de dos; su ritmo cardíaco se disparó por el esfuerzo, así como por la anticipación de lo que la esperaba. La expectativa de todo ello, su viaje desde Nueva York hasta aquí, acercándose al apartamento, era su propio y delicioso juego preliminar.
Había sido un largo viaje. Estaba estresada. Tensa. Pero, oh… por Dios, iba a agotarlo... a cabalgarlo hasta tumbarle....
Cuando llegó a su apartamento, encontró la puerta destrabada. La abrió sólo un poco y vio que las luces estaban apagadas. Aun así, había algo de iluminación proveniente de la parte trasera del área principal, tal vez una vela o algo así.
“¿Qué estás haciendo?”, preguntó ella, con voz sensual. Ella cerró la puerta detrás de ella y la cerró con llave.
“Esperándote”, llegó la respuesta.
“Bien. Pero... no puedes tenerme a menos que me digas exactamente lo que quieres”.
Ella le oyó reírse con ligereza en algún punto de la oscuridad. Mientras sus ojos se ajustaban a la falta de luz, pudo divisar su silueta en la sala de estar, tumbado en el sofá. Ella sonrió y empezó a caminar hacia él.
El apartamento olía a polvo y a nuevo, esencialmente porque eso es exactamente lo que era. Ella sabía que él tenía un lugar mejor, pero también sabía que a él no le gustaba recibirla allí. Le gustaba mantener su vida personal en privado. Por lo que ella entendía de él, pasaba muy poco tiempo en casa. Ella sólo había visto el exterior. Normalmente se reunía con él aquí o, en algunas ocasiones, en el asiento trasero de su coche o en un hotel. Aunque entendía la necesidad de privacidad, también deseaba poder destrozarlo en una cama enorme por una sola vez, tal vez con algo de luces de ambiente y música.
No obstante, mantenerlo todo oculto también era de lo más atractivo. Era parte del encanto. Era debido a eso que ella estaba prácticamente reprimiendo el impulso de abalanzarse sobre él en ese mismo momento.
Pero sus encuentros amorosos siempre habían estado relacionados con la anticipación. Provocaciones, algunos juegos preliminares del tipo más bien brusco, incluso algunos comentarios lúdicamente despectivos de vez en cuando.
“Ven hacia mí, Marie”, dijo.
Ella así lo hizo, acercándose al sofá para encontrárselo completamente vestido. Eso le parecía bien; sólo alargaría el juego previo durante algo más de tiempo.
“Qué bonito”, dijo ella mientras se arrodillaba en el suelo frente a él. Ella lo besó suavemente, moviendo su lengua contra sus labios de una manera que ella sabía que le gustaba.
“¿Qué es bonito?”, preguntó.
“Tú, pensando que tienes el control aquí”.
“Oh, lo tengo”, dijo, sentándose.
“Dejaré que pienses eso por un rato”, dijo ella, mordisqueándole la carne blanda del cuello. Él se movió para liberarse y ella sintió sus manos sobre ella, una en su espalda y otra en la parte posterior de su cabeza. “Pero los dos conocemos el tr...”.
Sin avisar, la agarró por la parte de atrás de la cabeza y la lanzó hacia adelante. La empujó hacia adelante con una velocidad bestial, y dio con la frente en su rodilla.
“¿Qué diablos...?”.
No obstante, antes de que ella pudiera pronunciar esa pregunta, él ya estaba encima de ella, presionando todo su peso sobre su espalda. Le temblaba la cabeza por el golpe y, por un momento, Marie no tuvo ni idea de dónde estaba.
Cuando sacó sus manos de abajo para luchar contra él, las manos de él ya habían agarrado su largo cabello rubio. Esta vez, golpeó su cabeza contra el suelo de madera. Marie luchó contra él por un momento, pero rápidamente comenzó a sentir que el mundo se alejaba nadando como un dolor ensordecedor que irradiaba de la parte posterior de su cabeza.
En algún lugar muy lejano, ella se dio cuenta de que él la agarraba por la cintura de sus pantalones y se los bajaba. Entonces el mundo se volvió negro por un momento y sólo volvió en sí después de eso porque sintió su boca sobre ella, vagando aparentemente por todas partes.
No tenía sentido. Ella le hubiera dejado hacerle cualquier cosa y, a cambio, haría cualquier cosa por él. Entonces, ¿por qué iba a...?
Este pensamiento también fue interrumpido por la oscuridad flotante que iba y venía. Sin embargo, esta vez, cuando llegó, se quedó un buen rato.
***
Le había llevado más trabajo de lo que pensaba, pero finalmente consiguió relajarse alrededor de las dos de la madrugada. Lo más difícil de todo había sido dejarla inconsciente. Lo cierto es que no creía poder hacerlo. Estrangular a la gente era una cosa. Sólo era cuestión de convencerte a ti mismo para hacerlo y luego aplicar presión una vez su cuello estaba entre sus manos. Sin embargo, golpear la cabeza de Marie contra el suelo había sido más duro de lo que él esperaba.
Cuando perdió el conocimiento, el resto del trabajo fue duro pero agradable. Y mientras realizaba sus tareas, comenzó a sentirse cómodo con la decisión que había tomado.
Había matado a Jo Haley y a Christine Lynch sin problemas. Con Jo, se había acostado primero con ella, disfrutando inmensamente del encuentro, y luego la había estrangulado al comenzar la segunda ronda. Y quizás el sexo había tenido la culpa, pero casi había cambiado de opinión, casi se había acobardado. Así había aprendido una lección y para cuando llegó a Christine, optó por saltarse el sexo. Después habían encontrado su cuerpo y él había visto la historia en las noticias, nada más que un párrafo, en realidad, pero que, de todos modos, había sido una revelación. Le había hecho repensar las cosas... le había hecho caer en la cuenta de que no podía matarlas sin más.
Sino que tenía que retenerlas. Los que quedaban además de Christine, las que necesitaban ser silenciadas. Habría más, incluyendo a Marie. Y si no podía matarlas directamente y dejarlas donde cayeran, eso significaba que tenía que hacer otra cosa. Tenía que ser más discreto, más cuidadoso.
Admiró su trabajo y pensó que sería totalmente capaz de salirse con la suya. Se paró frente al armario de los abrigos abierto que había en el pasillo. Marie estaba dentro del armario, completamente desnuda y colgando de sus muñecas atadas del perchero que corría horizontalmente a lo ancho del armario. También había tres tiras de cinta adhesiva reforzada cubriéndole la boca. Su cuerpo colgaba hacia abajo, pero sus brazos estaban estirados por encima de su cabeza donde él le había atado las muñecas. Era una pose extrañamente seductora y le hizo arrepentirse de no haberse acostado con ella antes de haberla llevado cautiva.
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