Julia con el agua. Aliocha sumergió el dedo.
–¡Por favor, mamá; trae hilas y esa agua turbia que usamos para los cortes! No recuerdo cómo se llama. ¡Tenemos, mamá, tenemos! ¿Sabes dónde está? En tu dormitorio, en el armario, a la derecha. Allí hay un gran frasco. Y también están las hilas.
–Ya voy, Lise, ya voy. Pero no grites, no te exaltes. Observa la serenidad con que Alexei Fiodorovitch soporta el dolor. ¿Cómo se ha hecho eso, Alexei Fiodorovitch?
Y se marchó sin esperar la respuesta. Lise no deseaba otra cosa.
–Ante todo —dijo la joven rápidamente—, contésteme a esta pregunta: ¿dónde se ha herido? Después hablaremos de otras cosas. ¡Hable!
Aliocha comprendió que no había tiempo que perder, a hizo un relato exacto, aunque resumido, de su encuentro con los colegiales. Lise le escuchó sin interrumpirle. Luego enlazó las manos.
–¿Cómo se le ha ocurrido, y más vistiendo ese hábito, mezclarse con unos chiquillos? —exclamó, indignada, como si tuviera algún derecho sobre él—. Me ha demostrado usted que es más chiquillo que ellos. Sin embargo, no deje de enterarse de quién es ese rapaz de malos instintos y cuéntemelo todo después. Ahí debe de haber algún secreto. Ahora, a otra cosa. ¿Puede usted hablar cuerdamente de nimiedades a pesar del dolor?
–¡Claro que sí! Además, el dolor no es muy fuerte.
–Porque tiene usted el dedo en el agua. Por cierto, que hay que cambiarla en seguida, antes de que se caliente. Julia, ve a buscar un poco de hielo a la cueva y otro tazón de agua… Ya se ha marchado. Voy a decirle lo que le quería decir. Mi querido Alexei Fiodorovitch, hágame el favor de devolverme inmediatamente mi carta. Mi madre volverá de un momento a otro y no quiero que…
–No la llevo encima.
–Eso no es verdad; sí que la lleva. Sabía que me daría usted esa contestación. Toda la noche he estado arrepintiéndome de mi estúpida broma. Devuélvame la carta en seguida. ¡Devuélvamela!
–Me la he dejado en mi habitación.
–Sin duda, después de la tontería que he cometido, usted habrá pensado que soy una niña. Perdóneme. Y devuélvame la carta. Si es de verdad que no la lleva encima, tráigamela hoy mismo.
–Hoy me es imposible, pues he de volver al monasterio y quedarme allí. No podré venir a verla de nuevo hasta dentro de dos, de tres o tal vez de cuatro días. El starets Zósimo…
–¿Cuatro días? ¡Qué disparate! Dígame: ¿se ha reído mucho de mí?
–Nada absolutamente.
–¿Por qué?
–Porque creo ciegamente lo que me dice en la carta.
–Me ofende usted.
–Apenas la leí, me dije que todos sus deseos se realizarían. Cuando el starets Zósimo muera, tendré que dejar el monasterio. Luego acabaré mis estudios, me examinaré y, cuando tengamos la edad que señala la ley, nos casaremos. La querré mucho. Aunque no he tenido tiempo de pensar en ello, he comprendido que nunca hallaré una esposa mejor que usted. Tengo que casarme porque el starets me lo ha ordenado.
–Soy una persona anormal, un monstruo —objetó Lise riendo y con las mejillas arreboladas—. Han de llevarme en un sillón de ruedas.
–Yo mismo empujaré el sillón. Pero estoy seguro de que entonces ya estará usted completamente bien.
–¿Está usted loco? —exclamó Lise nerviosamente—. ¡Forjar planes sobre una simple broma!… Aquí llega mamá. Oportunamente, por cierto… ¿Cómo has tardado tanto, mamá? Y aquí tenemos también a Julia con el agua.
–¡Por todos los santos, Lise, no grites! La cabeza me va a estallar… La culpa de que haya tardado tanto es tuya: has cambiado de sitio las hilas… He estado mucho tiempo buscándolas… Sin duda lo has hecho expresamente.
–¿Expresamente? ¿Es que yo sabía que Alexei vendría con un mordisco en un dedo? ¡Qué cosas tan chocantes dices, mamá!
–Admito que sean chocantes; pero te aseguro que hablo con el corazón, al ver ese dedo de Alexei Fiodorovitch y todo lo demás que aquí está sucediendo. Mi querido Alexei Fiodorovitch, no son los detalles por separado lo que me trastorna, no es ese Herzenstube por si solo el que me inquieta, sino el conjunto. Esto es lo que no puedo soportar.
–Deja en paz a Herzenstube, mamá —dijo Lise riendo alegremente—, y dame el agua y las hilas. Esto es agua blanca, Alexei Fiodorovitch: ahora me acuerdo del nombre. ¡Un excelente remedio! Mamá, ¿sabes lo que ha hecho?: pelearse con unos chiquillos en la calle. Uno de ellos le ha mordido. ¿No te parece que esto demuestra que también él es un chiquillo? ¿Y crees que un joven que hace estas cosas puede casarse? Pues se quiere casar, ¿sabes? ¡Alexei casado! ¡Es para morirse de risa!
Y Lise reía con su risita nerviosa, mientras miraba a Aliocha maliciosamente.
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