Брэм Стокер

Drácula


Скачать книгу

tarde. Endoso las últimas palabras escritas, pero esta vez no hay ninguna duda en el asunto. No tendré ningún miedo de dormir en cualquier lugar donde él no esté. He colocado el crucifijo sobre la cabeza de mi cama porque así me imagino que mi descanso está más libre de pesadillas. Y ahí permanecerá.

      Cuando me dejó, yo me dirigí a mi cuarto. Después de cierto tiempo, al no escuchar ningún ruido, salí y subí al graderío de piedras desde donde podía ver hacia el sur. Había cierto sentido de la libertad en esta vasta extensión, aunque me fuese inaccesible, comparada con la estrecha oscuridad del patio interior. Al mirar hacia afuera, sentí sin ninguna duda que estaba prisionero, y me pareció que necesitaba un respiro de aire fresco, aunque fuese en la noche. Estoy comenzando a sentir que esta existencia nocturna me está afectando. Me está destruyendo mis nervios. Me asusto de mi propia sombra, y estoy lleno de toda clase de terribles imaginaciones. ¡Dios sabe muy bien que hay motivos para mi terrible miedo en este maldito lugar! Miré el bello paisaje, bañado en la tenue luz amarilla de la luna, hasta que casi era como la luz del día. En la suave penumbra las colinas distantes se derretían, y las sombras se perdían en los valles y hondonadas de un negro aterciopelado. La mera belleza pareció alegrarme; había paz y consuelo en cada respiración que inhalaba. Al reclinarme sobre la ventana mi ojo fue captado por algo que se movía un piso más abajo y algo hacia mi izquierda, donde imagino, por el orden de las habitaciones, que estarían las ventanas del cuarto del propio conde. La ventana en la cual yo me encontraba era alta y profunda, cavada en piedra, y aunque el tiempo y el clima la habían gastado, todavía estaba completa. Pero evidentemente hacía mucho que el marco había desaparecido. Me coloqué detrás del cuadro de piedras y miré atentamente.

      Lo que vi fue la cabeza del conde saliendo de la ventana. No le vi la cara, pero supe que era él por el cuello y el movimiento de su espalda y sus brazos. De cualquier modo, no podía confundir aquellas manos, las cuales había estudiado en tantas oportunidades. En un principio me mostré interesado y hasta cierto punto entretenido, pues es maravilloso cómo una pequeña cosa puede interesar y entretener a un hombre que se encuentra prisionero. Pero mis propias sensaciones se tornaron en repulsión y terror cuando vi que todo el hombre emergía lentamente de la ventana y comenzaba a arrastrarse por la pared del castillo, sobre el profundo abismo, con la cabeza hacia abajo y con su manto extendido sobre él a manera de grandes alas. Al principio no daba crédito a mis ojos. Pensé que se trataba de un truco de la luz de la luna, algún malévolo efecto de sombras. Pero continué mirando y no podía ser ningún engaño. Vi cómo los dedos de las manos y de los pies se sujetaban de las esquinas de las piedras, desgastadas claramente de la argamasa por el paso de los años, y así usando cada proyección y desigualdad, se movían hacia abajo a una considerable velocidad, de la misma manera en que una lagartija camina por las paredes.

      ¿Qué clase de hombre es éste, o qué clase de ente con apariencia de hombre? Siento que el terror de este horrible lugar me esta dominando; tengo miedo, mucho miedo, de que no haya escape posible para mí. Estoy rodeado de tales terrores que no me atrevo a pensar en ellos…

      15 de mayo. Una vez más he visto al conde deslizarse como lagartija. Caminó hacia abajo, un poco de lado, durante unos cien pies y tendiendo hacia la izquierda. Allí desapareció en un agujero o ventana. Cuando su cabeza hubo desaparecido, me incliné hacia afuera tratando de ver más, pero sin resultado, ya que la distancia era demasiado grande como para proporcionarme un ángulo visual favorable. Pero entonces ya sabía yo que había abandonado el castillo, y pensé que debía aprovechar la oportunidad para explorar más de lo que hasta entonces me había atrevido a ver. Regresé al cuarto, y tomando una lámpara, probé todas las puertas. Todas estaban cerradas con llave, tal como lo había esperado, y las cerraduras eran comparativamente nuevas. Entonces, descendí por las gradas de piedra al corredor por donde había entrado originalmente.

      Encontré que podía retirar suficientemente fácil los cerrojos y destrabar las grandes cadenas; ¡pero la puerta estaba bien cerrada y no había ninguna llave! La llave debía estar en el cuarto del conde. Tengo que vigilar en caso de que su puerta esté sin llave, de manera que pueda conseguirla y escaparme. Continué haciendo un minucioso examen de varias escalinatas y pasadizos y pulsé todas las puertas que estaban ante ellos. Una o dos habitaciones cerca del corredor estaban abiertas, pero no había nada en ellas, nada que ver excepto viejos muebles, polvorientos por el viento y carcomidos de la polilla.

