Ángel Alcalá

¿Por qué los hombres gritan y las mujeres lloran?


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quizás —probablemente— superados, en franca crisis y combate y es que, como decía Ortega y Gasset “No sabemos lo que nos pasa, eso es lo que nos pasa”.

      Capítulo 2

      Conflictos entre géneros: una perspectiva antropológica

      Vamos una vez más a recurrir a la ciencia para analizar lo que vivimos todos los días respecto a la relación entre géneros, sin duda, la mayor fuente de sinsabores, alegrías, esperanzas y frustraciones para todos nosotros.

      Definición cultural de lo masculino y lo femenino

      Dentro de una determinada sociedad, el ejemplo más obvio y permanente de personalidad está en la diferencia que existe entre hombres y mujeres. En los últimos años se ha originado un intenso debate sobre hasta qué punto ciertos rasgos recurrentes de personalidad, que se asocian, respectivamente, a varones y mujeres, expresan la naturaleza humana o los efectos de un condicionamiento cultural.

      Los seguidores de Freud mantienen que las características anatómicas y los roles reproductivos masculinos y femeninos predestinan a hombres y mujeres a tener personalidades fundamentalmente diferentes: los hombres a ser más “masculinos” (activos, emprendedores, agresivos) y a las mujeres a ser más “femeninas” (pasivas, conservadoras y pacíficas).

      Independientemente de que uno acepte este complejo de Edipo como universal, la investigación etnográfica indica que las definiciones de Freud sobre los temperamentos de varones y hembras no son, en modo alguno, universales.

      La antropóloga Margaret Mead realizó un estudio sobre tres tribus de Nueva Guinea: los Arapesh, los Mundugumos y los Tchambuli. Este trabajo es clásico en el mundo de la antropología cultural acerca del espectro de definiciones culturales de las personalidades ideales masculinas y femeninas. Mead descubrió que entre los Arapesh tanto hombres como mujeres debían comportarse de una forma suave, solidaria y cooperante que recuerda lo que nosotros esperamos de una madre ideal; entre los Mundugumos, tanto hombres como mujeres se comportan de una forma agresiva, fiera y ambos sexos se ajustaron a los criterios de lo que Mead considera como masculino. Entre los Tchambuli las mujeres se afeitan la cabeza, son proclives a reír abiertamente, muestran una solidaridad de camaradas y son agresivamente eficaces como suministradoras de alimento. Por otro lado, los hombres Tchambuli se preocupan por el arte, el cuidado doméstico, emplean mucho tiempo en sus peinados y están siempre criticando al sexo opuesto.

      Aunque las interpretaciones de Mead han sido discutidas como demasiado subjetivas, no cabe duda de que existen marcados contrastes entre los roles sexuales en las diferentes culturas.

      En pocos lugares del mundo, aparte de la Viena del siglo XIX se puede encontrar la configuración que Freud consideraba el ideal universal.

      Este es un sesgo perceptivo que falsea la realidad etnográfica, si bien hay una línea cultural en occidente hija de este planteamiento histórico que, sin duda, tiene algún peso, aún, en las relaciones entre sexos.

      La trampa del patriarcado

      Aunque existen notables diferencias interculturales, no existe una sola sociedad conocida en que las mujeres sean más poderosas que los hombres en el ámbito social y productivo. ¿Discriminación e injusticia social? Muchas veces sin duda, otras veces, sin embargo, simplemente el género femenino ejerce el poder, porque así le interesa o porque puede hacerlo, de forma distinta, en ámbitos que (no se claramente el porqué) se consideran por parte del sector radical feminista denigrantes y menos importantes o útiles (cuando de hecho no lo son).

      El ejemplo de Suecia y Noruega —las sociedades más igualitarias hoy día— lo pone de manifiesto.

      En Escandinavia, donde la igualdad es más neta que en ningún otro lugar, las mujeres sin presión social eligen espontáneamente y de forma vocacional profesiones tradicionalmente consideradas como femeninas (sanidad, enseñanza, medicina geriátrica y pediátrica...) conforme las mujeres han tenido más capacidad de elección, la demanda de estudios en estos campos y la elección de profesiones vinculadas a los mismos se ha incrementado, también se ha incrementado en las mujeres el deseo mayor que los varones de compaginar jornadas de trabajo reducidas con un mayor tiempo dedicado a la crianza y cuidado de los hijos.

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