dor Dostoiewski
Los hermanos Karamazov
Título original: Бра́тья Карама́зовы (1880)
e-artnow, 2013
ISBN 978-80-268-0286-0
PREFACIO
Al abordar la biografía de mi héroe, Alexei Fiodorovitch, experimento cierta perplejidad: aunque le llamo «mi héroe», sé que no es un gran hombre. Por lo tanto, se me dirigirán sin duda preguntas como éstas: «¿Qué hay de notable en Alexei Fiodorovitch para que lo haya elegido usted como héroe? ¿Qué ha hecho? ¿Quién lo conoce y por qué? ¿Hay alguna razón para que yo, lector, emplee mi tiempo en estudiar su vida?»
La última pregunta es la más embarazosa, pues la única respuesta que puedo dar es ésta: «Tal vez. Eso lo verá usted leyendo la novela. » ¿Pero y si, después de leerla, el lector no ve en mi héroe nada de particular? Digo esto porque preveo que puede ocurrir así. A mis ojos, el personaje es notable, pero no tengo ninguna confianza en convencer de ello al lector. Es un hombre que procede con seguridad, pero de un modo vago y oscuro. Sin embargo, resultaría sorprendente, en nuestra época, pedir a las personas claridad. De lo que no hay duda es de que es un ser extraño, incluso original. Pero estas características, lejos de conferir el derecho de atraer la atención, representan un perjuicio, especialmente cuando todo el mundo se esfuerza en coordinar las individualidades y extraer un sentido general del absurdo colectivo. El hombre original es, en la mayoría de los casos, un individuo que se aísla de los demás. ¿No es cierto?
Si alguien me contradice en este último punto diciendo: «Eso no es verdad», o «Eso no es siempre verdad», ello me animará a creer en el valor de mi héroe. Pues yo juzgo que el hombre original no solamente no es siempre el individuo que se coloca aparte, sino que puede poseer la quintaesencia del patrimonio común aunque sus contemporáneos lo repudien durante cierto tiempo.
De buena gana habría prescindido de estas explicaciones confusas y desprovistas de interés y habría empezado sencillamente por el primer capítulo, sin preámbulo alguno, diciéndome: «Si mi obra gusta, se leerá. » Pero lo malo es que presento una biografía en dos novelas. La principal es la segunda, donde la actividad de mi héroe se desarrolla en la época presente. La primera transcurre hace trece años. En realidad, sólo se recogen en ella unos momentos de la primera juventud del héroe; pero es indispensable, pues, de no existir esta primera novela, muchos detalles de la segunda serían incomprensibles. Pero todo esto no hace sino aumentar mi confusión. Si yo, como biógrafo, considero que una novela habría bastado para presentar a un héroe tan modesto, tan poco definido, ¿cómo justificar que lo presente en dos?
Como no confío en poder resolver estos problemas, los dejo en suspenso. Ya sé que el lector, con su perspicacia, advertirá que ésta era mi finalidad desde el principio y me reprochará haber perdido el tiempo diciendo cosas inútiles. A eso responderé que lo he hecho por cortesía, aunque también he procedido con astucia, ya que he prevenido al lector. Por lo demás, me complace que mi novela se haya dividido por sí misma en dos relatos, «sin perder su unidad». Una vez que conozca el primero, el lector decidirá si vale la pena empezar el segundo. Evidentemente, cada cual es dueño de sus actos, y el lector puede cerrar el libro sin pasar de las primeras páginas del primer relato y no volverlo a abrir. Pero hay lectores de espíritu delicado que quieren llegar hasta el fin para no caer en la parcialidad. Entre ellos figuran todos los críticos rusos. Uno se anima al verse frente a ellos. A pesar de su táctica metódica, les he proporcionado un argumento de los más decisivos para dejar la lectura en el primer episodio de la novela.
Con esto doy mi prefacio por terminado. Convengo en que podría haber prescindido de él. Pero ya que está escrito, conservémoslo.
Y ahora, empecemos.
