exagerada de cristal en la carretera, lo que hizo que el departamento de policía local asumiera que había habido complicaciones.”
Deslizó una de las carpetas hacia donde estaba Mackenzie y ella le echó un vistazo. Había varias fotos del coche, sobre todo de los neumáticos. También vio que el tramo de carretera estaba sin duda aislado, rodeado de árboles alargados por ambos lados. Una de las fotografías también mostraba los contenidos del coche de la última víctima. Dentro había un abrigo, una pequeña caja de herramientas atornillada a un lateral, y una caja de libros.
“¿Por qué tantos libros?” preguntó Mackenzie.
“La última víctima era una escritora. Delores Manning. Google me cuenta que acaba de publicar su segundo libro. Una de esas novelas de basura romántica. No es una autora conocida en absoluto, así que no deberíamos tener interferencias de los periódicos… por el momento. El departamento de transportes estatal ha cortado la carretera y ha establecido desvíos. Por tanto, White, necesito que te montes en un avión cuanto antes sea posible para salir de aquí. Rural o no, obviamente el estado no quiere mantener esa carretera cerrada por mucho tiempo.”
Entonces McGrath redirigió su atención a Harrison.
“Agente Harrison, hay algo que quiero que entiendas. La Agente White tiene vínculos con el Medio Oeste, así que en este caso no hubo mucho que pensar. Y a pesar de que te he nombrado como su compañero, en este caso quiero que te quedes aquí. Quiero que estés en la central trabajando detrás del telón. Si la Agente White te llama para pedirte que investigues algo, quiero que te encargues de ello. Además, Delores Manning tiene una agente y un publicista y todo eso. Si no solucionamos esto deprisa, los periódicos se nos echarán encima. Quiero que te encargues de esa faceta del asunto. Mantén la calma y la discreción en la central si las cosas se ponen feas. No es por ofender, pero quiero a una agente con más experiencia en esto.”
Harrison asintió, pero era imposible no ver la decepción en su mirada. “No es ninguna ofensa, señor. Estaré encantado de ayudar en lo que pueda.”
Oh no, pensó Mackenzie. No un pelota.
“¿Entonces voy a hacer esto sola?” preguntó Mackenzie.
McGrath le sonrió y sacudió la cabeza. Era casi un gesto lúdico que le demostraba lo lejos que había llegado con McGrath desde sus primeras reuniones incómodas que bordeaban la hostilidad.
“De ninguna manera te voy a enviar allí a ti sola,” dijo él. “He organizado las cosas para que el Agente Ellington trabaje en este caso contigo.”
“Oh,” dijo ella, algo conmocionada.
No estaba segura de cómo sentirse al respecto. Había una extraña química entre Ellington y ella—siempre la había habido desde la primera vez que le conoció mientras trabajaba como detective en los campos de Nebraska. Le había gustado trabajar con él durante ese breve periodo pero ahora que las cosas habían cambiado… en fin, sería cuando menos un caso interesante. La verdad es que no había nada de qué preocuparse. Tenía la confianza de que podría separar con facilidad cualquier sentimiento personal que tuviera por él de los meramente profesionales.
“¿Puedo preguntar por qué?” preguntó Mackenzie.
“Tiene un breve historial de trabajar con los agentes de campo locales de la zona, como ya sabes. También tiene un historial impresionante en lo que se refiere a casos de desapariciones. ¿Por qué?”
“Solo por preguntar, señor,” dijo ella, recordando con facilidad la primera vez que Ellington y ella se habían conocido cuando él había venido para ayudar con el caso del Asesino del Espantapájaros mientras ella todavía trabajaba para el departamento de policía. “¿Acaso él… en fin, le pidió trabajar conmigo en esto?”
“No,” dijo McGrath. “Se trata simplemente de que ambos sois perfectos para este caso—él por sus conexiones y tú por tu pasado.”
