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La crítica del concepto cristiano de Dios nos lleva a idéntica conclusión. En este concepto venera el cristiano las condiciones en virtud de las cuales se distinguen sus propias virtudes; proyecta el goce que encuentra en si mismo su sentimiento de poderío en un ser al cual pueda estar agradecido por estas cualidades. Quien es rico quiere donar; un pueblo feroz tiene necesidad de un Dios para hacer sacrificios… La religión, dentro de estas mismas premisas, es una forma de gratitud. Se es reconocido consigo mismo; para esto se tiene necesidad de un Dios. Un Dios semejante debe poder ayudar y damnificar, debe ser amigo y enemigo; se le admira en el bien como en el mal.
La castración, contraria a la naturaleza, de un Dios para hacer de él un Dios sólo del bien, estaría aquí fuera de toda deseabilidad. Hay necesidad del Dios malo tanto como del Dios bueno; no se debe la propia existencia precisamente a la tolerancia, a la filantropía… ¿Qué importancia tendría un Dios que no conociera la cólera, la venganza, la envidia, el escarnio, la violencia? ¿Que no conociera ni siquiera los fascinadores apasionamientos de la victoria y del aniquilamiento? Semejante Dios no se concebiría: ¿qué objeto tendría? Claro está que cuando un pueblo perece, cuando siente desvanecerse definitivamente la fe en su porvenir, la esperanza en su libertad; cuando la sujeción le parece la primera utilidad y las virtudes del esclavo son para él condiciones de conservación, entonces su Dios también debe transformarse. Entonces se hace astuto, miedoso, modesto, aconseja la paz del alma, el no odiar, la indulgencia hasta el amor del amigo y del enemigo. Moraliza siempre, se arrastra en la caverna de las virtudes privadas, se convierte en Dios para todos, se hace un hombre privado, cosmopolita … En otro tiempo, el Dios representaba un pueblo, la fuerza de un pueblo, todo lo que de agresivo y de sediento de poderío anidaba en el alma de un pueblo: ahora es simplemente el buen Dios …
En realidad, para los dioses no hay otra disyuntiva: o son la voluntad de poderío, y entonces serán los Dioses de un pueblo, o son la incapacidad de poderío, y entonces se hacen necesariamente buenos…
Capítulo 17
Donde en cualquier forma declina la voluntad de poderío, se da siempre a la vez una regresión fisiológica, una decadencia. La divinidad de la decadencia, mutilada de sus virtudes y de sus instintos viriles, es ahora necesariamente el Dios de los degenerados fisiológicamente, de los débiles. Estos no se llaman a sí mismos los débiles: se llaman los buenos… Se comprende sin necesidad de explicaciones en qué momento de la historia se hace justamente posible la ficción dualística de un Dios bueno y de un Dios malo. Con el mismo instinto con que los sometidos rebajan su Dios al grado de bien en si, cancelan las cualidades buenas del Dios de los vencedores; se vengan de su amo, haciendo del Dios de éstos un diablo. El Dios bueno es así también el diablo: ambos son partes de la decadencia.