EL AUTOR
PRIMERA PARTE
LIBRO PRIMERO: HISTORIA DE UNA FAMILIA
CAPÍTULO PRIMERO
FIODOR PAVLOVITCH KARAMAZOV
Alexei Fiodorovitch Karámazov era el tercer hijo de un terrateniente de nuestro distrito llamado Fiodor (Teodoro.) Pavlovitch, cuya trágica muerte, ocurrida trece años atrás, había producido sensación entonces y todavía se recordaba. Ya hablaré de este suceso más adelante. Ahora me limitaré a decir unas palabras sobre el «hacendado», como todo el mundo le llamaba, a pesar de que casi nunca había habitado en su hacienda. Fiodor Pavlovitch era uno de esos hombres corrompidos que, al mismo tiempo, son unos ineptos —tipo extraño, pero bastante frecuente— y que lo único que saben es defender sus intereses. Este pequeño propietario empezó con casi nada y pronto adquirió fama de gorrista. Pero a su muerte poseía unos cien mil rublos de plata. Esto no le había impedido ser durante su vida uno de los hombres más extravagantes de nuestro distrito. Digo extravagante y no imbécil, porque esta clase de individuos suelen ser inteligentes y astutos. La suya es una ineptitud específica, nacional.
Se casó dos veces y tuvo tres hijos; el mayor, Dmitri, del primer matrimonio, y los otros dos, Iván y Alexei, del segundo. Su primera esposa pertenecía a una familia noble, los Miusov, acaudalados propietarios del mismo distrito. ¿Cómo aquella joven dotada, y además bonita, despierta, de espíritu refinado —ese tipo que tanto abunda entre nuestras contemporáneas—, había podido casarse con semejante «calavera», como llamaban a mi desgraciado personaje? No creo necesario extenderme en largas explicaciones sobre este punto. Conocí a una joven de la penúltima generación romántica que, despues de sentir durante varios años un amor misterioso por un caballero con el que podía casarse sin impedimento alguno, se creó ella misma una serie de obstáculos insuperables para esta unión. Una noche tempestuosa se arrojó desde lo alto de un acantilado a un río rápido y profundo. Así pereció, víctima de su imaginación, tan sólo por parecerse a la Ofelia de Shakespeare. Si aquel acantilado por el que sentía un cariño especial hubiera sido menos pintoresco, o una simple, baja y prosaica orilla, sin duda aquella desgraciada no se habría suicidado. El hecho es verídico, y seguramente en las dos o tres últimas generaciones rusas se han producido muchos casos semejantes. La resolución de Adelaida Miusov fue también, sin duda, consecuencia de influencias ajenas, la exasperación de un alma cautiva. Tal vez su deseo fue emanciparse, protestar contra los convencionalismos sociales y el despotismo de su familia. Su generosa imaginación le presentó momentáneamente a Fiodor Pavlovitch, a pesar de su reputación de gorrista, como uno de los elementos más audaces y maliciosos de aquella época que evolucionaba en sentido favorable, cuando no era otra cosa que un bufón de mala fe. Lo más incitante de la aventura fue un rapto que encantó a Adelaida Ivanovna. Fiodor Pavlovitch, debido a su situación, estaba especialmente dispuesto a realizar tales golpes de mano: quería abrirse camino a toda costa y le pareció una, excelente oportunidad introducirse en una buena familia y embolsarse una bonita dote. En cuanto al amor, no existía por ninguna de las dos partes, a pesar de la belleza de la joven. Este episodio fue seguramente un caso único en la vida de Fiodor Pavlovitch, que tenía verdadera debilidad por el bello sexo y estaba siempre dispuesto a quedar prendido de unas faldas con tal que le gustasen. Pero la raptada no ejercía sobre él ninguna atracción de tipo sensual.
Adelaida Ivanovna advirtió muy pronto que su marido sólo le inspiraba desprecio. En estas circunstancias, las desavenencias conyugales no se hicieron esperar. A pesar de que la familia de la fugitiva aceptó el hecho consumado y envió su dote a Adelaida Ivanovna, el hogar empezó a ser escenario de continuas riñas y de una vida desordenada. Se dice que la joven se mostró mucho más noble y digna que Fiodor Pavlovitch, el cual, como se supo más tarde, ocultó a su mujer el capital que poseía: veinticinco mil rublos, de los que ella no oyó nunca hablar. Además, estuvo mucho tiempo haciendo las necesarias gestiones para que su mujer le transmitiera en buena y debida forma un caserío y una hermosa casa que formaban parte de su dote. Lo consiguió porque sus peticiones insistentes y desvergonzadas enojaban de tal modo a su mujer, que ésta acabó cediendo por cansancio. Por fortuna, la familia intervino y puso freno a la rapacidad de Fiodor Pavlovitch.
Se sabe que los esposos llegaban frecuentemente a las manos, pero se dice que no era Fiodor Pavlovitch el que daba los golpes, sino Adelaida Ivanovna, mujer morena, arrebatada, valerosa, irascible y dotada de un asombroso vigor.
Ésta acabó