más, nos lo ofrece con mayor abundancia, porque per normalmente es una partícula abundancial, significa que hay abundancia. Perduración es abundancia de duración y así sucesivamente...
El pecado a la luz del relato de Gn 3: autoafirmación
e independencia
Sobre el pecado, vamos a recordar dos relatos: uno es el del pecado original. Dejando aparte muchas cosas que ahora no nos interesan, ahí lo que se está enseñando es que Dios Padre les está ofreciendo a Adán y Eva la vida y su amistad y Adan y Eva lo que hacen es preferir rechazar el don de Dios, autoafirmándose a sí mismos, y anteponiendo, en esa autoafirmación, el proyecto que se hacen... Uno decía: “si en lugar de prohibirles comer la manzana les hubiera prohibido comer la serpiente, ¿qué hubiera pasado?” Pues a lo mejor se hubieran comido la serpiente. Al [desear] ser como dioses –ya eran a imagen y semejanza de Dios– lo que no quieren Adán y Eva es ser dependientes de Dios, fue un acto de independencia. Y en esta narración lo que resalta también es que eso ni siquiera es un acto de independencia como comienzo, sino una sugerencia externa, algo que viene del demonio. Esto es lo que caracteriza siempre al pecado: el que nosotros nos autoafirmamos, es decir, nos afirmamos a nosotros mismos frente a Dios y hacemos nuestro proyecto, pensamos que así vamos a ser más felices. Por tanto, no nos fiamos de Dios ni le obedecemos, pero no obedecerle quiere decir que no recibimos su Palabra, no recibimos la vida que nos ofrece. Y esto es un engaño porque, en primer lugar, no hay tal autoafirmación, sino que estamos bajo otros influjos, el influjo diabólico, y porque las consecuencias –ya las conocéis– no son precisamente la felicidad que uno ha planeado: conocer el bien y el mal siendo como Dios sino, al revés, es sentir mucho más todavía la dependencia y quedarse sin los bienes.
El quedarse sin los bienes es algo también ontológico; si Dios es la fuente del bien, propiamente el que se aparta de Dios se queda sin bien ninguno; en la tierra no se nota; en el infierno... no se nota del todo, porque como Dios no nos quiere aniquilar, no quiere dejar de crearnos, pues esto toma un tono distinto, pero, en realidad, a lo que tiende el pecado ciertamente es a la aniquilación porque si yo estoy siendo creado y rechazo a quien me crea evidentemente a lo que tiendo es a desaparecer. Pero es que ni siquiera puedo eso; el pecado está manifestando siempre nuestra impotencia, impotencia porque no puedo hacer lo que a mí me parece, sino que hago lo que alguien me sugiere, alguien superior a mí, e impotencia porque no consigo lo que quería, ni muchísimo menos, sino que consigo realmente lo contrario; y a última hora no consigo ni siquiera –lo que llega al colmo de la desesperación– la aniquilación porque no puedo aniquilarme. El que se suicida, se suicida, pero no queda aniquilado.
El pecado a la luz de la parábola del hijo pródigo
El relato del hijo pródigo es igual. El hijo pródigo no pide nada nuevo, pide menos de lo que tiene: “dame la parte de hacienda que me toca”; la situación en que estaba, según le dice el padre al hijo mayor “todo lo mío es tuyo”, tenía todo, pero tenía todo inmediatamente de modo filial, recibido todo del padre, y él lo que quiere es tener menos, pero suyo, hacer lo que le parece a él. Y entonces hace su proyecto; no me le contó, pero lo que fuera... Irse por ahí a vivir por su cuenta... Y tampoco le sale; alguna temporada... y después se queda sin nada. Observo que el hijo pródigo era idiota por otras razones, aparte de otras cosas más monumentales, porque dice el relato que quería algarrobas y nadie se las daba... ¡Para comer algarrobas no hace falta que te las dé nadie, vamos! Si estaba él guardando los cerdos, las algarrobas estarían a su disposición, pero ya se ve que el muchacho era tonto de capirote... Lo cual no tiene nada de particular... si no, no se hubiera ido de casa...
¿En qué consiste el pecado del hijo pródigo? Otra vez lo mismo: en una autoafirmación y en un proyecto independiente de su padre, no querer ser hijo sencillamente. Esta es la sustancia del pecado. Aquí hay otros aspectos que no aparecen, por ejemplo el del diablo; daos cuenta que el hijo pródigo no se arrepiente, por mucho que digamos, vuelve porque no tiene qué comer y no vuelve creyendo en su padre, porque vuelve para ofrecerse como uno de los jornaleros, lo cual [indica que tiene] una idea del padre bastante baja y bastante inexacta; no cree en su padre. Lo que pasa es que, después, el padre le recibe bien.
