en particular, de elementos multimedia, así como de procesos computacionales sobre el texto, como comparar versiones, interactuar con imágenes, etcétera. Lo hacemos por dos razones: primero, muchos de quienes imaginan el futuro del libro lo hacen en términos de formatos que “enriquezcan la lectura”, como hacen las app; segundo, éstas ya son una realidad editorial para cierto tipo de libros. Podemos encontrar, por ejemplo, ciertas app que son libros de cocina, los cuales incluyen, además del formato tradicional del texto de las recetas, videos que enseñan su elaboración, un convertidor automático de medidas o porciones, así como un buscador para encontrar recetas de acuerdo con los ingredientes que señalemos. Libros de texto como app pueden comprender además multimedia que ofrece una explicación visual de algún fenómeno o un simulador que pone a prueba los conocimientos adquiridos. En la literatura, las app tales como Blanco de Octavio Paz o iPoe, una colección ilustrada e interactiva de las obras de Poe, proporcionan a los lectores nuevas aproximaciones a obras clásicas al incorporar elementos que no existen en el impreso. Los libros para niños han aprovechado los aspectos visual e interactivo que proporcionan las app para ofrecer cuentos tradicionales en los cuales los lectores pueden desempeñar una parte activa durante la lectura del texto, en tanto interactúan con la interface y aportan a su desarrollo. Es posible argumentar incluso que estas app se encuentran en ocasiones en la frontera entre la narrativa textual y la narrativa de los videojuegos o gaming.
Tal vez las app, que hoy todavía incluimos entre los libros electrónicos, dejen de serlo al dar lugar a otros dispositivos culturales que hoy apenas intuimos o imaginamos.
El mundo del libro electrónico se encuentra inmerso en un proceso de transformación vertiginosa en todos sus aspectos: desde los formatos hasta los servicios. Por ello resulta casi imposible concluir, con plena certeza, que lo que hoy decimos que es un libro electrónico, ya sea por el formato o por la experiencia de la lectura, lo seguirá siendo en los años venideros. Incluso, como se constata con facilidad, aun con las restricciones que propusimos en este apartado, los ebooks, como en general el libro, enfrentan cada día nuevos problemas que requieren ser articulados y definidos. Con este reconocimiento de la incertidumbre en el mundo del libro, concluimos este capítulo para avanzar en su conocimiento.
1 Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, 23ª ed., entrada “libro”.
2 Idem.
3 Emile Delavenay, Por el libro. La UNESCO y su programa, UNESCO, París, 1974, p. 9.
4 Real Academia Española, Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española, Diccionario Academia usual, lema “libro”, 1869.
5 Ibid., lema “cuerpo”.
6 Andrew Piper, The Book Was There: Reading in Electronic Times, Chicago/Londres, The University of Chicago Press, 2012, posición 794 (edición electrónica).
7 Christian Vandendorpe, Del papiro al hipertexto, trad. de Víctor Goldstein, México, FCE, 2003, p. 44.
8 Idem.
9 Ibid., pp. 44-45.
10 Ibid., pp. 45-46.
11 Ibid., p. 160.
12 Dino Buzzetti y Jerome McGann, Electronic Textual Editing, tei Consortium.
13 Idem.
14 Wikipedia, entrada “livre” [traducción de los autores].
15 Umberto Eco, Epílogo, en Geoffrey Nunberg (comp.), El futuro del libro. ¿Esto matará eso?, Paidós, Barcelona, 1998, p. 308.
BREVE HISTORIA DEL LIBRO ELECTRÓNICO
La historia del libro electrónico suele trazarse sobre dos líneas (en realidad son tres), que por lo general se confunden de la misma forma que el libro como objeto y el libro como texto, que se sobreponen. Se trata, por una parte, de la historia del libro electrónico de acuerdo con los dispositivos disponibles para su lectura, y por la otra, de la historia del libro electrónico como texto digital. Pero además hay una tercera: la historia del libro electrónico según el formato que se usa para codificar el texto digital, es decir, la del tipo de archivo electrónico que determina qué dispositivos pueden utilizarse para visualizar el libro, lo cual repercute tanto en las posibilidades de presentación del texto digital como en el dispositivo que se emplea para consultarlo.
Antecedentes del libro electrónico
La idea de que las máquinas podrían auxiliarnos tanto con procesos de cálculo como con el manejo y la recuperación de textos surgió en 1945, cuando Vannevar Bush publicó el artículo “As we may think”, en el que describe un aparato llamado Memex,16 el cual combinaba microfilm con un lector y pantallas para que el usuario almacenara libros, registros y otros documentos, así como para que creara y recuperara vínculos entre estos distintos objetos. El aparato tenía la capacidad —entre otras muy similares a las de un libro— de crear índices, hacer anotaciones y cambiar las páginas. Sin embargo, es difícil concebir la propuesta del Memex como un libro electrónico; más bien era un administrador de documentos. Bush nunca construyó el Memex pero sí creó un importante antecedente acerca de cómo el cómputo podía apoyar al ser humano en el manejo, la lectura, el estudio y la recuperación de textos.
Ese mismo año, en Italia, el padre Roberto Busa emprendió la tarea de realizar un índice de concordancias de las obras completas de santo Tomás. Las concordancias son de uso común en la lingüística: constituyen un listado de todas las palabras de un texto, sus frecuencias y el contexto en que aparece la palabra. Previo a la aparición de la computadora se realizaron muy pocas listas de concordancias para obras completas, debido al tiempo y el esfuerzo que demandaban. El padre Busa, con el apoyo de IBM, trasladó el texto completo de las obras de santo Tomás a tarjetas perforadas y se escribió un programa que elaborara las concordancias de forma automática. Para tener una idea de lo que esto implicaba entonces, se debe decir que se necesitó una vagoneta para transportar las tarjetas perforadas con todo el texto.17 En 1974 se publicaron los primeros tomos con el título Indice Thomisticus, que abarcaba más de once millones de palabras en latín medieval. Aunque la versión electrónica de las obras de santo Tomás no era el objetivo, la elaboración de las concordancias requería la codificación del texto para que pudiera ser procesado por una computadora. Éste es uno de los primeros ejemplos de las posibilidades que los textos electrónicos ofrecen en contraste con los impresos: la capacidad de diseñar e incluir herramientas que explotan las capacidades del cómputo para facilitar o realizar estudios adicionales sobre el texto.
A pesar de estos antecedentes, se considera que el Proyecto Gutenberg fue el productor inicial de libros electrónicos. Las primeras computadoras disponibles en los campus universitarios eran grandes aparatos que requerían varias horas para procesar o “computar” una serie de instrucciones que se introducían