Морган Райс

Un Mandato De Reinas


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multitud abrió camino y Gwen vio acercarse a un hombre austero, que parecía ser su líder, de unos cincuenta años, con la mandíbula rígida y los labios finos. Él se puso de cuclillas delante de ella, llevaba un gran collar de color turquesa, hecho de conchas que destelleaban con la luz e hizo una reverencia con la cabeza, sus ojos amarillos llenos de compasión mientras la examinaba.

      “Me llamo Bokbu”, dijo, con voz profunda y autoritaria. “Respondimos a la llamada de Sandara porque es una de las nuestras. Os hemos acogido arriesgando nuestras vidas. Si el Imperio nos viera aquí, ahora, con vosotros, nos mataría a todos”.

      Bokbu se puso de pie, con las manos en la cadera y Gwen lentamente se puso de pie, ayudada por Sandara y su curandero y lo miró a la cara. Bokbu suspiró mientras miraba alrededor a toda la gente, al lamentable estado en el que estaba su barco.

      “Ahora están mejor, ahora deben marchar”, dijo una voz.

      Gwen se dio la vuelta y vio a un guerrero musculoso sosteniendo una lanza, descamisado, como los demás, acercándose al lado de Bokbu, mirándolo con frialdad.

      “Envíe a esos extraños de vuelta al mar”, añadió. “¿Por qué derramaremos sangre por ellos?”

      “Yo soy de tu sangre”, dijo Sandara, dando un paso hacia delante y mirando severamente al guerrero.

      “Y por eso no debías haber traído nunca a esta gente aquí, poniéndonos a todos en peligro”, contestó él bruscamente.

      “Tú traes la desgracia a nuestra nación”, dijo Sandara. “¿Has olvidado las leyes de la hospitalidad?”

      “Haberlos traído tú aquí es la desgracia”, replicó él.

      Bokbu alzó sus manos a ambos lados y ellos se callaron.

      Bokbu estaba allí, sin expresión, y parecía estar pensando. Gwendolyn estaba de pie, observándolo todo y se dio cuenta de la precaria situación en la que estaban. Sabía que volver al mar, significaría la muerte instantánea; aunque no quería poner en peligro a aquella gente que la habían ayudado.

      “No queríamos haceros ningún daño”, dijo Gwen, dirigiéndose a Bokbu. “No deseo poneros en peligro. Podemos embarcar ahora”.

      Bokbu negó con la cabeza.

      “No”, dijo. A continuación miró a Gwen, estudiándola con lo que parecía ser admiración. “¿Por qué trajiste a tu pueblo aquí?” preguntó.

      Gwen suspiró.

      “Huimos de un gran ejército”, dijo ella. “Destruyeron nuestra tierra. Vinimos aquí en busca de un nuevo hogar”.

      “Habéis venido al sitio equivocado”, dijo el guerrero. “Este no será vuestro hogar”.

      “¡Silencio!” le dijo Bokbu, dirigiéndole una mirada dura y, finalmente, el guerrero se quedó callado.

      Bokbu se giró a mirar a Gwendolyn, clavándole la mirada.

      “Es una mujer orgullosa y noble”, dijo. “Veo que es una líder. Ha guiado bien a su pueblo. Si los devuelvo al mar, seguro que morirán. Quizás no hoy, pero con toda seguridad en unos días”.

      Gwendoly lo miró inflexible.

      “En ese caso moriremos”, respondió. “No dejaré que su gente muera para que nosotros vivamos”.

      Lo miró decidida, sin expresión, envalentonada por su nobleza y orgullo. Ella vio que Bokbu la estudiaba con un nuevo respeto. Un tenso silencio llenaba el aire.

      “Veo que dentro de usted corre la sangre de un guerrero”, dijo. “Se quedarán con nosotros. Su pueblo se recuperará aquí hasta que estén fuertes y bien. Sin importar cuántas lunas tarden”.

      “Pero mi jefe…” empezó el guerrero.

      Bokbu se dio la vuelta y le lanzó una dura mirada.

      “Mi decisión está tomada”.

