Rubén Zamora

El poder de los ángeles


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poco, ambas utilizan un lenguaje que es incomprensible para los seres humanos comunes y corrientes.

      Conceptos como la relatividad del tiempo y la vibración subatómica, nos suenan tan a chino como un quincucio astrológico o un mantra budista. Todas las cosas son perfectamente explicables, pero no todos somos capaces de comprender las explicaciones que se nos dan.

      La Magia nos habla de los distintos mundos que se contienen en este, mientras que la Física nos dice que la vibración molecular determina nuestra capacidad de percepción de las cosas que consideramos sólidas. Ambas confluyen en señalar que las cosas no son como pensamos que son, que ni siquiera son como las vemos o como las sentimos, y a nosotros, los ciudadanos de a pie, limitados por nuestros propios sentidos, se nos hace muy difícil entender de qué nos están hablando.

      La única diferencia entre la magia y ciencia, es que la magia intenta mirar con los ojos del alma lo que la ciencia intenta ver con microscopios o con telescopios, mientras que ambas parten de la misma premisa: la limitación de nuestros cinco sentidos, que nos impiden ver y oír más allá de nuestras narices.

      En la Tierra estamos los hombres, y en el Cielo se haya lo ignoto, o si ustedes lo prefieren, los dioses, y entre los hombres y lo ignoto está el aire, simplemente el aire, pero dentro de este aire también hay miles de pobladores que unos llaman intuiciones, inspiraciones o descubrimientos, mientras que otros denominan simplemente ángeles.

      ¿Qué hay entre el Cielo y la Tierra? Entre el cielo y la Tierra se encuentran los mensajeros de los dioses, esos seres que han recibido toda clase de nombres a través de las distintas culturas que conforman a la humanidad, y que para la mayoría del mundo occidental no son otra cosa que las inteligencias celestiales, los ángeles en persona.

      A lo largo de este libro recorreremos, en la medida de lo posible, el camino que hay entre el Cielo y la Tierra para llegar a contactar con nuestros ángeles custodios, nuestros ángeles guardianes.

      Intentaremos no confundirlos con otros seres, benéficos y maléficos, que habitan en las regiones desconocidas de nuestro universo, y desvelaremos la forma más sencilla y asequible de invocarlos, porque también nosotros, al igual que los magos y los científicos, intentamos descubrir y explicar el fenómeno existencial que nos ha tocado vivir.

      Prometeo, o la transgresión del ángel

      Cuando descubrimos un placer,

      pocas veces sabemos

      si nos encontramos delante

      de un pecado o de una virtud.

      «Cuenta la leyenda que cuando el hombre vivía en las tinieblas de su cerebro simiesco, un ser celestial se compadeció de la humanidad y decidió, sin consultarlo con el dios jerarca, ayudar a aquellas pobres criaturas.

      Entonces, a escondidas de sus divinos compañeros, cogió el fuego sagrado y lo llevó a la Tierra, y ahí enseñó a los hombres cómo usar el poder del ígneo elemento.

      A partir de entonces, las tinieblas empezaron a desaparecer del pensamiento humano, y aquellos seres simiescos comenzaron a comportarse con inteligencia y a dominar su entorno, y así fue como el hombre empezó a ser hombre de verdad.

      El ser celestial compasivo, el ser celestial que se compadeció de aquellas débiles criaturas, en lugar de recibir las condecoraciones que refrendaran su buena acción, fue condenado a sufrir males eternos.

      De nada le sirvió sentir un aprecio especial por los hombres, de nada le sirvió arriesgar su posición sagrada, de nada le sirvió ser magnánimo y misericordioso, de nada le sirvió despertar del letargo a la hosca y primitiva humanidad.»

