imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo,
surge o se apaga como daguerreotipo viejo.
Suena en la calle sólo el ruido de tu paso;
se extinguen lentamente los ecos del ocaso.
¡Oh angustia! Pesa y duele el corazón. ¿Es ella?
No puede ser... Camina... En el azul la estrella.
IX
EL POETA
(En el libro Epifanías, de Martínez Sierra.)
Maldiciendo su destino,
como Glauco, el dios marino,
mira, turbia la pupila
de llanto, el mar que le debe su blanca virgen Scyla.
Él sabe que un Dios más fuerte
con la substancia inmortal está jugando a la muerte,
cual niño bárbaro. Él piensa
que ha de caer como rama que sobre las aguas flota,
antes de perderse, gota
de mar, en la mar inmensa.
En sueños oyó el acento de una palabra divina;
en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina
sin odio ni amor, y el frío
soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.
Bajo las palmeras del oäsis, el agua buena
miró brotar de la arena;
y se abrevó entre las dulces gacelas y entre los fieros
animales carniceros...
Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor;
y fué compasivo para el ciervo y el cazador,
para el ladrón y el robado,
para el pájaro azorado,
para el sanguinario azor.
Con el Eclesiastes dijo: “Vanidad de vanidades,
todo es negra vanidad”;
y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades:
“Sólo eres tú, luz que fulges en el corazón, verdad.”
Y viendo cómo lucían
miles de blancas estrellas,
pensaba que todas ellas
en su corazón ardían.
¡Noche de amor!...
Y otra noche sintió la mala tristeza
que enturbia la pura llama,
y un corazón que bosteza,
y un histrïón que declama.
Y dijo: “Las galerías
del alma que espera están
desiertas, mudas, vacías;
las blancas sombras se van.”
Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado
del ayer. ¡Cuán bello era!
¡Qué hermosamente el pasado
fingía la primavera,
cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,
mísero fruto podrido,
que en el hueco acibarado
guarda el gusano escondido!
¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día,
arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!
X
¡Verdes jardinillos,
claras plazoletas,
fuente verdinosa
donde el agua sueña,
donde el agua muda
resbala en la piedra!...
Las hojas de un verde
mustio, casi negras,
de la acacia, el viento
de Septiembre besa,
y se lleva algunas
amarillas, secas,
jugando, entre el polvo
blanco de la sierra.
Linda doncellita
que el cántaro llenas
de agua transparente,
tú, al verme, no llevas
a los negros bucles
de tu cabellera,
distraídamente,
la mano morena,
ni, luego, en el limpio
cristal te contemplas...
Tú miras al aire
de la tarde bella,
mientras de agua clara
el cántaro llenas.
DEL CAMINO
I
Daba el reloj las doce..., y eran doce
golpes de azada en tierra...
... ¡Mi hora!...—grité. El silencio
me respondió:—No temas;
tú no verás caer la última gota
que en la clepsidra tiembla.
Dormirás muchas horas todavía
sobre la orilla vieja,
y encontrarás una mañana pura
amarrada tu barca a otra ribera.
II
En la desnuda tierra del camino,
la hora florida brota,
espino solitario,
del valle humilde en la revuelta umbrosa.
El salmo verdadero
de tenue voz hoy torna
al corazón y al labio,
la palabra quebrada y temblorosa.
Mis viejos mares duermen; se apagaron
sus espumas sonoras
sobre la playa estéril. La tormenta
camina lejos en la nube torva.
Vuelve la paz al cielo;
la brisa tutelar esparce aromas
otra