continúe leyendo. Siga pensando que España es una democracia, que el PSOE es un partido de izquierdas, que Antonio Ferreras es un periodista y que La Ser, El País o La Sexta son medios de comunicación libres e independientes. No quiero estropearle el sueño tan idílico en el que vive, sobre todo porque puede que, con un poco de suerte, fallezca antes de que todo se vaya al traste y se vaya al otro mundo o al jardín en el que el perro del vecino mea, que para el caso –siempre en mi opinión– es lo mismo, con una armonía que aquellos que somos conocedores y aceptamos lo que España es y lo que sucede difícilmente podremos portar.
De hecho, mi querido lector, los antecedentes sólo del último año –los de las últimas décadas, ya ni le cuento– deberían haber causado un seísmo mediático y social de tal magnitud que no hubiera hecho falta que ningún resultado electoral demostrara lo que las evidencias llevan décadas señalando: el Ejército español es ultraderechista, franquista, de Vox, de Santiago Abascal, de Felipe VI, de Juan Carlos I y de Franco, aun cuando este no está ni siquiera vivo, siendo todo ello lo mismo. Sí, así es, Felipe VI, Abascal, Vox, Juan Carlos I y Franco son en esencia lo mismo. Sirven a lo mismo. Se alimentan de lo mismo. Y viven de lo mismo. De no ser así, lo aquí relatado no habría ocurrido jamás y, de haber ocurrido, las consecuencias habrían sido otras muy diferentes a las que han sido.
El Manifiesto de los Mil
El primero de estos acontecimientos que deberían haber aterrorizado y abochornado al país, pero tan sólo sirvió como otro de tantos elementos folclóricos con los que rellenar el vacío del espacio mediático del verano pasado –2018–, fue el que podríamos denominar como Manifiesto de los Mil. En julio y agosto de ese año, casi 200 altos mandos militares –sobre todo generales, coroneles y tenientes coroneles– firmaron un manifiesto de desagravio al dictador y genocida Francisco Franco, destacando de él su faceta militar. Este manifiesto, al que posteriormente se adhirieron más de 800 altos mandos, superando así el millar de firmantes, constituía una respuesta a la decisión del Gobierno socialista de exhumar los restos del cadáver de Francisco Franco y dar por finalizada una anomalía en Europa: un panteón conmemorativo de un dictador.
Aunque el caso, como ya he comentado, levantó una polvareda mediática considerable, debido sobre todo a que se produjo en el periodo estival y se convirtió en lo que se denomina «serpiente de verano» –noticias que no tendrían repercusión en un momento normal, pero que en verano pueden tener gran visibilidad debido a la ausencia de noticias políticas–, el asunto –la serpiente de verano– no sobrevivió al ya cada vez menos fresco septiembre. Sin embargo, constituye, con mucho, el mayor y más cuantioso desafío militar acaecido desde la restauración de la monarquía, allá por 1975, a excepción del intento de golpe de Estado de 1981 y otras intentonas que seguramente el lector, a causa de la desinformación de los medios españoles, ni tan siquiera conozca.
Ni el proceso a los golpistas durante el año 1981 generó tantas adhesiones –en aquel momento se produjo el Manifiesto de los 100– ni la provocación golpista de 2006 del teniente general Mena –50 mandos enviaron cartas de apoyo a medios de comunicación– provocaron una reprobación tan masiva por parte del mundo militar. Porque una cosa es Catalunya y otra muy distinta es el venerado, amado y admirado dictador y genocida Francisco Franco, el cual, por cierto, de buen militar tiene más bien poco y de estratega de una cierta talla, menos todavía. Fue un sanguinario con suerte que, ayudado por los nazis alemanes y los fascistas italianos, consiguió ganar una guerra no sin antes destruir un país, abocarlo a la ruina y el hambre, ensangrentarlo y llenarlo de cadáveres. Un tipo menor todavía que el cabo que atemorizó el mundo, que sólo pudo sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial gracias a su calenturienta mente en la que todavía sostenía ganas de imperio y que, ayudado por su capacidad de someter sus propios ideales a su ambición de poder y por un pueblo, el español, mayoritariamente agradecido de migajas y limosnas, pudo morir en la cama.
