Морган Райс

Canalla, Prisionera, Princesa


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      Ahora Thanos lo comprendía. “¿Era esta la esperanza que tenías? ¿Qué yo conociera todos sus planes?” Negó con la cabeza. “No estaba allí cuando los hicieron. Yo no quería estar aquí y solo vine porque me escoltaron hasta el barco bajo vigilancia. Quizás si hubiera estado allí, hubiera escuchado la parte en la que planearon apuñalarme por la espalda”.

      Entonces pensó en Ceres, en el modo en que le habían obligado a dejarla atrás. Esto dolía más que todo lo demás junto. Si alguien en una situación de poder iba a intentar matarlo a él, ¿qué le harían a ella? se preguntaba.

      “Tienes enemigos”, Akila estaba de acuerdo. Thanos vio cómo apretaba y relajaba una mano, como si la larga batalla por la ciudad hubiera empezado a provocarle calambres. “Incluso son mis mismos enemigos. Aunque no sé si esto te convierte en mi amigo”.

      Thanos echó una atenta mirada al resto de la cueva. Al asombrosamente bajo número de soldados que allí quedaban. “Ahora mismo, parece que podrías arreglártelas con todos los amigos que tienes”.

      “Aún así eres un noble. Todavía tienes tu posición a causa de la sangre del pueblo llano”, dijo Akila. Suspiró de nuevo. “Parece ser que si te mato, haré lo que Draco y sus capitanes quieren, pero como tú bien me has dicho, no saco nada contigo. Tengo una batalla que ganar y no tengo tiempo de tener prisioneros si estos no saben nada. Es decir, ¿qué se supone que tengo que hacer contigo, Príncipe Thanos?”

      A Thanos le dio la impresión de que hablaba en serio. De que realmente quería una solución mejor. Thanos pensó rápidamente.

      “Creo que tu mejor opción es soltarme”, dijo.

      Akila rio ante esto. “Buen intento. Si esto es lo mejor que puedes parecer, quédate quieto. Intentaré que sea lo menos doloroso posible”.

      Thanos vio que su mano iba hacia una de sus espadas.

      “Lo digo en serio”, dijo Thanos. “No puedo ayudarte a ganar la batalla por la isla si estoy aquí”.

      Veía la incredulidad de Akila y la certeza de que aquello tenía que ser una trampa. Thanos continuó rápidamente, sabiendo que la única esperanza de supervivencia en los siguientes pocos minutos yacía en convencer a este hombre de que él quería ayudar a la rebelión.

      “Tú mismo dijiste que uno de los mayores problemas es que el Imperio tiene a su flota respaldando el ataque”, dijo Thanos. “Sé que dejaron provisiones en los barcos porque estaban deseosos de ir al ataque. Así que podemos tomar sus barcos”.

      Akila se puso de pie. “¿Lo habéis oído, chicos? Este príncipe que tenemos aquí tiene un plan para arrebatar los barcos al Imperio”.

      Thanos vio que los rebeldes empezaban a reunirse alrededor.

      “¿De qué nos serviría?” preguntó Akila. “Tomamos sus barcos, pero ¿después qué?”

      Thanos se explicó lo mejor que pudo. “Por lo menos, proporcionará una ruta de escape para algunas de las personas de la ciudad y para más de tus soldados También dejaremos sin provisiones a los soldados del Imperio, de modo que no podrán continuar por mucho tiempo. Y luego están las balistas”.

      “¿Qué son?” exclamó uno de los rebeldes. Parecía que no llevaba mucho como soldado. Por lo que Thanos veía, muy pocos de los que había allí lo parecían.

      “Lanzadoras de flechas”, explicó Thanos. “Armas diseñadas para hacer daño a otros barcos, pero que si se dirigen contra los soldados que estén cerca de la orilla…”

      Akila parecía, por lo menos, estar considerando las posibilidades. “Esto sería algo”, admitió. “Y podemos prender fuego a los barcos que no usemos. Como poco, Draco haría retroceder a sus hombres para intentar recuperar sus barcos. Pero ¿cómo tomamos esos barcos para empezar, Príncipe Thanos? Sé que de donde tú vienes, si un príncipe pide algo, lo consigue, pero dudo que esto se aplique a la flota de Draco”.

