mírame.
–No.
Él la tomó suavemente por los hombros y, al ver el brillo de sus ojos, Danielle hizo exactamente lo contrario de lo que había pensado hacer: se puso a llorar.
Flynn la tomó entre sus brazos.
–Venga, no llores.
–No puedo evitarlo –murmuró ella, odiándolo, deseándolo. No sabía lo que sentía por aquel hombre.
Flynn le dio su pañuelo y Danielle lloró aún más… hasta que pensó que no iba a parar nunca. Y luego empezó a notar lo bien que olía, el calor de su cuerpo. Un calor letárgico, profundamente masculino.
–¿Danielle?
Cuando levantó la mirada, su corazón dio un vuelco. Así de cerca, el brillo de sus ojos era aún más poderoso. Era potente, posesivo. No se atrevía a respirar. Porque si lo hacía Flynn la besaría. Y, aunque no sabía por qué, no se creía capaz de resistir.
El ascensor se detuvo justo cuando Flynn inclinaba la cabeza y Danielle dio un paso atrás, horrorizada por lo que había estado a punto de hacer. Pero, desorientada, se dio un golpe contra la pared.
–Cuidado –dijo él, poniendo una mano en su espalda. El roce la hizo temblar, como si la tela de la camisa no existiera.
Danielle respiró temblorosamente. Era hora de poner distancia entre ellos.
–Creo que necesito un par de ojos en la espalda.
–Es posible. Y también es posible que así no te deseara tanto.
–Yo…
–No digas nada. Ni una palabra o te llevo de vuelta a mi despacho y te hago el amor allí mismo.
Danielle sabía que había una chispa, una atracción sexual entre ellos desde el primer día, pero oírselo decir en voz alta…
–Te recuerdo que estoy embarazada.
–Lo sé.
Flynn Donovan la deseaba. Y ella lo deseaba a él también. Pero las viudas embarazadas no deberían desear a un hombre. No estaba bien.
¿Cómo podía desear a un hombre que pensaba tan mal de ella? Un hombre que la acusaba de robarle su dinero, de mentir, de engañar a los demás.
Flynn la empujó suavemente fuera del ascensor.
–El coche es tuyo –dijo con voz ronca–. Toma las llaves –añadió, poniéndolas en su mano.
Después pulsó un botón y las puertas del ascensor se cerraron.
Flynn Donovan despertaba un deseo nuevo en ella. Un deseo más que físico. Algo más profundo, más íntimo. Oh, no… ¿No había sufrido suficiente con los hombres?
Por culpa de su ayudante tendría que devolver el bolso de Danielle personalmente. Él lo habría enviado por mensajero, pero si no iba en persona, lo haría Connie. Ella misma se lo había dicho cuando volvió al despacho y la encontró con el bolso en la mano. Pero Flynn no pensaba dejar que su ayudante fuera a casa de Danielle Ford. Porque si clavaba sus garras en Connie, él estaría perdido.
Por supuesto, Connie se mostró encantada cuando le prometió hacerlo. Tan encantada como el día anterior, cuando le pidió que comprase un coche.
–¿Para ti?
–No, para Danielle Ford.
–¿Y el préstamo?
–Se ha negado a romper los documentos.
Connie asintió con la cabeza.
–Es una mujer íntegra.
Flynn sacudió la cabeza, asombrado por la inocencia de su ayudante.
–Bueno, da igual. Ahora mismo necesita un coche. Eso si a ti te parece bien, claro –dijo Flynn, irónico.
–No lo haces por eso, pero gracias –sonrió Connie.
–Por favor, no me conviertas en un santo.
–No, por Dios. Quizá debería ir yo a verla…
–¡No!
–Pero alguien debería cuidar de esa pobre chica.
–No te metas en esto, Connie.
–Pero…
–Di una palabra más sobre Danielle Ford y te despido.
La mirada de Connie decía que aquella no iba a ser su última palabra, pero hizo lo que le había pedido y compró un coche.
Y ahora él tenía que ir a devolverle el bolso a Danielle y luego vestirse para una cena. Aquella noche lo pasaría bien, decidió, mientras subía al apartamento de Danielle Ford. Tenía una cita con una examante y quería pasarlo estupendamente. Y lo último que necesitaba era volver a ver a Danielle y recordar que no podía tenerla.
Flynn arrugó el ceño cuando vio que la puerta de su apartamento estaba abierta. ¿Estaba esperándolo? ¿Habría dejado el bolso en su despacho a propósito?
–¿Danielle? –la llamó. No hubo repuesta–. ¿Danielle? –volvió a llamarla entrando en el salón.
De nuevo, no hubo respuesta.
¿Por qué no contestaba?
Entonces oyó una especie de gemido y, asustado, dio un paso adelante. Si había vuelto a marearse…
Empujó una puerta… y allí estaba, recién salida de la ducha, envolviéndose el pelo con una toalla. Completamente desnuda.
–¡Flynn!
Flynn deslizó la mirada por sus pechos, su estómago todavía plano, el triángulo de rizos rubios entre sus piernas… Al verla tuvo una erección incontenible. Aquella mujer le provocaría una subida de tensión a cualquier hombre. Era una seductora. Una bruja. Y él la deseaba como no había deseado a nadie jamás.
–¿Qué haces aquí?
Parecía haber olvidado que estaba desnuda. O quizá no le importaba. Pero eso no evitó que deseara calmar el dolor entre sus piernas con la posesión más dulce.
Y cuando ella levantó la mirada, sus ojos le dijeron que Danielle lo deseaba tanto como él.
–Eres preciosa –dijo con voz ronca.
–Pero… –Danielle se apresuró a ponerse una bata, como si de repente hubiera recordado que estaba desnuda– estoy embarazada. Me parece que se te ha olvidado eso.
–Sigues siendo muy sexy. Increíblemente sexy.
–No –susurró ella.
–¿No qué?
–No intentes seducirme.
Flynn se fijó en cómo el suave material azul de la bata se pegaba a sus pechos desnudos.
–Qué curioso. Pensé que eras tú quien estaba seduciéndome.
–¿Cómo? ¿Saliendo de mi propia ducha?
–La puerta estaba abierta –dijo él–. Y te has dejado esto en mi despacho –añadió, mostrándole el bolso.
–Ah, sí, me he dado cuenta. Pensaba ir a buscarlo mañana.
Flynn la miró, irónico.
–Sí, claro.
–¿Crees que me lo he dejado allí a propósito?
–¿Vas a decirme que no?
–Espera un momento… ¿cómo que mi puerta estaba abierta? Yo la cerré. Estoy segura de haberla cerrado.
–A lo mejor la cerradura está defectuosa –sonrió Flynn, que sabía que le había tendido una trampa.
–Quizá. El administrador