Блейк Пирс

La Esposa Perfecta


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que no es del todo normal en ese lugar. He tenido problemas para definirlo. Todo el mundo ha sido de lo más amistoso hasta ahora. Me han invitado a cafés y almuerzos y barbacoas. Me han pasado sugerencias de las mejores opciones de supermercados y guarderías, en el caso de que acabemos necesitando una. Pero hay algo que resulta… peculiar. Y está empezando a afectarme.”

      “¿De qué manera?” preguntó la doctora Lemmon.

      “Es que me siento abatida sin ninguna razón,” dijo Jessie. “Kyle llegó tarde a casa para una cena que había preparado y dejé que me hundiera mucho más de lo debido. No era para tanto, pero es que él se mostraba tan indiferente sobre ello. Me ponía enferma. Además, solo la tarea de desembalar las cajas resulta abrumadora de una manera que resulta exagerada en este caso. Tengo esta sensación constante, inquietante, de que no pertenezco allí, de que hay algún tipo de llave secreta a una habitación donde han estado todos y que nadie me la va a dar.”

      “Jessie, ya ha pasado algún tiempo desde nuestra última sesión así que te voy a recordar algo de lo que ya hemos hablado. No tiene por qué haber una ‘buena razón’ para que tengas esos sentimientos. Lo que tú estás tratando puede surgir de ninguna parte. Y no es de sorprender que una situación estresante, nueva, da igual lo perfecta y de postal que sea, podría revolverlo. ¿Estás tomando tu medicación con regularidad?”

      “Todos los días.”

      “Muy bien,” dijo la doctora, anotando algo en su cuaderno. “Puede que tengamos que cambiarla. También noté que dijiste que puede que te haga falta una guardería en el futuro. ¿Es algo a por lo que estáis yendo activamente—hijos? Si es así, es otra razón para cambiar tu medicación.”

      “Lo estamos intentando… a veces y a ratos. Pero a veces parece que Kyle esté entusiasmado con la idea y entonces se pone… distante: casi frío. A veces dice algo y me pregunto, ‘¿quién es ese hombre?’”

      “Si te sirve de algún consuelo, todo esto es muy normal, Jessie. Estás en un nuevo entorno, rodeada de desconocidos, con solamente una persona a la que conoces lo bastante bien como para contar con ella. Es estresante. Y él está pasando por muchas de esas mismas cosas, así que sin duda vais a enfadaros y a tener momentos en los que no conectéis.”

      “Pero es que esa es la cuestión, doctora,” presionó Jessie. “Kyle no parece estar estresado. Obviamente, le gusta su trabajo. Tiene a un viejo amigo del instituto que vive en la zona así que tiene ese escape. Y todas las señales indican que está totalmente entusiasmado de estar aquí—que no necesita ningún periodo de reajuste. No da la impresión de que eche en falta nada de nuestra vida anterior—ni a nuestros amigos, ni nuestros antiguos lugares de ocio, ni estar en algún sitio donde realmente sucede algo después de las nueve de la noche. Está completamente adaptado.”

      “Puede que tengas esa impresión, pero estoy dispuesta a apostar que no está tan seguro de todo eso por dentro.”

      “Aceptaría esa apuesta,” dijo Jessie.

      “Tengas o no tengas razón,” dijo la doctora Lemmon, percibiendo la tensión en la voz de Jessie, “el siguiente paso es preguntarte a ti misma qué vas a hacer respecto a esta nueva vida. ¿Cómo puedes hacer que funcione de mejor manera para ti y para los dos como pareja?”

      “La verdad es que me siento perdida,” dijo Jessie. “Me parece que le voy a dar una oportunidad a este lugar. Pero es que yo no soy como él, no soy la típica chica que se ‘tira al fondo de la piscina’.”

      “Sin duda eso es cierto,” asintió la doctora. “Tú eres una persona cautelosa por naturaleza, por buenas razones. Pero puede que tengas que bajarle el volumen a esa vocecita para arreglártelas durante un tiempo, especialmente en situaciones sociales. Quizá puedas tratar de abrirte un poco más a las posibilidades que te rodean. Y a lo mejor darle a Kyle el beneficio de la duda un poco más. ¿Te resulta esto razonable?”

