preguntó.
“Sí”, fue la respuesta.
“Qué bueno. Quédense en sus carros hasta que les diga que se bajen”.
Bill encontró dos chalecos Kevlar en la parte posterior de su VUD. Él y Riley se los colocaron rápidamente. Luego Riley encontró un megáfono.
Bajó la ventanilla y exclamó:
“Smokey Moran, somos del FBI. Recibimos tu mensaje. Vinimos a verte. No pretendemos hacerte daño. Sal del edificio con las manos arriba y hablemos”.
Ella esperó un minuto. Nada sucedió.
Riley volvió a la radio otra vez y se dirigió a Newton y McGill.
“El agente Jeffreys y yo nos bajaremos del vehículo. Bájense con sus armas desenfundadas cuando estemos afuera. Nos encontraremos en la puerta principal. No bajen la mirada. Si ven cualquier movimiento en cualquier lugar del edificio, cúbranse inmediatamente”.
Riley y Bill se bajaron del VUD, y Newton y McGill se bajaron del suyo. Tres agentes del FBI más fuertemente armados se bajaron del vehículo recién llegado y se unieron a ellos.
Los agentes se movieron con cautela hacia el edificio, mirando las ventanas con sus armas listas. Finalmente llegaron a la seguridad relativa de la enorme puerta principal.
“¿Cuál es el plan?”, preguntó McGill, sonando claramente nervioso.
“Arrestar a Shane Hatcher, si es que está aquí”, dijo Riley. “Matarlo si es necesario. Y encontrar a Smokey Moran”.
Bill agregó: “Tendremos que registrar todo el edificio”.
Riley se percató de que los agentes locales no se sentían muy a gusto con este plan. No podía culparlos.
“McGill, comienza en la planta baja y sube poco a poco. Jeffreys y yo iremos al último piso y bajaremos poco a poco. Nos encontraremos en el medio”.
McGill asintió. Riley pudo ver un destello de alivio en su rostro. Sabían claramente que había mucho menos riesgo en la parte inferior del edificio. Bill y Riley estaban corriendo un riesgo significativamente mayor.
Newton dijo: “Iré arriba con ustedes”.
Vio que su expresión era firme, así que no se opuso.
Bill abrió las puertas, y los cinco agentes entraron al edificio. Viento helado entraba por las ventanas de la planta baja, que era un espacio vacío con postes y puertas que daban a varias salas. Dejando a McGill y a otros tres agentes para que comenzaran aquí, Riley y Bill se dirigieron a las escaleras más amenazantes. Newton los siguió de cerca.
A pesar del frío, podía sentir sudor en sus guantes y en su frente. Podía sentir su corazón latiendo con fuerza e intentó mantener el control respiratorio. No importaba cuántas veces había hecho esto, nunca lograba acostumbrarse. Nadie lograba hacerlo.
Por fin llegaron al último piso.
El cadáver fue lo primero que llamó la atención de Riley.
Estaba pegado verticalmente a un poste con cinta adhesiva, tan destrozado que ni siquiera parecía humano. Tenía cadenas para llantas envueltas alrededor de su cuello.
“El arma preferida de Hatcher”, recordó Riley.
“Ese tiene que ser Moran”, dijo Newton.
Riley y Bill intercambiaron una mirada. Sabían que aún no debían enfundar sus armas. El cuerpo podría ser la trampa de Hatcher para hacerlos exponerse.
Mientras se acercaron al hombre muerto, Newton se quedó atrás con el rifle preparado.
Charcos de sangre medio congelados se pegaron a la suela de los zapatos de Riley cuando se acercó al cuerpo. El rostro estaba golpeado más allá de toda posibilidad de reconocimiento, y tendrían que utilizar el ADN o registros dentales para poder identificarlo. Pero Riley no tenía ninguna duda de que Newton tenía razón; este tenía que ser Smokey Moran. Sus ojos todavía estaban abiertos y su cabeza estaba pegada al poste, así que parecía estar mirando a Riley directamente.
Riley miró a su alrededor de nuevo.
“Hatcher no está aquí”, dijo ella, enfundando su arma.
Bill hizo lo mismo y caminó hasta el cuerpo. Newton permaneció atento, sosteniendo su rifle y moviéndose a cada rato para verificar todas las direcciones.
“¿Qué es esto?”, dijo Bill, señalando un pedazo de papel doblado que se asomaba del bolsillo de la chaqueta de la víctima.
Riley sacó el pedazo de papel. Decía:
“Un caballo está encadenado a una cadena de 24 pies y se come una manzana que está a 26 pies de distancia. ¿Cómo llegó el caballo a la manzana?”.
Riley se puso tensa. No era ninguna sorpresa que Shane Hatcher había dejado una adivinanza. Le entregó el papel a Bill. Él lo leyó y luego miró a Riley con una expresión perpleja.
“La cadena no está atada a nada”, dijo Riley.
Bill asintió. Riley sabía que había entendido el significado de la adivinanza:
Shane de las Cadenas estaba desatado.
Y estaba empezando a disfrutar de su libertad.
CAPÍTULO OCHO
Sentada con Bill en el bar del hotel, Riley no podía sacarse la imagen del hombre desfigurado de su mente. Ni ella ni Bill habían sido capaces de entender por completo lo que había sucedido. No podía creer que Shane Hatcher se había fugado de Sing Sing solo para matar a Smokey Moran. Pero no cabía duda de que él lo había matado.
Las luces navideñas del bar se veían muy chillonas en vez de señales de celebración.
Le entregó su vaso vacío a un barman. “Sírveme otro”, le dijo.
Se dio cuenta de que Bill estaba mirándola con inquietud. Entendía el por qué. Este era su segundo whisky americano con hielo. Bill sabía que los antecedentes de Riley con el alcohol no eran buenos.
“No te preocupes”, le dijo. “Ese será mi último trago”.
No tenía ninguna intención de emborracharse esta noche. Solo quería relajarse un poco. El primer vaso no había ayudado, y dudaba de que el segundo lo hiciera.
Riley y Bill habían pasado el resto del día lidiando con las consecuencias del asesinato de Smokey Moran. Mientras que ella y Bill se quedaron trabajando con los policías locales y el equipo del médico forense en la escena del crimen, habían enviado a los agentes McGill y Newton de vuelta al edificio de apartamentos donde había vivido Moran. Debían hablar con los jóvenes pandilleros que habían estado de guardia en el vestíbulo. Pero no pudieron encontrar a los jóvenes por ninguna parte. El apartamento de Moran permanecía abierto y desprotegido.
Cuando el barman colocó la bebida frente a Riley, recordó lo que los pandilleros habían dicho en el vestíbulo:
“Smokey nos dijo que creía que vendrían”.
“Nos dijo que les diéramos un mensaje”.
Luego les habían dicho dónde encontrar a Smokey Moran.
Riley negó con la cabeza cuando repitió el momento en su mente.
“Debimos haber hablado con esos pandilleros cuando tuvimos la oportunidad”, le dijo a Bill. “Debimos haberles hecho preguntas”.
Bill se encogió de hombros.
“¿Acerca de qué?”, preguntó. “¿Qué podrían habernos dicho?”.
Riley no respondió. La verdad era que no tenía ni idea. Pero todo parecía extraño. Recordó las expresiones rígidas, sombrías y tristes de los pandilleros. Era casi como si habían entendido que su líder había ido a su muerte, y ya estaban de luto. El hecho de que ahora había abandonado sus puestos de trabajo, al parecer para siempre, parecía confirmarlo.
¿Qué es lo que Moran les había dicho antes de irse?