de verdad, buscad por las casas dispersas por los montes que hay alrededor de esas aldeas; mirad, escondidos, alguna casa en la que no haya ningún carro, y a ser posible, si veis a sus habitantes, que sean ancianos... Es mejor prevenir por si acaso alguien quisiera delataros o reteneros...
Don Ángelo, de improviso, sonrió mirando a Tonino. Debía rememorar algo que ahora le producía casi risa. Los demás se extrañaron por este súbito gesto de Don Ángelo, que parecía cortar de golpe la gravedad y seriedad de la situación.
-Tonino, ¿recuerdas cómo te enfadabas conmigo, hace tiempo, cuando te daba clases de la vieja lengua? Decías que era una pérdida de tiempo, que no podías hablar de ese modo con ninguno de los otros...
Cuando Don Ángelo recibió a Tonino, muy pequeño, el sacerdote notó que el niño balbuceaba y decía algunas palabras en la vieja lengua. Parecía que las personas de las que se había visto rodeado desde su nacimiento le hablaban en esa lengua. Don Ángelo pensó que esta circunstancia era una oportunidad para educar al chico de modo bilingüe. Así lo hizo. Él hablaba bastante bien aquel antiguo idioma. Durante los años siguientes, cuando se dirigía solamente a Tonino, lo hacía en la vieja lengua. También fue confeccionando para él vocabularios, según la edad del muchacho, y más tarde, pese al enfado de Tonino que veía cómo sus clases ocupaban más tiempo que las de los demás, se dedicó a profundizar con él en las expresiones, gramática y modismos del idioma.
Don Ángelo prosiguió dirigiéndose a Tonino:
-Cuando encontréis a gente mayor, y si veis que no hay peligro, que te acompañe alguno de los niños; así no tendrán miedo cuando te acerques a ellos. Salúdales en la vieja lengua. Si te contestan, mejor. Podrás hablar con cierta tranquilidad... por si alguien os escuchara... Tonino, tienes que confiar en Dios y en tu corazón; mira si son gente buena... Lo sabrás. Y entonces pídeles ayuda, lo que os haga falta..., no sé, agua, alimentos, alguna medicina... o indicaciones para el camino si os habéis perdido. Pero, aunque te parezcan buena gente, no les digáis a dónde vais, sólo alguna pista para que podáis seguir otra vez con el mapa.
-Don Ángelo, ¿qué significa esa flecha al lado de Tarbes... Veo que tenemos que rodear esa aldea.
-Tarbes no es una aldea, Tonino. Las aldeas son poco más grandes que La Casa -ellos llamaban así a su pequeña comunidad: «La Casa» o «Nuestra Casa»-. Son como el Aduar. Tarbes es como si juntaras cincuenta aldeas. Como ves, tenéis que girar hacia el suroeste y cruzar el río Adour... En esto no puedo decirte nada: vosotros tenéis que encontrar la forma de atravesar el río.
-Pero Don Ángelo, ¿no sería más fácil ir hacia el sureste y rodear Tarbes por el otro lado?
-No, Tonino... Mira el mapa; ¿ves todos esos caminos? Por ese lado no está la barrera del río y esos caminos están habitualmente llenos de gente... Además, en Tarbes siempre hay grupos de traficantes y de mercenarios... Han pasado algunos años desde la última vez que recibí noticias pero no creo que hayan cambiado mucho las cosas... La prueba, Tonino, es que ahora mismo están aquí...-se le empañaron los ojos- y tienen a Bo...
Don Ángelo pareció sacudirse la tristeza y de inmediato volvió a hablar:
-Tonino, mira, más al sur está el río Gave. Ahí no tendréis problema porque está seco desde hace muchísimos años. La ruta de las montañas será menos peligrosa porque es difícil que por allí encontréis soldados. Sigue bien estas señales; son viejos caminos de montaña. Esos puntos son refugios. Algunos los usan los pastores de la zona, y otros son conocidos de los peregrinos que van al monasterio. Es muy posible, Tonino, que por allí encontréis gente que sólo habla la vieja lengua.
Don Ángelo quedó callado un momento. Después de ese instante, dirigió los ojos a los que iban a marchar con Tonino como guía y les dijo:
-Va a ser muy duro. Aunque hayáis dejado atrás los otros peligros, la ruta de las montañas os va a parecer interminable...
