palabra, le parece un sueño su encuentro con un hombre audaz en una galería del palacio del Escorial, á punto que por un celo exagerado iba á avisar á la infanta doña Catalina, de que acababa de llegar un jinete con la nueva de que el mar y los vientos habían vencido á la armada Invencible; un soplo malhadado mató la bujía de que iba armada la duquesa, y el duque de Osuna, que acudía al lado del rey, que estaba en el coro, se dió un tropezón con ella. De modo que, si el viento no destruye á la Invencible, y si otro soplo de viento no mata la luz de doña Juana de Velasco, Juan... Montiño no existiría.
—Y si vos no estuviérais en todas partes, no sabríais ese secreto endiablado de hace veintidós años, ni este otro secreto reciente... Os pido por caridad, hermano bufón, que calléis, que calléis como habéis callado acerca del secreto de la duquesa... y como nos embrollamos y nos revolvemos, bueno será que volvamos á buscar el hilo. Decíamos...
—Justo, decíamos á propósito de si el rey era pieza mayor ó menor...
—A propósito de eso habíamos ido á dar en don Rodrigo, y á propósito de don Rodrigo, en ese mancebo que ha entrado secretamente en el cuarto de la reina. Decíamos, ó decía yo, que está enamorado como un loco de la dama que le ha metido en el lance; pero él no conoce á esa dama...
—¿Que no la conoce y está enamorado?
—Cosas de mozos; se ha enamorado á bulto.
—Pues mirad: ha acertado en enamorarse, porque eso tiene ahorrado para cuando la vea el semblante.
—¿Pero quién es ella? ¿habremos tropezado con otra pieza mayor?
—No por cierto; se trata de una doncella que, á pesar de su hermosura, nunca ha tenido novio.
—El nombre, tío Manolillo, el nombre.
—Doña Clara Soldevilla.
—La hermosa, la hermosísima hija, digo, si en los dos años que no la veo no la han dado viruelas, la matadora de corazones, engendrada por el buen Ignacio Soldevilla. ¿Y dónde está su padre?
—En Nápoles con el duque de Osuna.
-¡Ah! ¡diablo! ¡diablo! paréceme que si los muchachos se quieren, podremos tener boda; pero maravíllame que doña Clara, que no le ha conocido hasta esta noche...
—Aquí debe de haber algo... y algo grave—dijo el tío Manolillo—, en lo que acaso yo no tenga poca parte.
—Explicáos por Dios, hermano.
—Explícome, y para explicarme pregunto: ¿dónde ha visto á don Juan Girón?...
—Juan Montiño, hermano, Juan Montiño.
—Bien, ¿dónde ha visto Juan Montiño á doña Clara?
—En la calle.
—¡En la calle!
—Amparóse de él al verse perseguida por don Rodrigo Calderón.
—¡Ah, me parece que voy trasluciendo! ¿Y dónde llevó doña Clara á Montiño?
—Callejeóle de lo lindo, largóse, y le metió en un lance de estocadas con don Rodrigo.
—De cuyo lance...
—No por cierto... contentóse con desarmarle y se fué á buscar á su tío postizo á casa del duque de Lerma.
—¿Y cuándo hirió ó mató ese joven á don Rodrigo?
—Eso es después.
—¿Y cómo sabéis vos...?
—Encontréle en casa del duque de Lerma, á donde yo iba en busca del cocinero mayor, y le metí en la casa. Pero en la puerta me encontré antes de hablar con Montiño... ¿á quién diréis que me encontré?...
—No adivino.
—A Francisco de Juara.
—Lacayo y puñal de don Rodrigo Calderón... ¡ah! ¡ah! ¡hermano Quevedo, y qué conocimientos tenéis!
