estaba empezando a desear que fuera al grano. La idea de Edwin Lee Parr en un escenario de combate, sometido a poca o ninguna cadena de mando y ganando diez veces más que lo que ganan los soldados normales, irritaba a Luke, por decirlo suavemente.
—¿Veinticinco meses? —dijo Luke. —¿Qué está haciendo allí? Quiero decir, ¿además de rellenar su cuenta bancaria?
—Edwin Parr parece haber cambiado de bando —dijo Trudy.
Hizo una pausa y apartó la vista del teclado y el ratón por un momento. —Las siguientes imágenes son muy gráficas.
Luke la miró fijamente.
—Creo que podremos manejarlo —dijo Don.
Trudy asintió. —Parr fue despedido de la White Knight hace cuatro meses, a pesar de haber tenido una relación de cinco años con ellos. White Knight niega el conocimiento de sus actividades o su paradero, y renuncian a la responsabilidad por sus acciones.
Apareció una nueva imagen en la pantalla. Mostraba tal vez una docena de cuerpos esparcidos por algún tipo de plaza del mercado. Los cuerpos casi no se podían reconocer como humanos: habían sido destrozados a causa de una bomba o algún tipo de arma de repetición de alto calibre.
—Parr está operando en el noroeste de Irak, en lo que se conoce como el Triángulo Suní, más allá del alcance de las tropas de coalición. Tiene hasta una docena de anteriores contratistas, o posiblemente actuales, que operan con él, así como lo que creemos que son uno o dos desertores del Cuerpo de Marines. Se cree que es responsable de ordenar una masacre de civiles que tuvo lugar en este mercado al aire libre de Faluya y se cree que esta es una imagen de las consecuencias de esa masacre. Hasta cuarenta personas pudieron haber muerto en el ataque.
Luke estaba interesado. —¿Por qué haría eso?
Apareció una nueva imagen en la pantalla. Mostraba dos torsos quemados y sin cabeza colgando del paso elevado de un puente.
—Los cuerpos que se ven aquí han sido identificados como los restos de los antiguos contratistas militares estadounidenses Thomas Calence, de treinta y un años y Vladimir García, de treinta y nueve años. Su jeep fue atacado por insurgentes suníes. Fueron capturados, decapitados y les prendieron fuego. Cuando esto sucedió, ninguno de los dos estaba en nómina como contratista militar. La masacre de la imagen anterior parece haber sido la represalia por la muerte de Calence y García, como parte de una serie creciente de ajustes de cuentas. Calence y García habían estado de operaciones con Parr.
—¿Qué estaban haciendo? —dijo Luke.
Apareció una nueva imagen, un mapa del llamado Triángulo Suní.
—El Triángulo Suní era el bastión de Saddam Hussein en Irak. El sur del país es principalmente chií y Saddam hizo grandes esfuerzos para reprimir a este pueblo, incluidas frecuentes masacres. El norte es principalmente kurdo y en todo caso, los kurdos recibieron un trato aún peor que los chiíes. Pero el norte central y el noroeste de Irak son suníes. Saddam nació allí y las gentes de allí le son leales. Ha sido muy difícil para los militares estadounidenses controlar esta región y gran parte de ella sigue siendo una zona prohibida. Creemos que Parr opera allí porque es donde se oculta la mayor parte de la riqueza de Saddam.
—Parece que Parr ha estado descubriendo sistemáticamente escondites secretos de dinero, armas, diamantes, oro y otros metales preciosos, así como coches de lujo. Encuentra estas cosas mediante el uso de la tortura y el asesinato de los ex lugartenientes de Saddam y la intimidación hacia la población local. Los lugareños odian a Parr y están tratando activamente de matarlo.
—Pero Parr ha reunido un pequeño ejército de hombres duros: asesores militares, varios de ellos antiguos miembros de operaciones especiales y, como ya he indicado, posiblemente dos desertores del Cuerpo de Marines. Todos sus hombres están curtidos en la batalla y Parr los está haciendo ricos, siempre y cuando puedan mantenerse vivos. En ese sentido, están tomando medidas cada vez más extremas para asegurarse de que así sea. Actualmente, están secuestrando a mujeres y niñas de las tribus locales. Creemos que las usan como escudos humanos. También es posible que vendan a algunas de ellas a Al Qaeda y a los miembros de las tribus chiíes del sur.