Calló de nuevo y de pronto les dijo alzando la voz:
-¡Bueno, vamos, deprisa! Tenéis que marchar ya... Espera un momento, Tonino.
Se puso a hurgar en un cajón de la mesa y sacó un pequeño crucifijo tallado en madera. Se lo entregó a Tonino mientras le decía:
-Cuando lleguéis allí, dale esto al P. Bernard. Lo hizo él mismo. Sabrá que venís de mi parte sin duda... Si el P. Bernard hubiera muerto, enséñaselo al nuevo abad... De todos modos no os preocupéis. Ellos os acogerán.
Tonino se puso tenso. En silencio contemplaba cómo Don Ángelo enrollaba otra vez el mapa. Entonces, con los ojos brillantes por la emoción, le dijo a Don Ángelo:
-Pero, vosotros, ¿qué vais a hacer? ¿cuándo nos encontraremos?
Don Ángelo le puso las manos en los dos hombros. Todos los demás miraban con ansiedad en los ojos esperando respuesta a esas preguntas, las mismas que brotaban del interior de cada uno.
-Si Dios quiere, Tonino, nos veremos en el monasterio. Cuando Él quiera... Nosotros... nosotros vamos a intentar liberar a Bo...
Un silencio absoluto siguió a estas palabras, pero fue roto de inmediato por el mismo Don Ángelo:
-Tasunka, rápido, ve con los niños a por los petates. Sabá, ¿habéis guardado las vendas de los pies?... en esas montañas hará frío a pesar de ser primavera.
-Sí, Don Ángelo, hemos guardado todo lo que hay que llevar... pero no hemos terminado de llenar los petates porque nos has llamado.
-No importa, lo hacemos nosotros ahora mismo. Tonino, toma el mapa y la brújula. Los que os vais ahora id a recoger vuestros petates...
Salieron deprisa todos los asignados a este primer grupo y en unos breves minutos ya estaban preparados para salir. Don Ángelo salió de la choza. Yuri y todos los que escuchaban sentados en el suelo, que ya se habían incorporado, le siguieron. Los dos grupos de muchachos estaban frente a frente y en medio de ellos Don Ángelo que, tomando otra vez la palabra, les dijo:
-¡Dios! ¡cómo quisiera que siguiéramos juntos! Pero no tenemos tiempo.
Dio unos pasos y se acercó a Tonino. En silencio le bendijo, le puso la mano izquierda sobre la cabeza mientras con el pulgar de la derecha le hacía el signo de la cruz en la frente. En silencio también se dirigió a los niños, que le miraban sin comprender qué estaba pasando. Por sus manos y por su corazón pasaron los rostros de Voilov, Marinova, Tosawi, Sara, Francesco y José. Después se incorporó de nuevo, pues con los niños se había inclinado, y procedió a hacer el mismo gesto con Tasunka, Sabá, Baruc, Mikel y con las dos chicas, ahora con el pelo corto, Raquel y Edita.
-Tenéis que salir de aquí ya, ahora.
Se dieron la vuelta y comenzaron a caminar deprisa, aunque todos, en momentos alternos, iban girando la cabeza hacia atrás para contemplar al grupo que se quedaba con Don Ángelo. Al viejo, que seguía mirando fijamente la marcha de parte de sus chicos, le caían las lágrimas. Otra vez, con una palmada, se sacudió el dolor y dándose la vuelta se puso frente a Yuri y los demás. Yuri rompió el silencio. Una fuerza interior le impulsaba a tomar iniciativas, algo a lo que, como le había recordado Don Ángelo a Tonino, estaba acostumbrado.
-Don Ángelo, vamos a terminar los petates... Tenemos que soltar a las ovejas y las gallinas, pero vamos a tener problemas con los perros; nos van a seguir.
Efectivamente en La Casa convivían con tres grandes perros que se habían criado con ellos desde que eran unos cachorrillos. Los trajeron cuando Yuri tenía siete años y tanto él como sus compañeros se inspiraron para ponerles nombres en los animales desconocidos de los que les hablaba Don Ángelo en sus clases. Así pues, los perros recibieron estos nombres: León, Tigre y Oso.
Los perros estaban acostumbrados a las idas y venidas de los chicos, y a no ser que les llamaran por su nombre solían quedarse entre las chozas, los corrales y por los inmediatos alrededores. El problema es que ahora, si marchaban todos, es muy probable que los perros les quisieran acompañar, y dada la misión que Don Ángelo se había propuesto los animales no