "O siglo, por lo menos?"
Ella sólo sonrió y negó con la cabeza.
"Voy a dejar que lo descubras por ti mismo. Si te lo dijera, arruinaría toda la diversión, ¿no?"
A Sam le gustó la chica. Era valiente. Y se sentía a gusto con ella como si la conociera de toda la vida.
Ella dio un paso hacia adelante y extendió su mano. Sam la tomó y le encantó la sensación de su piel suave y translúcida.
"Yo soy Sam", dijo, sacudiendo la mano, sosteniéndola durante demasiado tiempo.
Ella sonrió alegremente.
"Lo sé", dijo.
Sam estaba desconcertado. ¿Cómo podía saberlo? ¿La había visto antes? No lograba recordarla.
"Me enviaron por ti", añadió.
De repente, ella se dio vuelta y se dirigió a un camino del bosque.
Sam se apresuró para alcanzarla, suponiendo que ella quería que la siguiera. Sin ver cuidadosamente por donde iba, se sintió avergonzado al verse atrapado en una rama; escuchó su risa.
"¿Y?" le preguntó. "¿No vas a decirme tu nombre?"
Ella se rió de nuevo.
"Bueno, tengo un nombre formal, pero rara vez lo uso", dijo.
Luego se volvió y lo miro mientras esperaba que él la alcanzara.
"Si quieres saberlo, todo el mundo me llama Polly."
CAPÍTULO CUATRO
Caleb abrió la enorme puerta medieval y Caitlin salió de la abadía y dio sus primeros pasos hacia la luz de la mañana. Con Caleb a su lado, contempló el amanecer. Allí, en lo alto de la colina de Montmartre, vio a todo París extenderse ante ella. Era una ciudad hermosa y grande, una mezcla de arquitectura clásica y casas simples, de calles empedradas y caminos de tierra, de árboles y la urbanidad. El cielo, con un millón de colores suaves mezclados, hacía que la ciudad se viera viva. Era mágico.
Incluso más mágico era sentir la mano que se deslizaba en la suya. Caleb estaba de pie a su lado, disfrutando de la vista con ella, y casi no podía creer que fuera real. Casi no podía creer que era realmente él, que estaban realmente allí. Juntos. Que él sabía quién era ella. Que él se acordaba de ella. Que la había encontrado.
Se preguntó de nuevo si realmente había despertado de un sueño, si todavía estaba durmiendo.
Pero ella le apretó la mano con más fuerza y supo que estaba verdaderamente despierta. Nunca se había sentido tan feliz. Había estado corriendo durante tanto tiempo, había regresado en el tiempo, todos estos siglos para estar allí, sólo para estar con él. Para asegurarse de que estaba vivo. Cuando él no la había recordado en Italia, eso la había devastado profundamente.
Pero ahora que estaba allí, y vivo, y se acordaba de ella, y que era todo suyo, para ella sola, sin Sera, su corazón se llenó de emoción con una nueva esperanza. Nunca hubiera imaginado que todo podría haber funcionado tan perfectamente, que todo podría estar realmente bien. Estaba tan abrumada que ni siquiera sabía por dónde empezar o qué decir.
Antes de que pudiera hablar, él comenzó.
"París", dijo, volviéndose hacia ella con una sonrisa. "Sin duda, hay peores lugares donde podríamos estar juntos."
Ella le devolvió la sonrisa.
"Toda mi vida, había querido ver esta ciudad", respondió ella.
Con alguien a quien amo, quiso añadir, pero se detuvo. Sentía como si hubiera pasado mucho tiempo desde que la última vez que había estado junto a Caleb, se sentía nerviosa de nuevo. De cierta manera, sentía como si hubiera estado con él desde siempre -más que desde siempre- pero en otros aspectos sentía como si lo estuviera viendo por primera vez.
Él extendió la mano con la palma hacia arriba.
"¿La recorrerías conmigo?", él le preguntó.
Ella se acercó y puso su mano en la suya.
"Es un largo camino hacia abajo," dijo ella, mirando hacia la colina empinada que después de kilómetros y en declive conducía a París.
"Yo estaba pensando en algo un poco más pintoresco", respondió. "Volar".
Ella juntó sus hombros, tratando de sentir si sus alas estaban funcionando. Se sentía rejuvenecida, recobrada gracias a la bebida, a la sangre blanca -pero no estaba segura de que fuera capaz de volar. Y no se sentía lista para saltar de una montaña con la esperanza de que sus alas brotaran.
"No creo estar lista todavía", dijo.
Él la miró y comprendió.
"Vuela conmigo", dijo, y luego añadió, con una sonrisa, "como en los viejos tiempos."
Ella sonrió, se le acercó por detrás y se aferró a su espalda y los hombros. Su musculoso cuerpo se sentía muy bien en sus brazos.
De repente, él saltó en el aire, tan rápidamente, que apenas tuvo tiempo para agarrarse bien.
En unos segundos, estaban volando, ella sostenida sobre su espalda, mirando hacia abajo con la cabeza apoyada sobre su hombro. Sintió esa emoción familiar en su estómago mientras se desplomaban bajando cerca de la ciudad, hacia la salida del sol. Era impresionante.
Pero nada de eso era tan impresionante como estar en sus brazos, abrazándolo, simplemente estando juntos. Apenas había estado con él una hora, y ya estaba rezando para que nunca estuvieran separados de nuevo.
El París que sobrevolaban, el París de 1789, era de muchas maneras similar a las fotos de París que Caitlin había visto en el siglo 21. Reconoció muchos de los edificios, las iglesias, las torres, los monumentos. A pesar de tener cientos de años, se veían casi exactamente como la ciudad del siglo 21. Al igual que Venecia y Florencia, muy poco había cambiado en tan sólo unos pocos cientos de años.
Pero en otros aspectos, era muy diferente. No estaba totalmente edificado. Aunque algunas carreteras estaban pavimentadas con adoquines, otros eran de tierra. No estaba tan condensado, y en medio de los edificios todavía había árboles, casi como si fuera una ciudad construida en un bosque. En lugar de coches, había caballos, carruajes, gente caminando sobre la tierra, o empujando carritos. Todo era más lento, más relajado.
Caleb se zambulló hasta volar a unos pocos pies por encima de los edificios. Cuando pasaron sobre el último, de repente el cielo se abrió y ante ellos se extendió el río Sena que corría por el medio de la ciudad. Brillaba con la luz de la mañana, y Caitlin se quedó sin aliento.
Caleb se zambulló volando por encima de río, y ella se maravilló ante la belleza de la ciudad, lo romántica que se veía. Volaron sobre la pequeña isla, la Ile de la Cité, y ella reconoció la iglesia de Notre Dame, su enorme campanario que se elevaba sobre todo lo demás.
Caleb se sumergió aún más abajo, justo por encima del agua, el aire húmedo del río los enfrió en esa calurosa mañana de julio. París se extendía a ambos lados del río, mientras volaban por encima y por debajo de los numerosos pequeños puentes peatonales en forma de arco que conectaban un lado del río con el otro. Entonces, Caleb se elevó en una de las orilla y bajó suavemente detrás de un árbol