Блейк Пирс

Antes de que Codicie


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Colby estaba entrando en pánico por la graduación y la incertidumbre del futuro. Colby era la única amiga del mismo sexo que Mackenzie tenía en Quantico, así que había hecho todo lo posible para que la amistad entre ellas prosperara—incluso aunque eso significara responder al teléfono la mañana de la graduación, después de que solo hubiera conseguido cuatro horas y media de sueño agitado la noche anterior.

      “Hola, Colby,” dijo. “¿Qué pasa?”

      “¿Estabas dormida?” preguntó Colby.

      “Sí.”

      “Oh Dios mío. Lo siento. Me imaginé que te levantarías al amanecer esta mañana, con todo lo que tenemos previsto.”

      “Solo se trata de una graduación,” dijo Mackenzie.

      “¡Ya! Ojalá se tratara solo de eso,” dijo Colby con una voz ligeramente histérica.

      “¿Te encuentras bien?” preguntó Mackenzie, sentándose lentamente en la cama.

      “Lo estaré,” dijo Colby. “Oye… ¿crees que podríamos vernos en el Starbucks de la Quinta?

      “¿Cuándo?”

      “En cuanto puedas llegar allí. Yo ya salgo hacia allá.”

      Mackenzie no quería ir—lo cierto es que ni siquiera quería salir de la cama. Pero nunca había escuchado a Colby así antes. Y en un día tan importante, se imaginó que debía estar disponible para su amiga.

      “Dame unos veinte minutos,” dijo Mackenzie.

      Con un suspiro, Mackenzie salió de la cama y se ocupó de lo mínimo en cuestión de preparativos. Se cepilló los dientes, se puso una sudadera con capucha y unos pantalones de entrenar, colocó su melena en una cola de caballo improvisada, y salió de casa.

      Mientras caminaba las seis manzanas hasta la Quinta, comenzó a caer en la cuenta de la importancia del día. Hoy se graduaba de la academia del FBI, justo antes del mediodía, entre el mejor cinco por ciento de su promoción. A diferencia de la mayoría de los graduados que había conocido a lo largo de las últimas veinte semanas más o menos, ella no esperaba nadie de su familia entre los presentes para ayudarle a celebrar este logro. Ella estaría sola, como lo había estado la mayor parte de su vida, desde los dieciséis años. Estaba haciendo todo lo posible para convencerse a sí misma de que no le importaba, pero no era cierto. No es que creara tristeza en ella, sino una extraña clase de angustia que era ya tan antigua que sus bordes estaban desgastados.

      Cuando llegó al Starbucks, hasta notó que el tráfico era algo más intenso de lo habitual—probablemente debido a los familiares y amigos de los demás graduados. Dejó que eso le resbalara completamente. Se había pasado los últimos diez años de su vida tratando de que no le importara un bledo lo que su madre y su hermana pensaban acerca de ella, así que ¿por qué empezar ahora?

      Cuando entró al Starbucks, vio que Colby ya estaba allí. Tomaba sorbitos de una taza y miraba a través de la ventana, contemplativa. Había otra taza delante suyo; Mackenzie asumió que era para ella. Se sentó al otro lado de Colby, dramatizando sobre lo cansada que estaba, achinando los ojos de manera malhumorada mientras tomaba asiento.

      “¿Esto es para mí?” preguntó Mackenzie, agarrando la segunda taza.

      “Sí,” dijo Colby. Tenía aspecto cansado, triste y en general malhumorado.

      “¿Y qué es lo que pasa?” preguntó Mackenzie, saltándose cualquier intento por parte de Colby de andarse por las ramas.

      “Que no me gradúo,” dijo Colby.

      “¿Qué?” preguntó Mackenzie, genuinamente sorprendida. “Pensé que habías aprobado todo con buenas notas.”

      “Así es. Es solo… no lo sé. Estar en la Academia acabó con mi motivación.”

      “Colby… no puedes hablar en serio.”