      Por fin, sin embargo, encontré una puerta al final de la escalera, la cual, aunque parecía estar cerrada con llave, cedió un poco a la presión. La empujó más fuertemente y descubrí que en verdad no estaba cerrada con llave, sino que la resistencia provenía de que los goznes se habían caído un poco y que la pesada puerta descansaba sobre el suelo. Allí había una oportunidad que bien pudiera ser única, de tal manera que hice un esfuerzo supremo, y después de muchos intentos la forcé hacia atrás de manera que podía entrar. Me encontraba en aquellos momentos en un ala del castillo mucho más a la derecha que los cuartos que conocía y un piso más abajo. Desde las ventanas pude ver que la serie de cuartos estaban situados a lo largo hacia el sur del castillo, con las ventanas de la última habitación viendo tanto al este como al sur. De ese último lado, tanto como del anterior, había un gran precipicio. El castillo estaba construido en la esquina de una gran peña, de tal manera que era casi inexpugnable en tres de sus lados, y grandes ventanas estaban colocadas aquí donde ni la onda, ni el arco, ni la culebrina podían alcanzar, siendo aseguradas así luz y comodidad, a una posición que tenía que ser resguardada. Hacia el oeste había un gran valle, y luego, levantándose allá muy lejos, una gran cadena de montañas dentadas, elevándose pico a pico, donde la piedra desnuda estaba salpicada por fresnos de montaña y abrojos, cuyas raíces se agarraban de las rendijas, hendiduras y rajaduras de las piedras. Esta era evidentemente la porción del castillo ocupada en días pasados por las damas, pues los muebles tenían un aire más cómodo del que hasta entonces había visto. Las ventanas no tenían cortinas, y la amarilla luz de la luna reflejándose en las hondonadas diamantinas, permitía incluso distinguir los colores, mientras suavizaba la cantidad de polvo que yacía sobre todo, y en alguna medida disfrazaba los efectos del tiempo y la polilla. Mi lámpara tenía poco efecto en la brillante luz de la luna, pero yo estaba alegre de tenerla conmigo, pues en el lugar había una tenebrosa soledad que hacía temblar mi corazón y mis nervios. A pesar de todo era mejor que vivir solo en los cuartos que había llegado a odiar debido a la presencia del conde, y después de tratar un poco de dominar mis nervios, me sentí sobrecogido por una suave tranquilidad. Y aquí me encuentro, sentado en una pequeña mesa de roble donde en tiempos antiguos alguna bella dama solía tomar la pluma, con muchos pensamientos y más rubores, para mal escribir su carta de amor, escribiendo en mi diario en taquigrafía todo lo que ha pasado desde que lo cerré por última vez. Es el siglo XIX, muy moderno, con toda su alma. Y sin embargo, a menos que mis sentidos me engañen, los siglos pasados tuvieron y tienen poderes peculiares de ellos, que la mera “modernidad” no puede matar.

      Más tarde: mañana del 16 de mayo. Dios me preserve cuerdo, pues a esto estoy reducido. Seguridad, y confianza en la seguridad, son cosas del pasado. Mientras yo viva aquí sólo hay una cosa que desear, y es que no me vuelva loco, si de hecho no estoy loco ya. Si estoy cuerdo, entonces es desde luego enloquecedor pensar que de todas las cosas podridas que se arrastran en este odioso lugar, el conde es la menos tenebrosa para mí; que sólo en él puedo yo buscar la seguridad, aunque ésta sólo sea mientras pueda servir a sus propósitos. ¡Gran Dios, Dios piadoso! Dadme la calma, pues en esa dirección indudablemente me espera la locura. Empiezo a ver nuevas luces sobre ciertas cosas que antes me tenían perplejo. Hasta ahora no sabía verdaderamente lo que quería dar a entender Shakespeare cuando hizo que Hamlet dijera:

      “¡Mis libretas, pronto, mis libretas!

      es imprescindible que lo escriba”, etc.,

      pues ahora, sintiendo como si mi cerebro estuviese desquiciado o como si hubiese llegado el golpe que terminará en su trastorno, me vuelvo a mi diario buscando reposo. El hábito de anotar todo minuciosamente debe ayudarme a tranquilizar.

      La misteriosa advertencia del conde me asustó; pero más me asusta ahora cuando pienso en ella, pues para lo futuro tiene un terrorífico poder sobre mí. ¡Tendré dudas de todo lo que me diga! Una vez que hube escrito en mi diario