Trudy se detuvo.
—Está saqueando el tesoro enterrado de Saddam lo más rápido que puede y no permite que nadie se interponga en su camino.
—¿Cuál es nuestro papel en esto? —dijo Luke.
Don se encogió de hombros. —Somos el FBI, hijo. Iremos allí, rescataremos a todos los que están recluidos contra su voluntad y arrestaremos a Edwin Lee Parr por secuestro y asesinato.
—Arrestarlo... —dijo Luke. —Por asesinato. En una zona de guerra, donde ya han muerto cientos de miles de personas.
Dejó que su mente digiriera eso durante un minuto.
Don asintió. —Correcto. Luego vamos a traerlo de vuelta aquí, juzgarlo y encerrarlo. Este hombre, Parr, es un desastre y necesita limpiarse. Es un asesino, un mentiroso y un ladrón. Está ahí, fuera del alcance de cualquiera, sin operar bajo el mando de nadie y se ha tomado la ley por su mano. Está cometiendo atrocidades por las que el pueblo iraquí está culpando a los estadounidenses. Si continúa, causará un incidente internacional, uno que echará a perder todos nuestros esfuerzos en Irak, Afganistán y en el mundo entero.
Luke respiró hondo. —¿Cómo os imagináis que acabará esto?
Don y Trudy lo miraron fijamente.
Trudy habló. —Si aceptas el caso, la CIA te proporcionará la identidad de un contratista militar corrupto que intenta sacar tajada —dijo. —Tú y tu compañero accederéis solos al Triángulo Suní, encontraréis las oficinas centrales de Parr, entre media docena de lugares sospechosos, os infiltraréis en su equipo, lo arrestaréis y luego pediréis que un helicóptero haga la extracción.
Luke gruñó, casi se rio. Miró a la joven y encantadora Trudy, graduada en una universidad de élite de la costa este. Por alguna razón, se centró en sus manos. Eran diminutas, inmaculadas, incluso hermosas. Dudaba que alguna vez hubieran sostenido un arma. Parecía como si nunca hubieran levantado nada más pesado que un lápiz, o que nunca en su vida se las hubiera manchado de barro. Sus manos deberían estar en un anuncio de Palmolive. Sus manos deberían tener programa de televisión propio.
—Eso suena bien —dijo. —¿Se te ha ocurrido eso a ti sola? Puedo decirte que mi última extracción de helicóptero fue bastante bien. Mi mejor amigo murió, mi oficial al mando murió, casi todos murieron, en realidad. Las únicas personas que no murieron fuimos yo, un hombre que perdió la cabeza y otro que perdió sus piernas y la cabeza. Y... sabes, su capacidad para...
Luke se fue apagando, no quería terminar esa frase.
—Ese tipo ya no me habla porque me pidió que lo matara y me negué.
Trudy miró a Luke con sus grandes y bonitos ojos. Las gafas hacían que sus ojos parecieran más grandes de lo que realmente eran. Ella lo miraba, en este momento, como un científico mira a un insecto a través de un microscopio.
—Eso es complicado —dijo ella.
—Es agua pasada —dijo Don. —O pierdes el miedo o no lo haces.
Luke asintió. Levantó las manos. —Lo sé, lo siento. Lo sé, ¿vale? Así que, digamos que entro. ¿Qué pasa si Parr no quiere venir calladito? ¿Y si pasar el resto de su vida en la cárcel no le atrae exactamente?
Don se encogió de hombros. —Si se resiste al arresto, entonces tú acabas con su comando y con la capacidad de su grupo para operar, a través de cualquier medio que tengas disponible en ese momento.
—¿Te das cuenta de que estamos hablando de estadounidenses? —dijo Luke.
Ambos lo miraron, pero ninguno de los dos respondió. Pasó un largo momento. Era una pregunta estúpida, por supuesto que se habían dado cuenta.
—¿Lo