      “¡Y su barco!” protestó. “Si se queda aquí en nuestro puerto el Imperio lo verá. ¡Todos moriremos antes de que la luna mengüe!”

      El jefe miró al mástil, y después al barco, entendiéndolo todo. Gwen miró alrededor estudiando el paisaje y vio que los habían remolcado hasta las profundidades de un puerto escondido, rodeado por un denso dosel. Se giró y vio detrás de ellos el mar abierto y supo que el hombre tenía razón.

      El jefe la miró y asintió.

      “¿Quiere salvar a su gente?” preguntó.

      Gwen asintió con firmeza.

      “Sí”.

      Él asintió en respuesta.

      “Los líderes debemos tomar decisiones difíciles”, dijo. “Ahora le toca a usted. Quieren quedaros con nosotros, pero su barco nos matará a todos. Invitamos a desembarcar a su pueblo, pero el barco no se puede quedar. Tendrán que quemarlo. Entonces los acogeremos”.

      Gwendolyn estaba allí, de cara al jefe y su corazón se encogía con el pensamiento. Miró a su barco, el barco que los había llevado a través del mar, había salvado a su gente por medio mundo y su corazón se encogía. Su mente daba vueltas a sentimientos contradictorios. Este barco era su única salida.

      Pero, una vez más, ¿la salida a dónde? ¿De vuelta al interminable mar de la muerte? Su gente apenas podían caminar; necesitaban recuperarse. Necesitaban refugio, puerto y albergue. Y si quemar este barco era el precio por la vida, que así fuera. Si decidieran dirigirse de vuelta al mar, entonces encontrarían otro barco, o construirían otro barco, harían lo que fuera conveniente. Por ahora, tenían que vivir. Esto era lo más importante.

      Gwendolyn lo miró y asintió solemnemente.

      “Que así sea”, dijo.

      Bokbu asintió también con una mirada de gran respeto. Entonces se giró y gritó una orden y a su alrededor todos sus hombres se pusieron en acción. Se dispersaron por todo el barco, ayudando a todos los miembros del Anillo, poniéndolos de pie de uno en uno, guiándolos por la pasarela a la orilla arenosa de abajo. Gwen observaba a Godfrey, Kendrick, Brandt, Atme, Aberthol, Illepra, Sandara y todas las personas que más quería del mundo pasar por delante de ella.

      Estuvo allí esperando hasta que la última persona abandonó el barco, hasta ser la última persona que allí quedaba, solo ella, Krohn a sus pies y a su lado, en silencio, el jefe.

      Bokbu sostenía una antorcha en llamas, que le había pasado uno de sus hombres. Se disponía a tocar el barco con ella.

      “No”, dijo Gwen, agarrándole la muñeca.

      Él la miró sorprendido.

      “Un líder debe destruir lo que es suyo”, dijo ella.

      Gwen cogió la pesada antorcha ardiente con cautela de su mano, entonces se dio la vuelta, secándose una lágrima y apoyó la antorcha en la tela de la vela que estaba recogida en cubierta.

      Gwen  permaneció allí obsevando cómo las llamas prendían, extendiéndose más y más rápido, a lo largo de todo el barco.

      Tiró la antorcha, la temperatura subía muy rápido y se dio la vuelta, Krohn y Bokbu le siguieron y bajaron por la pasarela, en dirección a la playa, a su nuevo hogar, al último lugar que les quedaba en el mundo.

      Mientras miraba alrededor a la extraña jungla, oyendo los extraños chillidos de pájaros y animales que no reconocía, Gwen solo se preguntaba:

      ¿Podían construir un nuevo hogar aquí?

      CAPÍTULO CINCO

      Alistair se arrodilló en la piedra, sus rodillas temblaban por el frío y observaba cómo la primera luz del primer sol del amanecer trepaba por encima de las Islas del Sur, iluminando las montañas y los valles con un suave brillo. Sus manos temblaban, enmanilladas a los cepos de madera mientras se arrodillaba, sobre sus manos y rodillas, reposando el cuello en el sitio donde tantos cuellos habían estado antes que el suyo. Al mirar hacia abajo vio las manchas de sangre encima de la madera, vio los