celaginosos.
A las tres de la tarde el viento seguía muy flojo, en cambio el calor era insoportable.
Apenas andaríamos una milla por hora.
A la banda de babor teníamos las costas de Cavite.
¡Cuánto recuerdo tiene para nosotros Cavite!
Le queremos cual si fuera el pueblo que nos vió nacer; entre su alegre bullicio pasamos muchos meses encontrando cariño, consuelo y amistad.
El istmo de San Roque con su mar de Bacoor, incesantemente llena de empavesadas bancas que traen y llevan cigarreras; el seno de Cañacao donde encuentra un seguro anclaje la flotante población de nuestros alegres marinos; las populares fiestas de Porta Vaga con los pantalanes incesantemente llenos de alegres caras, que van y vienen en pequeños vapores engalanados y provistos de músicas; las decidoras sanroqueñas con su pequeño y airoso tapis, su jerga especial y su picaresca malicia; las poéticas bóvedas de entrelazadas cañas que dirigen á playa chica; los melancólicos cundiman del barrio de San Rafael y la Caridad; la misma arena de la playa en la cual un día y otro día hemos visto llegar la ola y borrar nombres que nuestro deseo escribía sobre la movediza materia; la franca y leal amistad con los valientes marinos, verdadero elemento que da vida á Cavite; las históricas mascaradas de Noche Buena en que sinnúmero de dalagas, suelto su hermoso pelo recorren las calles en medio de grotescos grupos en que un indio vestido de moro ostenta muy grave un cartel que dice es Moisés, en que las doce tribus van representadas por 12 individuos adornados con los deshechos de todas las guardarropías, y en que el precio de la progenitura no negamos podrá estar caracterizado por las prosaicas lentejas, pero que si van estas, lo son mezcladas con morisqueta en un inmenso bilao que lo suelen colocar debajo de la oliva del huerto, á cuya sombra no se apuran las heces de la amargura, sino sendos tragos de tuba mezclados con los jugos de la bonga y la cal del buyo; todo, todo pasaba ante la vista y ante la imaginación.
El barco aceleró su marcha confundiendo en una cinta verde los dilatados campos de la Estanzuela.
¡Adiós risueñas playas! ¡Adiós, gratos recuerdos!
Naig, Marigondon, Santa Cruz … fueron quedando tras de la estela de la María Rosario.
Los límites de la provincia que constituye la Andalucía de Filipinas desaparecieron.
Los horizontes del primer cuadrante se mostraron aturbonados á la caída de la tarde.
Los primeros destellos de la farola del Corregidor alumbraron, al par que rebasábamos Pulo Caballo, saliendo de la inmensa bahía de Manila por Boca grande.
Después cada cual procuró resguardarse lo mejor posible de las miles de cucarachas que invadían la cámara, y después … el sueño, el sudor y los insectos imperaban en la parte animada é inanimada de nuestro individuo.
La faena del baldeo, el monótono y acompasado canto de la marinería, el ruido de la maniobra y los desesperados ladridos del perro, me despertaron en la madrugada del 11.
Durante la noche habíamos rebasado el Puerto Limbones, alumbrando los primeros rayos del día la pequeña isleta de Fortun por la proa, confundiéndose en los lejanos horizontes los elevados picos del Sungay, límites de la provincia de Cavite.
Ciñendo aparejo y aprovechando vela, algo fuera de rumbo, pudimos ganar Punta Santiago, entrando por efecto de los continuos cambios de viento y las corrientes en el Seno de Balayan, pudiendo notar en las tierras de la provincia de Batangas, las pintorescas casas de Taal, hermoso pueblo que se eleva en las cercanías de la laguna llamada por algunos Encantada, sobre la cual se levanta el célebre volcán de Taal, del que no podemos pasar sin decir algo á nuestros lectores.
CAPÍTULO II.
Recuerdos de Silam—Ordoñez y Oñate—El yo cuidado.—En marcha—Sungay—Talisay—La Capitana Ramona.—Tiempo viejo—Los labios de un chico y la boca de una chocolatera.—Perlas y brillantes—Laguna encantada.—El cráter.—Volcán de Taal—Grandiosidad del volcán—Erupciones notables—Sueño del coloso.
