que era el objeto anunciado al público de una manera tan altisonante y rabiosa, por decirlo así? Pero estamos fuera de lugar. Estas noticias tocan de derecho al Paris curioso, y no debemos perjudicar esta segunda parte de nuestros humildes apuntes.
Vamos al otro ejemplo de que hablé; al ejemplo de dogma. Bastará decir en este punto que la Francia ha corrido el espacio que media entre proclamar: NO HAY DIOS, hasta celebrar misa en un altar cristiano, que está precisamente sobre las cenizas y la estátua de Voltaire. En efecto, el Panteon, ese suntuoso mausoleo que el pueblo francés ha levantado á sus grandes hombres, se habilitó hace poco para templo cristiano, y el altar en que un sacerdote católico dice misa diariamente, viene á caer sobre la tumba del más furioso de todos los enciclopedistas; es decir, sobre la tumba del más furioso de los protestantes franceses.
No llevo á mal que la Francia reconocida haya levantado aquel suntuoso mausoleo á sus grandes hombres; no llevo á mal tampoco que Voltaire sea un grande hombre que ocupe un lugar en el espléndido mausoleo de su patria; lo que digo es que me huele á cosa francesa, una cosa que pica y que escuece, el que un sacerdote católico diga misa sobre los sepulcros de Voltaire y de Diderot. Digo que es refinadamente francés, refinadamente chispeante y fosfórico, el que las tumbas de Voltaire y de Diderot ocupen su puesto en un mausoleo cristiano, y que en ese mausoleo cristiano no hayan entrado las cenizas de un Bossuet, de un Flechier, de un Bourdaloue, de un Fenelon. Este es positivamente el fenómeno que menos he podido explicarme, un fenómeno que me aturde. Sobre una rareza tan extraordinaria, he pedido noticias á personas muy competentes; pero todas se encogen de hombros y murmuran algunas palabras á media voz. Ahora ya no pregunto á nadie. Las singularidades de esta calaña no tienen explicacion posible en el individuo francés; están explicadas únicamente por el carácter general del país; por el carácter, por el genio, por la necesidad de todos; están explicadas … por la Francia.
Otros muchos ejemplos notables se me ocurren, en historia principalmente; pero si me dejase llevar iria muy léjos; sumamente léjos, y no puedo dar tanta extension á esta primera parte, cuando me está esperando la segunda, que debe ser mucho más larga, y bastante más entretenida.
He examinado la moralidad de Paris, en las varias esferas sociales, y en todas partes he hallado una misma tendencia, un mismo secreto, una misma cifra: relumbron, efectos cómicos ó trágicos, caras muy lavadas y bonitas por fuera, palaustre. Mucho bombo y mucho platillo, para que acuda gente, para que el corro sea muy grande, y pueda hacer negocio el que maneja los cubiletes.
Pero á esto se dirá: ¿cómo se explica que un arte postizo, domine de tal modo en el mundo? Es muy sencillo, contesto yo. El que quiera verse seguido de centenares y centenares de personas, vístase de azul, de encarnado, de amarillo, de verde, de blanco y de negro; cúbrase la cabeza con plumas de pavo real, de cuervo, de buitre, aunque sea de gallo ó de gallina; si no hay plumas, póngase la cola de una zorra, ó cosa semejante; toque luego un chinesco, un tambor, una gaita; toque unas trévedes ó un almirez, sino tiene á mano otros instrumentos; toque con fuerza, haga ruido, mueva estrépito, mucho estrépito, alarme las orejas de todo el mundo…. No tengais cuidado, no irá solo.
No quiero decir que esta gran ciudad es un payaso, no. De ser payaso, habría que confesar que era un payaso muy magnífico. Me he valido del símil anterior, como pude haberme valido de otro cualquiera, para dar á entender el misterio con que Paris domina al mundo. El misterio consiste en que da á todos sus guisados una salsa picante, que excita el paladar, que lo estimula, que lo llama, que lo emboba; que lo mata luego, pero que lo provoca antes, y esto basta para el consumo de la cocina.
