Блейк Пирс

Una Vez Atraído


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CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS

       CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE

       CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO

      PRÓLOGO

      El hombre que estaba sentado en su carro se sentía preocupado. Sabía que tenía que apurarse. Era importante mantener todo en el buen camino esta noche. Pero ¿la mujer vendría por esta carretera a su hora habitual?

      Eran las 11:00 de la noche, y sabía que la hora podría ser un problema.

      Recordó la voz que había estado resonando en su mente antes de haber venido aquí. La voz del abuelo.

      “Más te vale que tengas razón respecto a su horario, Diablito”.

      Diablito. No le gustaba ese nombre. No era su verdadero nombre. Para el abuelo, él era una “mala hierba”.

      El abuelo lo había llamado así desde épocas que no recordaba. Aunque todo el mundo lo llamaba por su verdadero nombre, Diablito se había metido en su mente. Odiaba a su abuelo. Pero no podía sacarlo de su cabeza.

      Diablito golpeó su propia cabeza varias veces, tratando de sacar la voz de su mente.

      Le dolió, y por un momento tuvo una sensación de calma.

      Pero luego vino la risa sosa del abuelo, haciendo eco en su mente. Al menos se había vuelto un poco más suave.

      Miró su reloj ansiosamente. Las once con diez minutos. ¿Llegaría tarde esta noche? ¿Iría a algún otro lugar? No, no era su estilo. Había observado sus movimientos durante días. Siempre era puntual, siempre se apegaba a la misma rutina.

      Si tan solo entendiera cuánto estaba en juego. El abuelo lo castigaría si arruinaba esto. Pero era más que eso. Se le estaba acabando el tiempo al mundo en sí. Tenía una enorme responsabilidad, y eso lo agobiaba.

      Aparecieron unos faros en la carretera, y suspiró de alivio. Esa tenía que ser ella.

      Esta carretera rural solo llevaba a unas pocas casas. Generalmente estaba desierta a esa hora, excepto por la mujer que siempre conducía de su trabajo a la casa donde alquilaba una habitación.

      Diablito había girado su auto para estar en frente del de ella y lo detuvo justo en el centro de ese camino de grava. Él estaba parado con manos temblorosas, utilizando una linterna para mirar bajo su capó, con la esperanza de que funcionara.

      Su corazón latió con fuerza a lo que el otro vehículo pasó el suyo.

      “Detente”, rogó silenciosamente. “Detente, por favor”.

      El vehículo se detuvo a una corta distancia poco después.

      Diablito sonrió, se volvió y miró hacia las luces.

      Sí, era su carro feo, justo como él había esperado.

      Ahora solo tenía que atraerla a él.

      Ella bajó su ventanilla y él la miró y le sonrió de la forma más agradable posible.

      “Supongo que estoy varado”, le dijo.

      Colocó la linterna justo en el rostro de la conductora. Sí, definitivamente era ella.

      Diablito notó que tenía un rostro encantador. Más importante aún, ella era muy delgada y eso se adecuaba a sus propósitos.

      Era una lástima lo que tendría que hacerle. Pero era como decía el abuelo: “Es para el bien de todos”.

      Era cierto, y Diablito lo sabía. Si tan solo la mujer pudiera entenderlo, tal vez incluso estaría dispuesta a sacrificarse. Después de todo, el sacrificio era una de las mejores características de la naturaleza humana. Para ella debería ser un placer prestar ese servicio.

      Pero sabía que no debería esperar demasiado de ella. Las cosas se volverían violentas y sucias, como siempre.

      “¿Cuál es el problema?”, preguntó la mujer.

      Él notó algo atractivo en su forma de hablar. No sabía lo que era aún.

      “No lo sé”, respondió. “Simplemente se apagó y no quiere arrancar”.

      La mujer sacó la cabeza por la ventanilla. Él la miró fijamente. Su rostro pecoso enmarcado por pelo rizado rojo brillante estaba sonriente. No parecía estar ni un poco consternada por las molestias que le había causado.

      Pero ¿confiaría lo suficiente como para bajarse del carro? Probablemente, así había sucedido con las otras mujeres.

      El abuelo siempre estaba diciéndole lo horriblemente feo que era, y no podía evitar considerarse justamente eso. Pero sabía que otras personas, especialmente las mujeres, lo encontraban agradable de mirar.

      Hizo un gesto hacia su capó abierto. “No sé nada de carros”, le gritó.

      “Yo tampoco”, dijo la mujer.

      “Bueno, tal vez ambos podemos descubrir lo que pasa”, dijo. “¿Te molestaría intentarlo?”.

      “Para nada. Solo no esperes que sea de mucha ayuda”.

      Ella abrió su puerta, se bajó del carro y caminó hacia él. Sí, todo iba perfectamente. Había logrado convencerla de que se bajara del carro. Pero el tiempo seguía siendo oro.

      “Vamos a echarle un vistazo”, dijo, mirando el motor.

      Ahora entendió lo que le gustaba de su voz.

      “Tienes un acento interesante”, dijo. “¿Eres escocesa?”.

      “Irlandesa”, dijo agradablemente. “Llevo aquí solo dos meses, obtuve un permiso de residencia para poder trabajar con una familia en este país”.

      Él sonrió. “Bienvenida a Estados Unidos”, dijo.

      “Gracias. Me encanta”.

      Él señaló hacia el motor.

      “Espera”, dijo. “¿Qué crees que sea eso?”.

      La mujer se inclinó para observar más de cerca. Diablito aprovechó el momento y movió la palanca para hacer caer el capó sobre su cabeza.

      Luego abrió el capó con la esperanza de no tener que golpearla de nuevo. Por suerte, estaba inconsciente, su rostro y torso estirados sobre el motor.

      Miró sus alrededores. No había nadie a la vista. Nadie había visto lo que había sucedido.

      Tembló de deleite.

      La colocó en sus brazos, notando que su rostro y la parte delantera de su vestido ahora estaban llenos de grasa. Era ligera como una pluma. La llevó a su lado del carro y la extendió en el asiento trasero.

      Se sentía seguro que sería perfecta para lo que necesitaba hacer.

      *

      Justo cuando Meara comenzó a recobrar el conocimiento, fue sacudida por ruido ensordecedor. Parecía una mezcla de todos los ruidos que se podía imaginar. Había gongs, campanas, campanadas, sonidos de pájaros y diversas melodías que parecían provenir de una docena de cajas de música. Todos parecían ser deliberadamente hostiles.

      Ella abrió los ojos, pero no vio nada. Su cabeza le dolía demasiado.

      “¿Dónde estoy?”, se preguntó.

      ¿Estaba en alguna parte de Dublín? No, fue capaz de armar la cronología. Había llegado aquí hace dos meses y había comenzado a trabajar de inmediato. Definitivamente estaba en Delaware. Con esfuerzo recordó haberse detenido para ayudar a un hombre con su carro. Luego había sucedido algo. Algo malo.

      Pero ¿qué era este lugar, con todo