¿Cómo es posible haberse rendido tanto a la simpleza de los teólogos cristianos, que se haya llegado a decretar con ellos que la evolución del concepto de Dios, del Dios de Israel, del Dios de un pueblo al Dios cristiano, al compendio de todos los bienes, es un progreso? Pero el mismo Renan lo decretó así. ¡Como si Renan tuviera el derecho de ser simple! Sin embargo, lo contrario salta a los ojos. Si la suposición de la vida ascendente, si todo lo que es fuerte, valeroso, soberano, fiero, es eliminado del concepto de Dios; si, paulatinamente, Dios se rebaja hasta llegar a ser el símbolo de un báculo para los fatigados, un áncora de salvación para todos los náufragos; si llega a ser el Dios de los pobres, el Dios de los pecadores, el Dios de los enfermos por excelencia, y el predicado de salvador, redentor queda, por decirlo así, como el predicado divino en general, ¿de qué nos habla semejante transformación, semejante reducción de la divinidad? En efecto: con esto el reino de Dios ha llegado a ser más grande. En otro tiempo, Dios sólo tenía su pueblo, su pueblo elegido. Después se marchó al extranjero, lo mismo que su pueblo, en peregrinación, y desde entonces ha residido ya fijamente en parte alguna: desde que se encontró dondequiera en su casa él, el gran cosmopolita, desde que no tuvo de su parte el gran número y la mitad de la tierra. Pero el Dios del gran número, el demócrata entre los dioses, no por esto se hizo un fiero Dios pagano; siguió siendo hebreo, siguió siendo el Dios de todos los rincones y lugares oscuros, de todos los barrios insalubres del mundo entero … Luego como antes, su reino mundial es un reino del mundo subterráneo, un hospital, un reino de ghetto … Y él mismo es tan pálido, tan débil, tan decadente … Hasta los más pálidos entre los pálidos se hicieron dueños de él; los señores metafísicos, los albinos de la idea. Estos tejieron lentamente en torno a él su telaraña, hasta que él, hipnotizado por sus movimientos, se convirtió a su vez en una araña, en una metafísica. Y entonces tejió el mundo, sacándolo de si mismo -sub specie Spinozae-; entonces se transfiguró en un ser cada vez más sutil y pálido, se convirtió en ideal, se hizo espíritu puro, llegó a ser lo absoluto, la cosa en si… Decadencia de un Dios: Dios se hizo cosa en si…
Capítulo 18
El concepto cristiano de Dios -el Dios entendido como Dios de los enfermos, como araña, como espíritu-es uno de los conceptos más corrompidos de la divinidad que se han forjado sobre la Tierra; quizá represente el nivel más bajo en la evolución descendente del tipo de los dioses. Dios, degenerado hasta ser la contradicción de la vida, en vez de ser su glorificación y su eterna afirmación. La hostilidad declarada a la vida, a la naturaleza, a la voluntad de vivir, en el concepto de Dios. Dios, convertido en fórmula de toda calumnia, de toda mentira del más allá. ¡La nada divinizada en Dios, la voluntad de la nada santificada!
Capítulo 19
El hecho de que las razas fuertes de la Europa septentrional no hayan rechazado al Dios cristiano no hace honor verdaderamente a sus cualidades religiosas, para no hablar del buen gusto. Debieran haberse sacudido semejante aborto de la decadencia, enfermizo, decrepito. Pero como no se libraron de él, pesa sobre ellas una maldición; acogieron en todos sus instintos la enfermedad, la vejez, la contradicción; desde entonces no crearon ya ningún Dios. ¡En casi dos milenios, ni un solo nuevo Dios! Pero, en cambio, sostuvieron siempre, como si existiera de derecho, como un ultimum y un máximum de la fuerza que crea los dioses, del creator espíritus en el hombre, este Dios, digno de compasión, del monótono teísmo cristiano. Esta híbrida creación de decadencia extraída del cero, que es concepto de contradicción, en la que todos los instintos de la decadencia, todas las vilezas y los tedios del alma encuentran su sanción.
Capítulo 20
No desearía haber ofendido, con mi condenación del cristianismo, una religión afín, que ha prevalecido sobre el cristianismo por el número de los que la profesan: el budismo. Ambas están vinculadas entre si como religiones nihilistas, son religiones de decadencia; pero se distinguen una de otra del modo más notable. Si hoy se pueden parangonar entre sí es cosa de que el crítico del cristianismo está profundamente agradecido a los doctos indios.
El budismo es cien veces más realista que el cristianismo; tiene en su cuerpo la herencia de la posición objetiva y audaz de los problemas; viene después de un movimiento filosófico durante cientos de años; cuando llega, la idea de Dios está ya acabada. El budismo es la única religión realmente positivista que la historia nos muestra, aun en su teoría del conocimiento (un severo fenomenalismo); no habla ya de lucha contra el pecado, sino que, dando plena razón a la realidad, dice lucha contra el sufrir. Tiene -y esto le distingue profundamente del cristianismo-detrás de si la auto mistificación de los conceptos morales; está, hablando en mi lenguaje, más allá del bien y del mal.
Los dos hechos fisiológicos sobre los cuales se funda y que tiene presentes son: en primer lugar, una excesiva irritabilidad de la sensibilidad, que se manifiesta como refinada capacidad para el dolor; en segundo lugar, excesiva espiritualización, un vivir demasiado largo entre conceptos y procedimientos lógicos, por el cual el instinto de la persona ha quedado lesionado en provecho del instinto impersonal (ambos son estados de ánimo, que por lo menos algunos de mis lectores, los objetivos, conocerán por experiencia