—El conocer no pesa. Francisco de Juara me contó lo que había acontecido á su señor con Juan Montiño, y Juan Montiño se alegró mucho en hallarme y yo de hallarle y... pero vamos al secreto. Yo iba á casa del duque de Lerma con una carta de la duquesa de Gandía para el duque, que me había dado la condesa de Lemos, con quien tropecé cuando iba al alcázar en busca del cocinero mayor... de modo que, válame Dios y qué rastra suelen traer las cosas; ahora se me ocurre que el buen rey don Felipe el II tiene la culpa de mi encontrón con la condesa de Lemos.
—¡Pardiez, no atino!
—Ciertamente; si al rey don Felipe no se le hubiera ocurrido armar la Invencible y enviarla á saludar á la reina de Inglaterra, la tempestad no hubiera deshecho la armada; no hubiera ido un jinete al Escorial á dar al rey la nueva del fracaso; la duquesa de Gandía no hubiera ido al cuarto de la infanta doña Catalina, ni el duque de Osuna al coro en busca del rey; no se hubieran encontrado, pues, á obscuras duquesa y duque; no hubiera nacido Juan, y no existiendo Juan, al soltarme de San Marcos me hubiera yo ido á Nápoles en vez de venirme á Madrid, y no me hubiera encontrado con la buena, buenísima hija del duque de Lerma: ni ella me hubiera dado la carta de la camarera mayor para su padre, ni por consecuencia, hubiera yo encontrado en el zaguán del duque á Juan Montiño, ni hubiera salido por el postigo de la casa del duque después de haber hablado con su excelencia, ni hubiera encontrado á Juan Montiño, que me acometió equivocándome con don Rodrigo, á quien esperaba para matarle, y si yo no hubiera estado allí cuando don Rodrigo salió, Juan Montiño muere; porque Francisco de Juara, que guardaba las espaldas á don Rodrigo, no se hubiera encontrado con mi espada, hubiera dado un mal golpe por detrás á nuestro mancebo, mientras don Rodrigo le entretenía por delante. De modo que puede decirse que si el rey don Felipe no envía á la Invencible contra Inglaterra, no sucede nada de lo gravísimo que ha sucedido esta noche.
—Desenmarañemos este enredo, y pongámosle claro para dominarle, hermano Quevedo. Decís vos que ese mancebo entró en casa del duque de Lerma amparado de vos, y pudo ver á su tío.
—Eso es.
—Que después encontrásteis á ese mozo al salir por el postigo del duque esperando á don Rodrigo para matarle.
—Verdad.
—Ahora bien; ¿por qué quería matar ese mozo á don Rodrigo?—repuso el bufón.
—Porque decía había comprometido el honor de una dama.
Quedóse profundamente pensativo el bufón, como quien reconcentra todas sus facultades para obtener la resolución de un misterio.
—¡El cocinero mayor de su majestad—dijo el bufón—, es usurero!
—¿Qué tiene que ver ese pecado mortal de Francisco Montiño para nuestro secreto?
—Esperad, esperad. El señor Francisco Montiño se vale para sus usuras, de cierto bribón que se llama Gabriel Cornejo.
—Veamos, veamos á dónde vais á parar.
—Me parece que voy viendo claro. Ese Gabriel Cornejo, que á más de usurero y corredor de amores, es brujo y asesino, sabe por torpeza mía un secreto.
—¡Un secreto!
—Sabe que yo quiero ó quería matar á don Rodrigo Calderón. Sabe además otro secreto por otra torpeza de Dorotea, esto es, que don Rodrigo Calderón tiene ó tenía cartas de amor de la reina.
—¡Tenía! ¡Tenía!—dijo con arranque Quevedo—. Decís bien, tío Manolillo, decís bien, vamos viendo claro; ya sé, ya sé lo que Juan Montiño buscaba sobre don Rodrigo Calderón cuando le tenía herido ó muerto á sus pies. Lo que buscaba ese joven eran las cartas de la reina; para entregar esas cartas era su venida á palacio, para eso, y no más que para eso, ha entrado en el cuarto de su majestad.