Erin Watt

El príncipe roto


Скачать книгу

creo que deberíamos poner una denuncia en la comisaría mañana a primera hora.

      La confusión me embarga.

      —¿Una denuncia?

      —Ese chico debe recibir un castigo por sus acciones, Ella.

      —¿Ese chico?

      ¿Qué cojones está pasando? Callum quiere que arresten a su hijo por… ¿por qué? ¿Por acostarse con una menor? Sigo siendo virgen. ¿Me pueden detener por…? Joder. Estoy roja como un tomate.

      Sus siguientes palabras me dejan de piedra.

      —No me importa una mierda que su padre sea juez. Delacorte no puede irse de rositas después de haber drogado e intentado abusar de una chica.

      Tomo aire. Ay, Dios. ¿Reed le ha contado lo que Daniel intentó hacerme? ¿Por qué? O mejor dicho, ¿por qué ahora y no hace semanas, cuando ocurrió?

      Fueran cuales fuesen las razones de Reed, estoy molesta con él por habérselo contado. Lo último que quiero es involucrar a la poli o meterme en un proceso judicial largo y desagradable. Me puedo imaginar perfectamente lo que pasaría en el juzgado. La estudiante stripper alega que un chico blanco y rico intentó drogarla para acostarse con ella. Nadie se lo creería.

      —No voy a poner una denuncia —digo, tensa.

      —Ella…

      —No fue para tanto, ¿vale? Tus hijos me encontraron antes de que Daniel me hiciera daño de verdad. —La frustración inunda mi cuerpo—. Y esa no es la razón por la que hui, Callum. Este… este no es mi sitio, ¿vale? No estoy hecha para ser una princesita rica que va a un colegio privado y se bebe una copa de champán de más de mil dólares durante una cena. Esa no soy yo. Yo no soy elegante, ni rica, ni…

      —Pero sí que eres rica —interrumpe en silencio—. Eres muy, muy rica, Ella, y debes empezar a aceptarlo. Tu padre te ha dejado una fortuna enorme y un día de estos tendremos que sentarnos con los abogados de Steve para decidir qué harás con ese dinero. Inversiones, fondos y esas cosas. De hecho… —Saca una cartera de cuero y me la tiende—. Esta es tu paga del mes, según nuestro acuerdo, y también hay una tarjeta de crédito.

      De repente, me siento mareada. El recuerdo de Reed y Brooke juntos es lo único en lo que me he podido concentrar desde que me marché. Me olvidé por completo de la herencia de Steve.

      —Podemos discutirlo en otro momento —murmuro.

      Asiente.

      —¿Estás segura de que no vas a cambiar de parecer con respecto a contar a las autoridades lo de Delacorte?

      —No, no voy a cambiar de opinión —digo con firmeza.

      Parece resignado.

      —Vale. ¿Quieres que te traiga algo de comer?

      —Comí en la última parada del autobús.

      Quiero que se vaya y él lo sabe.

      —Vale. Bueno… —Camina hacia la puerta y añade—: ¿Por qué no te vas pronto a dormir? Estoy seguro de que estás agotada después de un viaje tan largo. Podemos hablar más mañana.

      Callum se va y siento una punzada de irritación cuando me fijo en que no ha cerrado la puerta por completo. Me acerco y la cierro… aunque al mismo tiempo se vuelve a abrir de golpe y casi caigo de culo al suelo.

      Lo siguiente que sé es que un par de brazos fuertes me abrazan.

      Al principio me tenso, porque pienso que es Reed, pero cuando me doy cuenta de que es Easton, me relajo. Es igual de alto y musculoso que su hermano, y tienen el mismo pelo oscuro y los mismos ojos azules. Aunque el olor de su champú es más dulce y su loción de afeitado no es tan intensa como la de Reed.

      —Easton… —empiezo a decir, pero luego ahogo un grito porque el sonido de mi voz solo logra que me abrace más fuerte.