McGrath se levantó de su silla, con lo que dio por terminada la conversación. “Deberías recibir los emails sobre tu vuelo en unos pocos minutos,” dijo McGrath. “Creo que estarás despegando a las once cincuenta y cinco.”
“Pero eso es solo en una hora y media,” dijo ella.
“Entonces sugiero que empieces a moverte.”
Salió a toda prisa de la oficina, mirando atrás solo una vez para ver al Agente Harrison todavía sentado en su silla como un cachorro perdido, inseguro de qué hacer o adónde ir. Pero ahora no tenía tiempo de preocuparse por su orgullo herido. Tenía que pensar en cómo iba a hacer la maleta y llegar al aeropuerto en menos de hora y media.
Y además de eso, tenía que pensar por qué le aterraba la idea de trabajar con Ellington en un caso.
CAPÍTULO DOS
Mackenzie llegó al aeropuerto corriendo, con apenas suficiente tiempo para llegar a su puerta de embarque. Embarcó en el avión apresuradamente cinco minutos después de que hubieran comenzado el embarque y se movió por el pasillo ligeramente ahogada, frustrada y descentrada.
Por un momento se preguntó si Ellington habría llegado a tiempo pero, para ser sinceros, ya estaba contenta de no haberse perdido el vuelo. Ellington ya era un chico mayor y podía cuidar de sí mismo.
Su pregunta fue respondida cuando localizó su asiento. Ellington ya estaba dentro del avión, cómodamente sentado en el asiento contiguo al suyo. Le sonrió desde su posición en el asiento junto a la ventana, haciendo un pequeño gesto con la mano. Ella sacudió la cabeza y suspiró con pesadumbre.
“¿Mal día?” preguntó él.
“Veamos… empezó con un funeral y después tuve una reunión con McGrath,” dijo Mackenzie. “Después tuve que irme a casa a toda prisa para hacer la maleta y recorrer Dulles a todo correr para tomar el vuelo por los pelos. Y ni siquiera es mediodía aún.”
“Así que las cosas solo pueden mejorar,” bromeó Ellington.
Mientras presionaba su bolsa de mano dentro del compartimento para equipajes, Mackenzie dijo: “Ya veremos. Oye, ¿no tienen aviones privados en el FBI?”
“Sí, pero solo para los casos verdaderamente urgentes. Y para agentes super estrella. Este caso no es urgente y nosotros sin duda alguna no somos agentes super estrella.”
Cuando por fin se acomodó en su asiento, se tomó un momento para relajarse. Echó una ojeada a Ellington y vio que estaba hojeando una carpeta que era idéntica a la que había visto en el despacho de McGrath.
“¿Qué piensas de este caso?” preguntó Ellington.
“Creo que es demasiado pronto como para especular,” dijo ella.
Él le volteó la mirada y le frunció el ceño con actitud juguetona. “Tienes que tener algún tipo de reacción inicial. ¿Cuál es?”
Aunque no quería compartir sus pensamientos para acabar estando equivocada más tarde, apreciaba el esfuerzo por no perder ni un segundo en atacar el asunto. Eso le demostraba que él era sin duda el trabajador concienzudo y comprometido del que McGrath hablaba siempre—el mismo tipo de trabajador que hasta ella había esperado que fuera.
“Creo que el hecho de que les estén llamando desapariciones en vez de asesinatos nos da algo de esperanza,” dijo ella. “Pero teniendo en cuenta que se han llevado a las víctimas de carreteras rurales también indica que este tipo es de aquí y conoce el terreno al dedillo. Podría estar secuestrando a las mujeres y matándolas después, ocultando sus cadáveres en alguna parte del bosque o en cualquier otro escondite que solo conoce él.”
“¿Ya leíste esto a fondo?” preguntó, asintiendo hacia la carpeta.
“No. No tuve tiempo.”
“Adelante,” dijo Ellington, pasándosela.
Mackenzie leyó la escasa información