      “Desde luego que sí, cuando lo planteas en esta habitación, pero ahí afuera es diferente.”

      “Quizá esa sea una elección que estés tomando,” sugirió la doctora Lemmon. “Deja que te haga una pregunta. La última vez que nos vimos, hablamos del origen de tus pesadillas. Entiendo que las sigues teniendo, ¿verdad?”

      Jessie asintió. La doctora continuó.

      “Está bien. También hablamos de que se lo contaras a tu marido, de que le dijeras por qué te despiertas con sudores fríos varias veces por semana. ¿Lo has hecho?”

      “No,” admitió Jessica con culpabilidad.

      “Ya sé que te preocupa su reacción, pero ya hablamos de que contarle la verdad podía ayudarte a lidiar con todo ello más eficazmente y acercaros más el uno al otro.”

      “O podría destrozarnos la vida,” replicó Jessie. “Entiendo lo que dices, doctora. Pero hay una razón por la que tan poca gente sabe nada de mi historia personal. No es cálida y agradable, la mayoría de la gente no puede ni oír hablar de ello. Tú solo lo sabes porque hice mis investigaciones sobre tu trayectoria y decidí que tenías la formación específica y la experiencia con este tipo de cosas. Te busqué a propósito y dejé que te metieras en mi cabeza porque sabía que podrías manejarlo.”

      “Tu marido te conoce desde hace casi una década. ¿No crees que pueda manejarlo?”

      “Creo que una profesional con experiencia como tú tiene que emplear cada gramo de autocontrol y de empatía que tenga para no salir corriendo a gritos de la sala cuando se lo cuento. ¿Cómo crees que un típico chico de la California suburbana va a reaccionar?”

      “No conozco a Kyle así que no puedo opinar,” replicó la doctora Lemmon. “Pero, si piensas comenzar una familia con él—pasar el resto de tu vida con él—puede que sea buena idea considerar si realmente puedes ocultarle un enorme pedazo de ella.”

      “Lo tomaré en consideración,” dijo Jessie sin mucha convicción.

      Podía percibir cómo la doctora Lemmon entendía que ya no iba a hablar más del tema.

      “Entonces, hablemos de la medicación,” dijo la doctora, cambiando de asunto. “Tengo unas cuantas sugerencias para alternativas ahora que vas a intentar quedarte embarazada.”

      Jessie se quedó mirando a la doctora fijamente, observando cómo movía los labios, pero por mucho que lo intentara, no podía concentrarse. Las palabras le pasaban de largo mientras sus pensamientos regresaban a esos bosques tenebrosos de su infancia, los que le perseguían en sueños.

      CAPÍTULO OCHO

      Jessie yacía en su cama, enroscada entre las sábanas, intentando ignorar la luz del sol que le picaba en los ojos al entrar por la apertura de las cortinas del dormitorio.

      Era su primera mañana de sábado en esta casa y quería que fuera un sábado indolente, solo ella y Kyle, abriendo cajas de vez en cuando, tomando cafés, haciendo el amor. El día anterior había sido un buen día. El profesor Hosta le había enviado un email para decirle que visitaría por primera vez el DNR la semana que viene. Se había ido a correr hasta el puerto y de vuelta. Era la primera oportunidad que tenía de hacer algo de ejercicio y aclararse la mente desde que se habían mudado y se sentía vigorosa y llena de esperanza. Kyle no tenía que pasarse por la oficina así que tenían todo el fin de semana libre.

      Escuchó movimiento y abrió los ojos con pereza. Kyle estaba entrando a la habitación con dos tazas de café en ambas manos. Jessie se estiró feliz y se sentó sobre la cama.

      “Mi héroe,” le dijo, mientras agarraba la taza que le entregó Kyle.

      “¿Eso es todo lo que hay que hacer hoy en día?” le preguntó él.

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