      No pronuncia ni una palabra. Me abraza como si fuese su salvación. Es un abrazo de oso desesperado que me dificulta la respiración. Apoya el mentón en mi hombro y luego se acurruca contra mi cuello. Se supone que estoy enfadada con todos los Royal de esta mansión, sin embargo no puedo evitar acariciarle el pelo con una mano. Este es Easton, mi autoproclamado «hermano mayor», aunque tengamos la misma edad. Es más grande que una montaña e incorregible. A menudo es un pesado y siempre, un loco.

      Probablemente supiera lo de Reed y Brooke. No me creo que Reed lo hubiese mantenido en secreto sin decirle nada a Easton… y, a pesar de ello, no soy capaz de odiarlo. No cuando noto cómo tiembla entre mis brazos. No cuando se echa hacia atrás y me mira con un alivio tan arrollador que me deja sin aliento.

      Entonces parpadeo y ya no está. Sale de mi habitación con paso tambaleante y sin decir palabra alguna. Siento una punzada de preocupación. ¿Dónde están sus comentarios arrogantes? ¿Dónde está el comentario con el que se atribuye mi vuelta a casa gracias a su certero magnetismo animal?

      Frunzo el ceño, cierro la puerta y me obligo a no regodearme en el extraño comportamiento de Easton. No puedo dejar que los Royal me involucren en ninguno de sus dramas si quiero sobrevivir.

      Guardo la cartera en la mochila, me quito el jersey y me meto en la cama. El cubrecama de seda me parece el paraíso cuando apoyo los brazos desnudos sobre él.

      En Nashville, me hospedaba en un motel barato con las sábanas más ásperas que el hombre haya visto jamás. También estaban manchadas de algo que nunca, jamás querré saber qué era. Había conseguido un trabajo de camarera en un restaurante cuando Callum apareció, al igual que cuando se presentó en Kirkwood hace más de un mes y me sacó a rastras del club de striptease.

      Todavía no sabría decir si mi vida era mejor o peor antes de que Callum Royal me encontrara.

      Se me encoge el corazón cuando visualizo el rostro de Reed. Peor, decido. Mucho peor.

      Como si supiera que estaba pensando en él, oigo la voz de Reed al otro lado de la puerta.

      —Ella. Déjame entrar.

      Lo ignoro.

      Llama a la puerta dos veces.

      —Por favor. Tengo que hablar contigo.

      Me doy media vuelta en la cama y doy la espalda a la entrada del dormitorio. Escuchar su voz me está matando.

      De repente, un gruñido atraviesa la puerta.

      —¿De verdad crees que este escáner va a detenerme, nena? Me conoces bastante bien como para saber que no. —Se detiene un momento. Al no recibir mi respuesta, añade—: Muy bien. Ahora vengo. Voy a por la caja de herramientas.

      La amenaza, que sé que no es un farol, hace que me levante de la cama de golpe. Coloco la mano en el panel de seguridad y un pitido resuena en la habitación antes de que la cerradura haga clic. Abro la puerta y miro a los ojos al tío que ha estado a punto de destruirme. Gracias a Dios que lo he detenido a tiempo. No se acercará a mí lo bastante como para tener algún efecto en mí.

      —No soy tu nena —susurro—. No soy nada para ti, y tú no eres nada para mí, ¿me entiendes? No me llames nena. No me llames nada. Mantente alejado de mí.

      Sus ojos azules me escudriñan con atención de los pies a la cabeza. Luego, dice con voz ronca:

      —¿Estás bien?

      Respiro tan rápido que es un milagro que no me desmaye. No inhalo oxígeno. Me arden los pulmones y lo veo todo rojo. ¿Acaso no ha escuchado nada de lo que acabo de decir?

      —Estás más delgada —añade con voz monótona—. No has estado comiendo bien.

      Me muevo para cerrar la puerta.

      Él coloca una palma contra ella y la abre otra vez. Entra en mi habitación y yo lo atravieso con la mirada.

      —Sal de aquí —espeto.

      —No.

      Sigue