Морган Райс

La Esfera de Kandra


Скачать книгу

dotados como él. A pesar de que con doce años era el más joven de allí, los demás eran amables con él. Especialmente Natasha. No se burlaban de él por ser inteligente. Y ella compartía con él el mismo odio hacia el Profesor Amatista.

      Natasha dio un vistazo y saludó con la mano. En sus mejillas aparecieron unos bonitos hoyuelos. Malcolm le devolvió el saludo con la mano y notó que tenía las mejillas más calientes.

      Justo entonces, Malcolm oyó la voz aterciopelada de Candice susurrándole a la oreja—. Ay, mira. Malcolm está colado.

      Malcolm mantuvo la mirada hacia delante e ignoró sus burlas. Candice estaba siendo cruel porque él había despreciado sus progresos. Su rencor nacía de los celos –de que una chica mayor, una tan hermosa y talentosa como Natasha Armstrong, pudiera interesarse por él.

      Mientras la otra clase empezaba su partido de hockey, Malcolm alzó la vista hacia la impresionante mansión victoriana de la Escuela de los Obsidianos, hasta la torrecilla de arriba del todo. Solo podía distinguir la oscura silueta de la Señorita Obsidiana en la ventana. Estaba mirando a sus estudiantes. Entonces fijó su mirada en él.

      Él sonrió para sí mismo. Sabía que lo estaba controlando. Era a él a quien había elegido personalmente para una misión especial. Mañana iba a tener una reunión con la misma Señorita Obsidiana. Mañana ella le contaría los detalles de su misión especial. Hasta entonces, podía aguantar a los abusones y las burlas. Pues pronto él sería su héroe. Pronto, el todos los videntes de todas las líneas de tiempo conocerían el nombre de Malcolm Malice. Él saldría en todos los libros de historia.

      Pronto, sería conocido en todo el universo como el que destruyó la Escuela de Videntes de una vez por todas.

      CAPÍTULO TRES

      El alivio fluía por el cuerpo de Oliver. Después de todo, Armando se acordaba de él. A pesar de todas las acciones del pasado que cambiaron esta línea de tiempo, su héroe no había olvidado quién era él.

      —¿Me… me recuerda? —tartamudeó Oliver.

      Armando fue andando hacia él. Caminaba más erguido, con la barbilla más alta. Iba mejor vestido, con un pantalón de vestir oscuro y una camisa que transmitía confianza en sí mismo. Este no era el mismo Armando que había dado refugio a Oliver la noche de la tormenta; el hombre encorvado, dejado y callado que había pasado décadas viviendo bajo la etiqueta de “chiflado”. Este era un hombre que mantenía la cabeza alta con orgullo.

      Le dio una palmadita en el hombro a Oliver.

      —Recuerdo hace años, en 1944, que tú me dijiste que en setenta años todo tendría sentido. Y ahora todo lo tiene. Lucas ha ido tras mi espalda durante años —Apartó la mirada con una expresión afligida— Pensar que me quería muerto.

      Oliver sintió un pinchazo de dolor. Armando había confiado en Lucas y Lucas le había traicionado de la peor manera que se pueda imaginar.

      —Pero eso ahora está en el pasado —respondió Armando—. Gracias a ti.

      Oliver notó una ola de orgullo. Entonces recordó su conversación con el Profesor Amatista. Todavía no había terminado. Había más trabajo por hacer. El trabajo de un vidente era una tarea sin fin. Y su destino se entrecruzaba con el de Armando. Pero no sabía de qué manera.

      Pensar en el Profesor Amatista provocó una pizca de dolor en el corazón de Oliver. Tocó el amuleto con los dedos. Estaba frío como el hielo. Regresar a la Escuela de Videntes no era una opción. Probablemente no volvería nunca. Nunca volvería a ver a sus amigos: Walter, Simon, Hazel, Ralph y Ester. Nunca volvería a jugar al switchit o a andar por los pasillos que sujetaba el árbol del kapok.