      Thanos se obligó a así mismo a sonreír con un nivel de seguridad que no sentía. “Eso es casi exactamente lo que haremos”.

      De nuevo, Thanos tuvo la impresión de que Akila lo estaba comprendiendo más rápido que cualquiera de sus hombres. El líder rebelde sonrió.

      “Estás loco”, dijo Akila. Thanos no sabía si aquello era un insulto o no.

      “Hay suficientes muertos en la playa”, explicó Thanos, para que los demás lo entendieran. “Les quitamos las armaduras y nos dirigimos a los barcos. Conmigo allí, parecerá que somos una compañía de soldados que vuelve de la batalla en busca de provisiones”.

      “¿Qué pensáis?” preguntó Akila.

      Con la hoguera que parpadeaba dentro de la cueva, Thanos no podía distinguir a los hombres que hablaban. En vez de eso, sus preguntas parecían salir de la oscuridad, de manera que no podía saber quién estaba de acuerdo con él, quién dudaba de él y quién lo quería muerto. Aún así, esto no era peor que la política que había donde él venía. En muchos aspectos, era mejor, ya que por lo menos nadie le estaba sonriendo por delante mientras conspiraba para matarle.

      “¿Qué pasa con los guardias de los barcos?” preguntó uno de los rebeldes.

      “No habrá muchos”, dijo Thanos. “Y sabrán quién soy”.

      “¿Qué pasa con toda la gente que morirá en la ciudad mientras nosotros hacemos esto?” exclamó otro.

      “Ahora están muriendo”, insistió Thanos. “Como mínimo, de este modo tenéis una manera de defenderos. Hagámoslo bien y podremos salvar a cientos, sino a miles de ellos”.

      Se hizo el silencio y la última pregunta salió como una flecha.

      “¿Podemos fiarnos de él, Akila? No es solo uno de ellos, es un noble. Un príncipe”.

      Thanos giró al contrario de la dirección en que venía la voz, para que todos pudieran ver su espalda. “Me apuñalaron por la espalda. Me abandonaron para que muriera. Tengo tantos motivos para odiarles como cualquier hombre que esté aquí”.

      En aquel instante, no solo pensaba en el Tifón. Pensaba en todo lo que su familia le había hecho a la gente de Delos y en todo lo que le habían hecho a Ceres. Si no le hubieran obligado a ir a la Plaza de la Fuente, nunca hubiera estado allí cuando su hermano murió.

      “Podemos quedarnos aquí sentados”, dijo Thanos, “o podemos actuar. Sí, será peligroso. Si descubren nuestro engaño, probablemente estamos muertos. Yo estoy dispuesto a arriesgarme. ¿Y vosotros?” Al no responder nadie, Thanos alzó la voz. “¿Y vosotros?”

      Le vitorearon como respuesta. Akila se acercó a él y puso una mano encima del hombro de Thanos.

      “De acuerdo, Príncipe, parece ser que haremos las cosas a tu manera. Saca esto adelante y tendrás un amigo de por vida”. Apretó la mano hasta que Thanos sintió que el dolor llegaba hasta su espalda.

      “Pero traiciónanos, haz que maten a mis hombres y te juro que te perseguiré”.

      CAPÍTULO OCHO

      Había partes de Delos a las que Berin no iba normalmente. Eran partes que para él apestaban a sudor y a desesperación, pues la gente hacía todo lo necesario para buscarse la vida. Rechazó ofertas provenientes de las sombras, lanzando miradas duras a los que allí moraban para mantenerlos alejados.

      Si descubrían el oro que llevaba encima, Berin sabía que le cortarían el cuello, abrirían el monedero que llevaba bajo la túnica y los gastarían todo en las tabernas del pueblo y en las casas de juego antes de que acabara el día. Eran lugares así los que él buscaba ahora, porque ¿dónde sino iba a encontrar soldados cuando no están trabajando? Como herrero, Berin conoció luchadores y conocía los lugares a los que iban.

      Tenía oro porque había ido a ver a un mercader