      Esta podría ser perfectamente la leyenda de Prometeo, el dios griego que llevó el fuego a los hombres para que se quitaran el frío, el hambre y la ignorancia de encima, pero también puede ser la leyenda de cualquier otro ser celestial que haya favorecido a la humanidad sin el visto bueno de las más altas autoridades divinas. En la mayoría de las cosmogonías, aparece la figura de un ser celestial que termina condenado por salvar a los hombres de su destino animal. El mismo Lucifer pasa por el complejo de Prometeo: el gran ángel caído, el Satanás bíblico, cae de la gracia de Dios por abrir los ojos de la humanidad representada por Adán y Eva. De hecho, cualquier rebelión contra las autoridades celestiales ha terminado con una condena sobre el ángel rebelde, sobre el ángel transgresor, independientemente del acto que haya hecho. Y de esta manera, tanto si el ángel rebelde ha ayudado a la humanidad, o si la hundido más, ha terminado con sus huesos en el infierno o sufriendo un sinfín de males para toda la eternidad.

      El rebelde siempre paga con su vida su revolución, pero esto no impide que, una vez iniciada la revolución, una vez realizados los cambios necesarios, las autoridades celestiales abran una vía de diálogo entre el Cielo y la Tierra.

      Una vez que Prometeo da el fuego a los hombres, los hombres aprenden que existen los dioses, que hay una luz en su interior, que en cierta forma ellos también son divinos y parte de la creación. Y a partir de este momento, los dioses no tienen más remedio que reconocer y ayudar a sus antiguas mascotas, a sus hermanos menores.

      Quizá los dioses esperaban que los hombres despertaran por sus propios medios, sin la ayuda de un ángel transgresor, pero una vez que el mal o el bien están hechos, a los dioses no les queda más remedio que asumir la evolución de los hombres. Antes de tener el fuego entre las manos, antes de saber dominar el fuego, los hombres vivían como el resto de los animales, sin distinguirse de ellos. Sin fuego no se podía dominar al frío, sin fuego no se podía cocinar, sin fuego no se podía ver en la noche, sin fuego no se podía avanzar en el conocimiento.

      Después vinieron otras ayudas, inevitables para continuar con la evolución de los hombres, como la agricultura, la ganadería, la organización social, la ciencia y la religión.

      Una vez disipadas las tinieblas de la mente de los hombres, los dioses tuvieron que seguir ayudándolos, inspirándolos y guiándolos por el buen sendero hacia la divinidad. Lucifer también llevó, a su manera, la luz a los hombres, de ahí su nombre, pero como lo hizo sin el consentimiento de Dios, tuvo que pagar con su propia persona la transgresión. Hasta entonces, mientras no ofreció la manzana del Árbol del Conocimiento a Adán y Eva, Lucifer tenía la oportunidad de congraciarse con Dios, de volver a la luz divina, pero al tocar la creación de su Señor, se vio condenado al infierno hasta el fin de los tiempos. A Dios le dolió más la intromisión profesional de Lucifer, que su anterior rebelión. A todos los jefes les pasa más o menos lo mismo. Sí, hasta en la esfera humana más común y corriente, la jerarquía castiga más la competencia que la incompetencia. Un jefe puede soportar la ineficacia de algunos de sus colaboradores, pero no puede soportar que uno de sus empleados le haga sombra, aunque este empleado sea el mejor que tenga.

      Zeus, cuando Prometeo entregó el fuego de la sabiduría a los hombres, no se tomó tantas molestias con los humanos, simplemente condenó a Prometeo al martirio eterno de que un águila le comiera las entrañas. Dios sí se tomó la molestia de intentar crear una nueva humanidad, más pura y más inocente, paralela a las tribus edomitas que poblaban el mundo, en la persona de Adán y Eva, la simiente divina del pueblo de Israel, pero Lucifer se interpuso de nuevo en sus planes e igualó a Adán y Eva con los edomitas, arrastrándolos en su revolución a una vida demasiado humana.

      Adán y Eva comieron el fruto del conocimiento,

      y descubrieron lo que era el bien y el mal...

      En la India, donde los hombres son más espirituales y devocionales que las tribus semíticas, la cosmogonía nos habla de Shiva y Visnú como los dioses que, en cierta forma, echaron a perder los planes de Brahma, y todo por lo mismo, es decir, por llamar la atención de los hombres hacia los dioses, acto suficiente para revolucionar la evolución de los hombres sobre la Tierra.

      Tal parece que en los planes de la jerarquía celestial no se contemplaba el precoz despertar de los hombres, y que esta misma evolución acelerada le obligó a establecer un medio de comunicación entre el Cielo y los hombres.

      La