Y ¿qué significa esa salsa picante? Esa salsa picante es el cáustico que se pone sobre un tumor; es el cauterio que se aplica á una llaga; es la fuente que se abre á un ético; es la cantárida que se receta á un pecho podrido. Ya no basta el sér de las cosas, y se busca el sér de los adobos. No basta la verdad, y hay que acudir á la mentira. No basta la naturaleza, y tienen que implorar la ayuda de la mágia. No basta el encanto del arte, y tienen que llamar la fantasmagoría del artificio. No basta el rey, y tienen que acudir al reyezuelo. La salsa picante de los franceses significa una cosa algo peor que el soñado puñal de la soñada Manola de Madrid; algo peor que la soñada mata y el soñado facineroso, de que nos habla el brillante y reluciente Alejandro Dumas; algo peor que las soñadas jícaras como dedales, en que toman el chocolate los españoles; peor tambien que la soñada señorita española, que como dice el mismo novelista, exclamaba cándida y apasionadamente: ¡mi amado toro! Aún cuando todo eso fuera verdad, aún cuando existiese en nuestro país una señorita que requebrase á un toro con el epiteto de amado, y matas que ocultaran facinerosos, y dedales que sirviesen de jícaras, y puñales que á manera de ligas, decorasen las medias de la Manola de Madrid; aún cuando realmente existiera ese enjambre de desatinos, esa porcion de sueños extravagantes y risibles de una imaginacion que tiene fiebre; pues, sí, señor Dumas, mi muy querido novelista señor Dumas; aún cuando todo eso existiese en España, creo que seria menos malo que lo otro que existe en Paris, menos malo tambien que la calentura que usted padece de decir, de contar poéticas graciosidades, á fin de embaucar á sus paisanos, para que le escuchen con la boca abierta, y aflojen los sueldos de la suscricioncilla. Sí, señor novelista; creo que es más fácil purgar el desierto de beduinos, arrojar los cafres de las costas de oro, y poblar de hombres la Nueva Zelanda en que viven los antropófagos, que purgar á Paris de esa civilizacion engañosa, de ésa fascinadora cultura, de esa idolatría chillona que comprende tan bien el secreto de hacerse admirar.
=Resúmen de esta série. =
Voy á reasumir en pocas palabras todo lo expuesto sobre la moralidad, sobre la tan cacareada moralidad del pueblo parisiense: Tal vez me hago insufrible á mis lectores; pero esto es una operacion de cirujía, y todos tenemos la obligacion de ser pacientes hasta donde podamos aguantar. Cuando, él lector no pueda más, tiene el recurso de quemar mi libro.
Noto aquí, ni puedo ni debo ocultarlo, una grande armonía entre la ley pública y la conducta privada, entre la sociedad y el individuo.
No hallo, la he buscado inútilmente por todas partes; no veo la moralidad de la intencion, esa moralidad interior, absoluta, que existe por sí, que tiene bastante con ella misma; esa moralidad que nace de nuestro albedrío, de nuestra voluntad, de nuestra deliberacion, de nuestro deseo, este deseo que es la virtud más alta y más grande con que Dios enaltece al hombre; no veo, no hallo, no vislumbro la moralidad del sentimiento que ama lo justo y lo virtuoso, por el placer magnánimo de amar la justicia y la virtud. No veo, no hallo la verdadera y única moralidad.
Hallo y veo una virtud que es virtud mientras que ve un castigo; que puede ser vicio, que lo es frecuentemente, cuando se ve sola, léjos de la ley y de su pena, léjos de la opinion y de su fama; una virtud que obra bien, siempre que no puede obrar mal impunemente.
Hallo y veo una hábil hipocresía.
Hallo y veo un egoismo sábio.
En fin, hallo y veo un palaustre que lava esta cara como las lava todas.
Creo, pues, que Paris es un pueblo inmoral; inmoral de un modo picante, novelesco, fantasmagórico; inmoral de una manera delicada, graciosa, aún artística: sobre todo, de una manera relumbrona, dramática, teatral. Brillante, muy brillante, muy reluciente, muy bonito, muy fascinador, todo lo que se quiera; pero inmoral; tan inmoral, que ha logrado el prodigio de civilizar la inmoralidad; el prodigio asombroso de hacer de la inmoralidad una cultura célebre.
Esto dice á Paris y al señor novelista Dumas, un infeliz cafre de allende el Pirineo.
Si eso es civilizacion, quiero que mi país sea salvaje.
Si eso es ser culto, quiero que mi país sea bárbaro.
Si por eso el Africa ha de principiar en los Pirineos, que principie en buen hora, y Dios la dé mucha fortuna, mucha salud, y que á mi no me olvide, como decia el autor del Quijote.
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