de acuerdo con la agente Paige”, agregó Bill. “Debemos ir a hablar con Barb Bradley”.
El jefe McCade obviamente se sentía insultado.
“No lo permitiré”, dijo.
Riley sabía que el líder del equipo del FBI, el agente Sanderson, podría desautorizar a McCade si quisiera hacerlo. Pero cuando miró a Sanderson como para pedirle apoyo, estaba mirándola con furia.
Se sintió desalentada. Entendió la situación inmediatamente. Aunque Sanderson y McCade se odiaban mutuamente, eran aliados en su resentimiento de Riley y Bill. Para ellos, los agentes de Quántico no debían siquiera estar aquí en su territorio. Sus egos eran más importantes que el caso en sí.
“¿Cómo haremos para poder trabajar y avanzar en el caso?”, se preguntó.
Por el contrario, la Dra. Shankar se veía igual de calmada.
“Me gustaría saber por qué es tan mala idea que Jeffreys y Paige entrevisten a Barb Bradley”.
A Riley le sorprendió la audacia de la Dra. Shankar. Después de todo, estaba sobrepasando sus límites descaradamente.
“¡Porque estoy llevando a cabo mi propia investigación!”, gritó McCade. “¡Podrían arruinarla por completo!”.
La Dra. Shankar sonrió inescrutablemente de nuevo.
“Jefe McCade, ¿realmente estás cuestionando la competencia de dos agentes de Quántico?”.
Luego, volviéndose al líder del equipo del FBI, añadió: “Agente Sanderson, ¿qué quisieras decir al respecto?”.
McCade y Sanderson miraron a la Dra. Shankar boquiabiertos.
Riley se percató de que la Dra. Shankar estaba sonriéndole a ella. No pudo evitar devolverle una sonrisa de admiración. Aquí en su propio edificio, Shankar sabía cómo proyectar una presencia autoritaria. No importaba que los demás pensaban que estaban a cargo. Era una mujer ardua.
El jefe McCade negó con la cabeza en resignación.
“Está bien”, dijo. “Aquí tienen la dirección”.
“Pero quiero que algunos de mis agentes vayan con ustedes”, añadió el agente Sanderson rápidamente.
“Me parece justo”, dijo Riley.
McCade escribió la dirección y se la entregó a Bill.
Sanderson dio por finalizada la reunión.
“Dios, jamás he conocido a personas tan idiotas como esos dos”. Bill le dijo a Riley mientras caminaban hacia su carro. “¿Cómo diablos avanzaremos en el caso?”.
Riley no respondió. La verdad era que no tenía ni idea. Sintió que este caso sería muy difícil, y que la política del poder local complicaría las cosas aún más. Ella y Bill tenían que trabajar rápidamente antes de que otra persona terminara muerta.
CAPÍTULO NUEVE
Hoy su nombre era Judy Brubaker.
Disfrutaba ser Judy Brubaker.
A la gente le agradaba Judy Brubaker.
Estaba moviéndose rápidamente por la cama vacía, enderezando y acomodando las sábanas. Mientras lo hacía, le sonreía a la mujer que estaba sentada en el sillón cómodo.
Judy no había decidido si matarla o no.
“El tiempo se acaba”, pensó Judy. “Tengo que decidirme”.
El nombre de la mujer era Amanda Somers. Judy le parecía que era una criatura tímida, extraña y ratonil. Había estado bajo el cuidado de Judy desde ayer.
Judy comenzó a cantar.
“Lejos de casa,
Tan lejos de casa,
Este pequeño bebé está lejos de casa”.
Amanda comenzó a cantar con ella con su voz suave y aflautada.
“Te consumes más y más
Día tras día
Demasiado triste para reír, demasiado triste para jugar”.
Judy estaba un poco sorprendida. Amanda Somers no había mostrado ningún interés real en la canción hasta ahora.
“¿Te gusta esa canción?”, preguntó Judy Brubaker.
“Supongo”, dijo Amanda. “Es triste, y creo que va con mi humor”.
“¿Por qué estás triste? Ya acabamos con tu tratamiento y te vas a casa. La mayoría de los pacientes se sienten felices de que volverán a casa”.
Amanda suspiró y no dijo nada. Unió sus manos como si fuera a orar. Manteniendo los dedos juntos, alejó sus palmas. Repitió el movimiento un par de veces. Era un ejercicio que Judy le había enseñado para ayudar al proceso de cicatrización después de la cirugía de túnel carpiano de Amanda.
“¿Estoy haciendo esto bien?”, le preguntó Amanda.
“Casi”, dijo Judy, agachándose junto a ella y tocando sus manos para corregir sus movimientos. “Necesitas mantener los dedos alargados para que arqueen hacia fuera. Recuerda que las manos deben parecer una araña haciendo flexiones en un espejo”.
Amanda lo estaba haciendo bien ahora. Ella sonrió, viéndose orgullosa de sí misma.
“Realmente siento que está ayudando”, dijo. “Gracias”.
Judy observó a Amanda mientras siguió haciendo el ejercicio. Judy realmente odiaba la cicatriz pequeña y fea que se extendía a lo largo de la parte inferior de la mano derecha de Amanda.
“Cirugía innecesaria”, pensó Judy.
Los médicos se habían aprovechado de la confianza y credulidad de Amanda. Estaba segura de que unos tratamientos menos drásticos hubiesen funcionado igual de bien, o incluso hasta mejor. Tal vez una férula, o unas inyecciones de corticosteroides. Judy había visto a muchos médicos insistir en cirugías, sin importar si eran necesarias o no. Eso siempre la hacía enojar.
Pero hoy Judy no estaba enojada solo con los médicos. Se sentía impaciente con Amanda también. Ella no estaba segura del por qué.
“Esta será difícil”, pensó Judy antes de sentarse en el borde de la cama.
Durante todo su tiempo juntas, Judy era la única que había hablado.
Judy Brubaker tenía un montón de cosas interesantes de las que hablar, por supuesto. Judy no era nada parecida a la Hallie Stillians ahora desaparecida, quien había tenido la personalidad de una tía cariñosa.
Judy Brubaker era a la vez más extravagante y más sencilla, y normalmente llevaba un traje para correr en lugar de ropa más convencional. Le encantaba contar historias sobre sus aventuras: parapente, paracaidismo, buceo, alpinismo, entre otros. Había hecho autoestop por toda Europa y gran parte de Asia.
Por supuesto, ninguna de esas aventuras realmente sucedieron. Pero eran historias maravillosas.
A la mayoría de las personas les agradaba Judy Brubaker. Las personas que podrían encontrar a Hallie un poco empalagosa disfrutaban de la personalidad más directa de Judy.
“Tal vez a Amanda no le cae muy bien Judy”, ella pensó.
Por alguna razón, Amanda casi no le había dicho nada sobre sí misma. Ella era cuarentona, pero nunca le había hablado de su pasado. Judy aún no sabía qué hacía Amanda para ganarse la vida, o si siquiera hacía algo en absoluto. No sabía si Amanda había estado casada, aunque la ausencia de un anillo de boda indicaba que no estaba casada ahora.
Judy estaba consternada por cómo iban las cosas. Y se