El año 1869 recorriendo la provincia de Cavite tuvimos ocasión de pernoctar en el pueblo de Silam, célebre entre otras cosas por criarse un café que, fin género de duda, puede competir con el mejor de Moka.
En la caída del convento y ya entrada en horas la noche, charlábamos sobre la madre patria, el cura del pueblo, excelente padre de la Orden de Recoletos, un oficial de partidas y mis queridos y buenos amigos de expedición, Melchor Ordoñez y Ciriaco Oñate, ayudante el primero del General de Marina y médico militar el segundo.
Después de haber rodado la conversación por todos los tonos y de haber evocado nuestra memoria los queridos recuerdos de España, nos ocupamos de la localidad. Explicándonos el Padre los productos, se habló de las vecinas cordilleras del Sungay, á cuya falda se extiende la laguna llamada por unos de Bombon, por los más de Taal y por algunos Encantada, nombres todos justificados y que tienen su origen, el primero por haber existido en aquellas inmediaciones un pueblo llamado Bombon, el cual fué sumido en los horrores de una erupción; el segundo lo justifica la hermosa y extensa población que se asienta á las orillas de la laguna, y por último, el tercero lo ha encontrado la imaginación oriental en la salvaje y bella perspectiva que presenta aquella inmensa masa de agua sobre la que se levanta el sombrío monte del volcán.
Mis compañeros de viaje, que tiempo hacia tenían, no la curiosidad de ver el volcán, sino el legítimo deseo de estudiar en cuanto cabe sus misterios, recogiendo sobre el terreno su historia, interrogaron al Padre sobre la manera de hacer el viaje, formulando todos la resolución de ir al volcán costara lo que costara. Hecha la decisión, se llamó á un guía, y este, que era un viejo tulisan de los más conocedores del bosque, oyó con toda la imperturbable indiferencia india nuestros deseos, contestando con un sacramental y lacónico yo cuidado.
El yo cuidado, en el lenguaje filipino, es la síntesis de la filosofía, es el extracto del refinamiento del yo y el no yo de Hegel y Krausse aplicado á la India. Yo cuidado lo dice todo unas veces, y otras no dice nada; ora es un consuelo, ora una amenaza, ora un asentimiento, ora una esperanza, ora un recuerdo, ora una súplica, en fin, es todo, lo encierra todo, lo expresa todo en el vocabulario del indio siempre parco en el decir. Increpad á un indio sobre el no cumplimiento de sus deberes, y si á la última frase de la filípica os contesta con un yo cuidado, aquella frase es la atrición completa de la enmienda. Despertadle los celos, hacedle entrever que su babay escucha amoroso cundiman, alza el cogon ó descorre las conchas á significativas enfrentadas, y si le oís murmurar yo cuidado, veréis en aquellas palabras estereotipado el paroxismo de los celos. Llevad á su inteligencia el hilo de una aventurilla y el yo cuidado en este caso envuelve toda la argucia buscona de la histórica época de capa y espada. Que una mestiza de corto y airoso tapis, pintarrajeada saya y sombreada camisa de piña, entrelace su hermoso pelo con sampaguitas en el característico pusod, que lleve á sus ojos esa dulce languidez llamada matang-mapungay, propia solo de las hijas del Oriente, que formule un deseo á su ñol y el yo cuidado en este caso es la realización completa del mas exigente capricho.
El yo cuidado tiene tanta latitud, dice tanto, es aplicable á tantas cosas, afirma y niega tantas otras, que es imposible darle su verdadero valor. Es una frase propia de Filipinas imposible de traducir en su práctica significación en ninguno otro país.
Yo cuidado, nos había dicho el matandá; así que ya no tuvimos que hacer nada en la seguridad de encontrarlo todo hecho. El guía sabía queríamos ir al volcán; la sola concepción de este deseo y el yo cuidado, bastan para comprender que lo dispondría todo, yéndonos