      Armando le dedicó una sonrisa amable.

      —Ya que técnicamente nunca nos hemos conocido, quizá debería presentarme. Soy Armando Illstrom, de Illstrom’s Inventions.

      Oliver se sacudió su triste ensimismamiento. Le dio la mano a Armando y notó cómo el calor se extendía por todo su cuerpo.

      —Yo soy Oliver Blue. De…

      Hizo una pausa. ¿De dónde era ahora? Ni de la Escuela de Videntes, ni de la fábrica en su nueva realidad donde Armando y él nunca se habían conocido. Y, mucho menos, ni de su casa en Nueva Jersey con los Blue, que ahora sabía que no eran sus verdaderos padres.

      Con tristeza, añadió:

      —En realidad, no sé de dónde soy.

      Alzó la mirada hacia Armando.

      —¿Quizá sea esta tu verdadera misión, Oliver Blue? –dijo Armando con voz suave y firme—. ¿Encontrar tu lugar en el mundo?

      Oliver dejó que las palabras de Armando calaran. Pensó en sus padres verdaderos, el hombre y la mujer que se le aparecían en sus visiones y sueños. Quería encontrarlos.

      Pero estaba confundido.

      —Pensaba que mi misión al volver era salvarle a usted —dijo.

      Armando sonrió.

      —Las misiones tienen múltiples capas —respondió él—. Salvarme y descubrir quién eres en realidad –no se excluyen la una a la otra. Al fin y al cabo, es tu identidad la que te llevó hasta mí para empezar.

      Oliver reflexionó sobre ello. Quizá tenía razón. Quizá su regreso en el tiempo no era tan sencillo como una misión; quizá estaba destinado a una serie de misiones.

      —Pero ni siquiera sé por dónde empezar —confesó Oliver.

      Armando se dio golpecitos en la barbilla. De repente, se le iluminaron los ojos.

      Fue a toda prisa hacia uno de sus muchos escritorios, chasqueando los dedos.

      —Claro, claro, claro.

      Oliver estaba perplejo. Observaba con curiosidad mientras Armando rebuscaba en un cajón. A continuación, se puso derecho y se dirigió a Oliver.

      —Aquí.

      Fue hacia allí y colocó un objeto circular de bronce en las manos de Oliver. Oliver lo examinó. Parecía antiguo.

      —¿Una brújula? —preguntó, levantando una ceja.

      Armando negó con la cabeza.

      —En la superficie, sí. Pero es mucho más. Un invento que nunca he sido capaz de descifrar.

      Oliver la miraba con asombro y a las miles de esferas y símbolos extraños de su superficie.

      —Entonces ¿para qué la tiene?

      —La dejaron en los escalones de mi fábrica —dijo Armando—. No había ninguna nota que explicara de dónde venía. En el paquete estaba mi nombre, pero ahora me doy cuenta de que no era a mí a quien iba dirigido. Mira en el otro lado.

      Oliver giró la brújula. Allí, grabadas en el bronce, estaban las letras O.B.

      Oliver se quedó sin aliento y casi se le cayó la brújula. Alzó rápidamente la mirada para encontrarse con la de Armando.

      —¿Mis iniciales? —dijo—. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Por qué alguien le iba a enviar algo que iba dirigido a mí?

      Armando respiró profundamente.

      —Se suponía que yo era el guía de un vidente, Oliver. Tú. Al principio lo entendí mal y pensé que era Lucas. Pero cuando tú llegaste en 1944 y me mostraste tus poderes, me di cuenta de mi error. Después de eso fui prudente y esperé a que un vidente viniera a mí. Oliver, esta brújula la dejaron en el umbral de mi puerta hace once años. El dos de diciembre.

      Oliver dijo con la voz entrecortada:

      —Es mi cumpleaños.

      Armando dio el golpe de gracia.

      —Ahora creo que lo dejaron tus padres.

      Oliver