La otra figura que aparece es igual. Si el hijo mayor aparece como antipático, no quiere a su hermano, es porque tampoco se siente como hijo; tampoco tiene una actitud filial. El pródigo se quiere marchar sin más, pero el mayor lo que pasa es que ha tomado otra determinación para arreglar su vida, una determinación que no le acaba de llenar, porque lo que le dice al padre es una palabra o una expresión perfecta en boca de un criado pero absolutamente desplazada en la boca de un hijo: “hace tantos años que te sirvo, nunca he transgredido uno de tus mandatos y no me das ni un cabrito para merendar con mis amigos...” El Padre lo que le contesta –es que casi ni le contesta– “todo es tuyo; ni me sirves de nada, ni te mando nada, ni tengo que darte nada, coge lo que quieras y ya está, porque es tuyo”. Es decir, el hijo mayor tampoco tiene actitud filial. También aparece pecaminoso en la parábola. El pecado en lo que consiste es en esto.
El pecado: ofensa contra Dios
No estaría mal que vierais un poco: ¿tengo esta conciencia? Fijaos que estamos en la radicalidad... La gente suele acusarse de desórdenes de tipo humano que, como le han enseñado que son pecado, pues ya está... En el examen de conciencia lo que suele buscar son unas cosas que, en muchísimas ocasiones, si no fuera católico, podría contárselas igual a alguien por descargar su conciencia, podría contárselas igual, porque las cosas que dice están mal de todas maneras: “me he enfadado con mi mujer, con mis hijos, sin motivo..., me he dejado llevar de la ira, me he dejado llevar de la lujuria, he sido egoísta...”. Eso está mal sea católico o no lo sea... O las expresiones: “he pecado contra la castidad”, “he pecado contra la caridad”... A mí me dan ganas de decir: “la caridad es una señora que no me ha dado ningún encargo... entiéndase usted con ella. Y la castidad pues lo mismo, y la misericordia y todas las virtudes... aquí no estoy en nombre de ninguna virtud... ¿Ha ofendido usted a Dios, sí o no? Yo estoy aquí en nombre de Dios, en nombre de Jesucristo, no en nombre de ninguna virtud...” No se peca contra las virtudes, se peca contra Jesucristo en la materia que sea; la materia será la virtud, pero el pecado no es contra la virtud, la virtud no es nadie...
Examinar un poco. ¿Tenemos esta concepción? Daos cuenta que estamos en plena consonancia con lo de antes: esto es totalmente radical. ¿Contra quién he pecado? contra Dios, rechazando a Cristo que es donde Dios nos comunica su vida y rechazando al Espíritu Santo, en resumidas cuentas. Estas frases tan personales que aparecen [en el NT], por ejemplo: “no extingáis el Espíritu... no contristéis al Espíritu Santo”... El Espíritu Santo, contristarse, contristarse, no creo que se contriste, pero la expresión es la expresión exacta: llevarle la contraria al Espíritu Santo, eso es lo que es el pecado. Paraos pues, un poco a pensar si realmente vamos creciendo en esta conciencia de lo que es el pecado; porque la repugnancia al pecado está en razón directa con el espíritu filial que tenemos y con el espíritu de conservación que tenemos.
El instinto de conservación espiritual
En la medida que vamos teniendo vida, un aspecto de la vida, que es esencial, es el instinto de conservación; el instinto de conservación, propiamente hablando, no es sólo de conservación... ese ya se tiene cuando uno no tiene más remedio; pero una de las cosas más ofensivas que se puede decir es “¡qué bien se conserva usted!”... ¡Vamos, por favor, eso está bien para la lata de las sardinas y esas cosas, pero una persona humana que se “conserva” bien... Mire usted, estamos en pleno desarrollo! ¡no faltaba más...! Que uno se conserva, parece que le han metido en alcohol...
El instinto de conservación es instinto de perfeccionamiento, sencillamente, de crecimiento. Y el instinto de crecimiento está en relación inmediata con el rechazo de todas las cosas que nos amenazan. Un individuo que no tenga instinto, un niño pequeñito, pequeñito de verdad, recién nacido, no tiene instinto de conservación; quiere decir que tiene poca vida todavía... Esto es evidente. Cuando manifestamos tan poca reacción espontánea frente al pecado y frente a los peligros del pecado, estamos declarándonos a nosotros mismos que tenemos muy poco instinto vital todavía. Cuando las personas se están poniendo en tal cantidad de peligros de pecado, una de dos: o es que no tienen