Nico Quindt

La más odiada


Скачать книгу

el timbre del recreo. Todas las mujeres y los hombres más falderos se quedaron.

      —No me gusta Louis en realidad, ustedes saben que estoy saliendo con Gastón Rey, pero es el único que tiene acceso a ella… puedo utilizarlo para mi venganza —escuché decir a Jessica por el audífono del teléfono. Había dejado un micrófono oculto en mi blazer Prada.

      La muy zorra salía con Gastón Rey y estaba utilizando a Louis para vengarse de mí. Pero eso no era lo que más me enfurecía, sino que había usado todo mi buen gusto y mis conocimientos de tendencias en vestirlo para que pudiera conquistar a esta arpía y todo había sido un engaño. ¡Nadie desprecia a un chico vestido tan elegantemente con el asesoramiento de Sophia Laurent! Esta perra no sabe con quién se metió.

      3

      ¿Desde cuándo el pato le apunta a la escopeta?

      Sonó el timbre de mi hermosa mansión ubicada en la parte alta de la ciudad. Obvio ¿dónde más viviría? ¿Con los pobres? Olvídenlo. Austin atendió. No, no tenemos sirvientes, eso es para gente inútil.

      —Perdón ya dimos caridad este año —dijo mi padre cerrándole la puerta en la cara a Louis.

      El timbre volvió a sonar.

      —Ya tocaste en esta casa niño…

      —La estoy buscando a Sophia…

      —Déjalo pasar papá… yo lo llamé —dije desde el sofá.

      Mi padre lo invitó a entrar y me dirigió una mirada, luego miró los zapatos sin marca de Louis y me volvió a mirar con desaprobación.

      —“Lo sé” —moví los labios, pero nunca salió el sonido de mi boca.

      —Bueno, necesito que te sientes —solicité a mi compañero de escuela—. Tengo algo muy importante que decirte, pero debes prometerme que te comportarás como un hombre.

      —Soy un hombre.

      Al siguiente momento Louis estaba tirado sobre el sofá pataleando y llorando como un niño…

      —¡¡¿Por queeeé?!! ¡¡Buaaaa!! —chillaba desconsolado golpeando mi sofá italiano con el puño.

      Mi padre lo tomó de la camisa y le dio varias bofetadas de derecho y de revés hasta que se calmó.

      —Yo también tengo algo que decirte: Anna nos vio en el shopping, la oí —sollozó Louis.

      —¿Y a qué fue? ¿A mirar a través de las vitrinas y soñar con poder comprar algo de Hermès? Si es una pobre desgraciada…

      —Me gusta como elaboras el sarcasmo hija… —chocamos los cinco con mi padre—. Me siento tan orgulloso de ti. Los dejo. Tengo que ir a entrenar, no tengo menos de 8% de grasa corporal por quedarme en casa sentado —avisó mi padre y salió para el gimnasio.

      —Te amo. ¡Eres el papá más lindo y genial del mundo!

      Miré a Louis de frente.

      —Esto no va a quedar así… ahora van a conocer mi sophinialidad… —amenacé—. Esto es lo que haremos...

      *

      La directora Julianni se presentó en el aula mientras yo estaba con los pies arriba de la mesa limándome delicadamente mis uñas esculpidas.

      —Chicos tengo una mala noticia. Este fin de semana ha muerto el profesor Della Fontaine —anunció en un tono melancólico. En su rostro se reflejaba una tristeza demagoga, como si esperara contagiarnos de esa tristeza.

      Algunos de los idiotas de mis compañeros se sorprendieron y más de uno, increíblemente, lo tomó con tristeza.

      —Yo sé que los toma por sorpresa su muerte, es decir con su edad…

      —Lo que me estaba tomando por sorpresa es como demoró tanto, digo, vamos, cuarenta años… —advertí.

      —Señorita Laurent, no es momento para sus bromas…

      —¿Cuál broma? —Susurré por lo bajo mirando a Louis que no pudo contener la carcajada.

      —Lo va a suplantar el profesor Westein que está por llegar. Los dejo, no hagan mucho ruido hasta que llegue.

      —Directora Julianni —la interpelé antes de que se retirase.

      —Señorita Laurent —me respondió aguardando mi comentario, siempre con esa mirada de esperar lo peor de mí.

      —¿Y no nos va a dar la mala noticia? Creo que todos la estamos esperando.

      La directora Juliani me clavó la mirada, el odio parecía brotarle de los poros. Hasta que se calmó y se fue. A los dos minutos entró el nuevo profesor de literatura. David Westein.

      ¿Qué demonios le pasaba a mi corazón? Comenzó a latir muy fuerte cuando él entró. Llevaba unos lentes que protegían unos ojos preciosos, era de piel color de la miel y de cabellos castaños, por momentos rubios, de grandes músculos y bello como un ángel. «Tranquila Sophia es un hombre viejo de veintisiete años, tú nunca has sentido nada por ningún hombre, no puede sucederte esto». Necesitaba ir a comprobar si mis glándulas estaban liberando una cantidad excesiva de hormonas.

      —Siéntese señorita —me dijo el profesor Westein.

      —Lo siento señor mayor, pero estoy experimentando un inconveniente físico.

      Él sonrió y estiró la mano indicándome que podía salir. Saqué el teléfono celular de mi cartera y llamé a mi padre.

      —Hermoso de mi vida… papi, necesito preguntarte algo...

      —Dime princesa…

      —Si un profesor muy guapo, pero muy guapo me pone nerviosa y me hace latir el corazón… ¿estoy en riesgo de enamorarme de él?

      —No reina. No lo creo. Simplemente te parece atractivo y tu cuerpo reacciona, son cosas normales a tu edad. No debes preocuparte.

      —¡Fiuuu! —suspiré— gracias papá, estaba aterrorizada, pensando en que podía llegar a sucederme lo mismo que a todas estas chicas poco finas y sin elegancia que almuerzan hamburguesas de 300 calorías.

      —Tú eres Sophia Laurent, nunca serás una chica sin elegancia.

      —Eso es obvio papá. Debo volver a clases, nos vemos a la noche.

      Regresé al curso enseguida, aliviada por las palabras de mi padre, siquiera había tenido que pasar por la enfermería de la escuela.

      —¿Se siente bien? —Me preguntó el profesor.

      —Perfectamente, solo deje de ser tan… tan… eso que hace para que a las adolescentes les lata fuerte el corazón, no va a funcionar conmigo.

      Me miró sorprendido, como si no entendiera de lo que le hablaba. Se sonrió y continuó con su aburrida clase de literatura.

      Sonó el timbre del descanso. Me dirigí sin dudar a la biblioteca que era el lugar preferido de Gastón Rey y allí lo encontré, sentado leyendo idioteces de fracasado.

      —Hola…—dije apenas lo divisé. Gastón me miró—. Hola dije… ¿necesito decir algo más?

      —Hola belleza ¿cómo la llevas?

      —¿Acaso no ves como la llevo? —Señalé mi figura increíble.

      —Perfecta… —expresó con las babas que se le caían.

      Recorrí mi silueta con el rabillo del ojo.

      —Es verdad, lo soy… pasarás a recogerme a las siete.

      —A las siete estaré allí.

      —No entiendes nada. Serás el primero en salir con Sophia Laurent. Estarás a las 06:50 en la puerta de mi casa. Y otra cosa, si sales conmigo tienes prohibido respirar cerca de otra chica…