Además, no sólo en términos cuantitativos se trata esta de la mayor protesta del ámbito militar en 44 años, sino también en término cualitativos. El elevado número de altos mandos militares que desempeñaron puestos de primera magnitud así lo demuestra. Incluso entre los firmantes se encontraba el teniente general Aparicio, el último mando que me arrestó, curiosamente por afirmar, entre otras cuestiones, que la cúpula militar era en extremo ultraconservadora. Ofendido por ello, incluso concedió una entrevista en la que destacó la democratización de las Fuerzas Armadas. Pero ya retirado no hacía falta mantener la mascarada y no la mantuvo, el mismo fulano que me arrestó en 2015 por afirmar la falta de talante democrático de la cúpula militar firmaba en 2018 un manifiesto clara y meridianamente ultraderechista, antidemocrático, franquista y fascista.
Este episodio pudiera ser anecdótico, pero no lo es por una cuestión trascendental: la cúpula militar española engaña y esconde su condición de forma pública hasta pasar a la reserva y el retiro. Ello lo hace por las consecuencias que le podría ocasionar, pues es cobarde por naturaleza, miserable en cuanto a que prefiere cobrar a final de mes a vivir con sus propias ideas, lo cual en principio puede parecer beneficioso para la sociedad, pero en última instancia resulta justo todo lo contrario: un gran desastre. Porque es esta máxima de cobardía la que ha permitido que la cúpula militar española y gran parte de la milicia sean ultraderechistas, franquistas o fascistas. Fieles votantes del Partido Popular y muy especialmente en los últimos años de Vox. De Santiago Abascal.
Porque el acuerdo con las élites es claro y meridiano: en los cuarteles hacen lo que les plazca, pero en la calle ni un problema. Y así llevamos camino de 50 años. Este ignominioso y no escrito pacto es la base de gran cantidad de aberraciones que acontecen en los cuarteles, desde la existencia de la justicia militar hasta la inexistencia de sindicatos, lo que en esencia se traduce en la persistencia de una institución ultraderechista y reaccionaria. De ello puede dar fe mi segundo encierro, junto con un teniente coronel que escribía en la Fundación Nacional Francisco Franco –fundación que hoy dirige el general Juan Chicharro, exayudante del rey Juan Carlos I– y un sargento con un Águila de San Juan tatuado –y visible al hacer deporte– en la pierna.
Sin ninguna duda, este manifiesto debería haber sido suficiente por sí mismo para emprender las acciones necesarias para regenerar las Fuerzas Armadas españolas. No fue así.
Un proceso que en España ya acumula más de cuatro décadas de retraso, las que van desde la muerte de Franco y desde que Alemania emprendió la regeneración de sus Fuerzas Armadas. Fue a mediados de los setenta cuando los alemanes se encontraron en una disyuntiva parecida a la nuestra y allí no hubo dudas, seguramente porque el fascismo fue derrotado –mientras en España delegó plácidamente en la cama–. En ese momento, dado que en Alemania seguía existiendo una milicia entroncada en torno a una serie de familias militares, decidieron corregir aquella situación: los militares serían universitarios y técnicos y la profesión militar se convertiría en una más. Por ello, en Alemania a día de hoy no existe jurisdicción militar –una jurisdicción propia de militares para militares, de compañeros de trabajo en definitiva–, existen sindicatos, y la cúpula militar es plural y democrática. El Ejército alemán no es de la derecha alemana, es de todos los alemanes.
Por ello, cuando en el año 2017 tuvieron la menor sospecha de la existencia de relaciones entre militares y grupos terroristas de extrema derecha –algo que aquí no es ocasional, sino casi estructural–, realizaron una investigación en profundidad y expulsaron a casi 300 militares por su ideología ultraderechista. Claro, que en Alemania la apología del fascismo es un delito y en España la Fundación Nacional Francisco Franco está sustentada con fondos públicos. Es por ello que aquí con un episodio similar, cuando varios militares fueron detenidos por traficar con armas y formar parte de un grupo de extrema derecha, no pasó nada. Ni repercusión mediática. Y es por ello que cuando más de mil altos mandos militares firmaron un manifiesto antidemocrático, franquista, fascista y contrario a la decisión del propio Gobierno tampoco pasó en esencia nada. Ni una sola reforma ni medida se ha aplicado desde entonces. Ni una.
La victoria «militar» de Vox en Andalucía y el fichaje de seis altos mandos militares
Si la situación para diciembre de 2018 era ya más que evidente –especialmente después de la publicación de El libro negro del Ejército español en 2017–