—Nunca, y cuando digo nunca, ¡es nunca!, volváis a hacer ningún comentario respecto a ese bastardo. ¿Me habéis entendido? —escupe.
—Sí —afirman con timidez las dos al unísono.
—Silvana, no regañes a las niñas —intenta apaciguar la situación la señora Foxter—. Además, es tu hijastr…
—¡¡No!! —chilla fuera de sí, interrumpiéndola—. No quiero que nadie más hable del tema. Estamos haciendo una fiesta por su llegada porque el señor Johnson es su padre, ni más ni menos.
—Pero, madre… —comienza a replicar Erika.
—¡Ni madre ni leches! Ese desgraciado no es mi hijastro, y mucho menos mi hijo. Fin de la discusión.
Me sorprende lo mal que lleva el tema. Y no entiendo por qué, aunque lo que sí sé es que mi marido habla de la misma forma despectiva que ella. Nunca, en cuatro años, he oído hablar de este «hijo» del señor Johnson, y mucho menos lo he visto. Supongo que el hecho de que Silvana no sea la madre influirá bastante, pero lo veo todo demasiado extremista para tratarlo como ella lo hace. Ni siquiera sé cómo se llama el susodicho.
Me disculpo y salgo de la cocina inmediatamente; no me gusta el ambiente que se ha creado. Las gemelas me siguen, en busca de una forma de huir de las garras de su madre.
—Creo que habría sido mejor no decir nada —comenta Erika detrás de mí.
Me giro para mirarlas y ambas me observan. Erika es la primera en poner una cara triste. Sin embargo, Susan tiene la misma de siempre: fría y distante.
—¿Por qué nunca habláis de él? —me atrevo a preguntarles.
—Es que no hay nada de qué hablar —me contesta Susan.
—Ah…
—¡No seas borde, Susan! Katrina no tiene la culpa de nada.
—Es algo de lo que no se habla nunca, y no tenemos por qué contárselo a nadie —le replica.
La gemela pone los ojos en blanco y me mira.
—Padre tuvo un pequeño desliz con otra mujer hace muchos años. Ni siquiera estábamos nosotras en creación. —Contempla a Susan, que la observa con cara de reproche—. Ni siquiera existía Joan.
—Vaya, no tenía ni idea.
—No tenías por qué —contrataca Susan.
Erika le da un manotazo, pero su hermana se suelta de su agarre y se marcha enfadada.
—¡Susan! —la llama—. Discúlpame, Katrina, voy a hablar con la cabezona de mi hermana.
—No te preocupes, ve.
Busco por el salón a Joan, pero no logro verlo por ninguna parte. Cansada de llevar más de quince minutos andando por todos los rincones de la casa, salgo al jardín y me siento en el primer banco que hay. Los pies están matándome. Saco el paquete de tabaco de mi pequeño bolso y miro hacia la gran piscina que tengo delante. Noto cómo el banco se hunde, así que giro mi rostro para ver de quién se trata. Me quedo boquiabierta, a punto de sufrir un espantoso infarto.
—Hola, soy Kylian Johnson.
3
—Ho… Hola —tartamudeo sin poder evitarlo. Solo me da tiempo a mirar su cara antes de comenzar a palidecer por segundos.
Esos ojos verdes como prados…
No puede ser.
Me levanto de golpe y me alejo unos pasos de forma involuntaria.
—¿Te he asustado? —me pregunta mientras deja su asiento también.
—No —le contesto demasiado deprisa.
Me observa sin menear ni una sola pestaña. Mis ojos no se apartan de los suyos. Intento evitarlo, pero me es imposible, estoy petrificada.
Una mano se posa en mi cadera antes de escuchar un fuerte rugido:
—¿Algún problema?
Joan.
—Ninguno, hermanito —le contesta Kylian con sarcasmo.
Y es entonces cuando me tambaleo y tengo que agarrar la mano que Joan tiene en mi cadera. Es su hermano… Su hermano…
—¿Te encuentras bien? —me pregunta mi marido al ver un movimiento extraño en mí.
—Sí, solo necesito ir un momento al servicio.
Me disculpo y, cabizbaja, salgo a toda prisa, dejándolos a los dos mirándose como auténticos enemigos. Entro en el primer aseo que encuentro y abro el grifo.
—Esto no puede estar pasándome… —susurro para mí.
Me mojo la nuca, la cara, la frente… Dios mío, ¡estoy temblando! ¿Cómo puede ser que estas casualidades existan? ¡Con lo grande que es el mundo!
Cuando volví con Joan, nos sinceramos por completo. Él me dijo que había estado con más mujeres y yo le dije que había estado con un hombre, pero nunca pude decirle con quién, puesto que ni yo misma lo sabía. Pero ahora… ¿cómo puedo mirar a su hermano? O, mejor dicho, ¿cómo puedo mirarlo a él?
Salgo del aseo a toda prisa y, sin querer, me topo con mi suegra. ¡Qué bien!
—¡Uy, querida! ¿Adónde vas tan rápido? —me pregunta extrañada.
Cada vez que sus labios pronuncian la palabra «querida», todo el vello de mi cuerpo se pone de punta.
—Perdone, señora Johnson, no me he dado cuenta.
—No pasa nada. ¿Dónde está mi hijo?
—Fuera, con... —dudo sobre cómo llamarlo—, con Kylian.
La mujer arquea una ceja y, a continuación, pone mala.
—¿Y se puede saber qué hace con ese malnacido?
—Señora Johnson, no lo sé, pero creo que no debería hablar así de su...
—De mi nada —sentencia—. ¿Vas a decirme tú cómo tengo que hablar de él? —Da un paso hacia mí.
—No, claro que no, no pretendía...
—Mejor —me interrumpe.
Se da la vuelta y se gira sin pronunciar ni una sola palabra más. Sin embargo, si las miradas mataran..., yo estaría muerta ya.
Entro de nuevo al gran salón, donde la gente ríe sin parar, y me fijo en el reloj. Solo son las dos de la tarde, pero no tengo hambre ni ganas de nada, solo de marcharme.
—¿Estás bien? —me pregunta Joan, apareciendo frente a mí.
—Sí.
—¿Te ha hecho algo Kylian?
—No.
Me observa de manera extraña, pero no dice nada más.
El señor Johnson se sube a las escaleras principales con una copa de champán en la mano, da un par de toquecitos para que todo el mundo le preste atención y, seguidamente, cuando la gente se ha callado, hace un gesto con la mano para que su hijo Kylian suba con él.
—Muchas gracias por estar en este día con todos nosotros. Solo quiero decir dos palabras: no os aburriré. —La gente se ríe, aunque no sé dónde le ven la gracia—. Como todos sabéis, mi hijo Kylian ha regresado de Irlanda. Y esta comida es por y para él. Muchas gracias, hijo, por hacernos el honor de dejarte ver de vez en cuando.
Le aprieta uno de los hombros en señal de cariño y le sonríe de una manera un tanto especial. Noto cómo Joan se pone tenso a mi lado y cómo su cara se torna roja por segundos. Le aprieto