      Le había salido un tono algo intenso pero le daba igual. Esto no era típico de Colby en absoluto. Una decisión como esta tenía que ser consecuencia de alguna reflexión interior. No era un capricho, ni el último aliento lleno de drama de una mujer atacada de los nervios.

      ¿Cómo podía dejarlo sin más?

      “Sí que hablo en serio,” dijo Colby. “No me he sentido realmente motivada al respecto durante las últimas tres semanas más o menos. Algunos días me iba a casa y lloraba en soledad porque me sentía atrapada. Es que ya no quiero hacerlo.”

      Mackenzie se había quedado de piedra; apenas sabía qué decir.

      “En fin, el día de la graduación es un día muy apropiado para tomar esta decisión.”

      Colby se encogió de hombros y volvió a mirar a través de la ventana. Parecía abatida. Derrotada.

      “Colby…no puedes dejarlo. No lo hagas.” Lo que tenía en la punta de la lengua pero no le dijo era: Si lo dejas ahora, estas últimas veinte semanas no significan nada. También te convierte en una de esas personas que abandonan.

      “Ah, pero no lo voy a dejar realmente,” dijo Colby. “Iré a la graduación hoy. Tengo que hacerlo, la verdad. Mis padres han venido de Florida así que tengo que ir. Pero después de hoy, se acabó.”

      Cuando Mackenzie había empezado en la academia, los instructores le habían advertido de que la tasa de abandono entre los agentes potenciales durante la sesión de clases de veinte semanas era de un veinte por ciento—y que había alcanzado hasta el treinta por ciento en el pasado. Pero pensar que Colby iba a formar parte de esos números no tenía ningún sentido.

      Colby era demasiado fuerte—demasiado decidida. ¿Cómo diablos podía estar tomando una decisión como esta con tanta facilidad?

      “¿Qué vas a hacer?” preguntó Mackenzie. “Si de veras dejas todo esto, ¿qué piensas hacer para ganarte la vida?”

      “No lo sé,” dijo ella. “Quizá algo relativo a la prevención de la trata de blancas. Investigación y recursos o algo parecido. Quiero decir, no tengo por qué ser una agente, ¿verdad? Hay muchas otras opciones. Solo sé que no quiero ser una agente.”

      “Realmente lo dices en serio,” dijo Mackenzie con sequedad.

      “Sí. Solo quería decírtelo ahora porque después de la graduación, mis padres estarán babeando conmigo.”

      Oh, pobre de ti, pensó Mackenzie, sarcásticamente. Eso debe de ser terrible.

      “No lo entiendo,” dijo Mackenzie.

      “No espero que lo hagas. A ti se te da genial todo esto. Te encanta. Creo que fuiste hecha para ello, ¿sabes? Pero yo… no lo sé. Supongo que me he quemado.”

      “Dios, Colby… lo siento.”

      “No tienes por qué,” dijo ella. “Cuando envíe de vuelta a mis padres a Florida, se habrá terminado la presión. Les diré que no estaba a la altura de la tarea de mierda que me iban a asignar para empezar. Y después haré lo que yo quiera, supongo.

      “En fin… buena suerte, supongo” dijo Mackenzie.

      “Nada de eso, por favor,” dijo Colby. “Hoy te vas a graduar dentro del mejor cinco por ciento. Ni se te ocurra dejar que mi drama te desaliente. Has sido una buena amiga, Mac. Quería que escucharas esto de mí ahora en vez de caer en la cuenta de que ya no andaba por aquí en unas cuantas semanas.”

      Mackenzie no trató de ocultar su decepción. Odiaba sentir que estaba utilizando tácticas infantiles, pero guardó silencio por un momento, tomando sorbitos a su café.

      “¿Qué hay de ti?” preguntó Colby. “¿Tienes familiares o amigos que vayan a venir?”

      “Nadie,” dijo Mackenzie.

      “Oh,” dijo Colby, un tanto avergonzada. “Lo siento. No lo sabía—”

      “No