Софи Лав

Por y Para Siempre


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a Daniel.

      El corazón se le aceleró al enamorarse, como siempre hacía, de los tesoros que se ocultaban en la tienda de antigüedades de Rico. Notó cómo Daniel también se entusiasmaba mientras miraba el mueble; el que aquel fuera su lugar favorito para tener citas era todo un extra.

      Ambos disfrutaban de la excitación de descubrir objetos raros y exóticos para el hostal, pero también les encantaba la infinita fuente de entretenimiento que era el anciano olvidadizo. Aunque la memoria a corto plazo de Rico no era de fiar, su capacidad para recordar el pasado no tenía parangón, y a menudo se lanzaba a explicar anécdotas inesperadas sobre la gente del pueblo, o daba lecciones de historia sobre Sunset Harbor mismo. A menudo a todo aquello también se sumaba Serena, quien, a pesar de ser quince años más joven que Emily, ésta consideraba una buena amiga.

      En aquel momento Emily alzó la vista y vio un exquisito espejo de tocador con marco dorado.

      ―Oh, y eso también iría a la perfección.

      Se abrió paso por la tienda, con Daniel siguiéndola mientras saltaba de un guardarropa al siguiente. Emily iba apuntando los precios y los números de las etiquetas de todo aquello que le interesaba, así al final podría darle la lista a Rico. Después de todo estaba haciendo bastantes compras, y lo mejor sería no confundir al pobre hombre.

      ―¿Qué tal esto? ―le preguntó a Daniel, mirando una gran cama con dosel―. Cynthia dijo que las camas tienen que ser más grandes. Que tengo que conseguir que mis huéspedes se sientan como de la realeza.

      Daniel cruzó la tienda desde donde había estado examinando algunos bebederos de piedra para pájaros y se detuvo junto a ella.

      ―Guau. Quiero decir, sí, desde luego tus huéspedes se sentirán como de la realeza si duermen en eso. Es gigantesca. ¿Ya cabrá?

      Emily sacó la cinta de medir y empezó a tomar notas de las dimensiones de la cama, consultando después el diagrama que llevaba en el bolsillo. Había escrito el tamaño de todo para asegurarse de que sólo compraba muebles que encajarían a la perfección en las habitaciones. Su plan era ceñirse inicialmente a la renovación de las otras dos habitaciones, invirtiendo todo el dinero que le quedaba en conseguir que fueran todo lo perfectas posible, y después pasaría rápidamente a ocuparse de las otras veinte habitaciones en cuanto el dinero de las primeras tres empezase a fluir, con lo que cubriría el lado más barato del mercado.

      ―¡Sí, encajaría en la suite nupcial! ―Sonrió de oreja a oreja. Aquella preciosa cama la estaba entusiasmando. La sencilla idea de poseerla y ponerla en una de sus habitaciones provocaba toda una avalancha de emociones.

      Daniel miró la etiqueta con el precio.

      ―¿Has visto lo cara que es?

      Emily se inclinó y leyó la etiqueta.

      ―En el siglo quince perteneció a un noble noruego ―leyó en voz alta―. Claro que va a ser cara.

      Daniel le dirigió una mirada perpleja.

      ―¿Y por qué no te preocupa? La Emily que conozco ya estaría hiperventilando.

      ―Ja, ja ―repuso ella con sequedad, aunque sabía que Daniel estaba diciendo la verdad. Era una de esas personas que siempre estaban preocupándose, pero en aquella ocasión algo había cambiado. Quizás fuera el tiempo que corría en su contra, el modo en que se avecinaba la campana que marcaría el final o cómo la arena caía en el reloj de su relación, pero había algo en aquella finalidad que le había hecho deshacerse de las precauciones―. Hay que gastar dinero para ganar dinero, ¿no? ―dijo con audacia―. Si me pongo a escatimar ahora, acabaré pagándolo más adelante. El hostal implosionará.

      ―Eso es un poco dramático ―dijo Daniel riéndose―. Pero entiendo a lo que te refieres. Tienes que hacer ahora la inversión, sentar las bases.

      Emily respiró profundamente.

      ―Vale, de acuerdo. Estoy lista ahora que te tengo de mi lado.

      La idea de gastar todo el dinero de sus ahorros y de acabar haciendo equilibrios tan cerca de la bancarrota no era algo que le apeteciera hacer. Ella nunca había sido así, nunca había sido impulsiva; normalmente era cuidadosa y lo consideraba todo, midiendo los pros y los contras de todas las situaciones antes de comprometerse, o al menos así había sido antes de que dejase dramáticamente su trabajo, su apartamento y su novio en Nueva York y saliera huyendo a Maine. Quizás fuera más impulsiva de lo que había creído. O quizás fuera un rasgo que empezaba a salir a la luz a medida que envejecía. ¿Era así como Cynthia había acabado siendo tan excéntrica? ¿Había añadido más colores luminosos a su guardarropa con cada año que pasaba y se había ido tiñendo el pelo de tonos cada vez más extraños? A pesar de lo mucho que quería a su amiga, Emily no pudo evitar estremecerse ante la idea de convertirse en ella.

      Obligó a su mente a dejar de buscar comparaciones entre sí misma y la anciana y volvió a centrarse en la tarea que tenía entre manos.

      ―Supongo que voy a comprarla ―le dijo a Daniel, casi deseando en silencio que él le dijera que no, que le diese una excusa para no hacerlo.

      ―Genial ―fue toda la respuesta de éste.

      En aquel momento se acercó Rico.

      ―Ellie ―la saludó con una gran sonrisa―. Qué placer verte. ―Al anciano siempre le costaba recordar su nombre.

      ―Hola, Rico ―contestó Emily―. ¿Tienes más camas con dosel como ésta? ―Recordó la habitación oculta que Rico le había enseñado, el lugar en el que guardaba las piezas más grandes y a menudo más caras que no le resultaba fácil mover. Aquella sala contenía tesoros en abundancia, incluso más de los que había habido en la enorme mansión de su padre.

      ―Por supuesto ―dijo Rico, dándole una palmadita en el brazo con una mano marchita―. Están atrás. ¿Sabes dónde es?

      Emily asintió. Rico les había enseñado a Daniel y a ella el pasillo secreto varios días antes.

      ―En ese caso, ves a echar un vistazo ―la invitó el anciano―. Confío en ti.

      Emily sonrió para sí, preguntándose cómo podía confiar en ella cuando ni siquiera recordaba su nombre. Daniel y ella se adentraron en el pasillo sinuoso y mal iluminado y entraron en la enorme habitación trasera. Al igual que la última vez que había estado allí, Emily se quedó casi sin aliento por el frío y se vio superada por el puro tamaño de la sala. Era como entrar en una cueva o una caverna. Tembló y se abrazó a sí misma. Daniel se percató del gesto y la acercó más a él, y su calidez le resultó reconfortante.

      Se adentraron en la sala, pasando junto a armarios y aparadores, escritorios y guardarropas.

      ―Narnia, allá voy ―bromeó Emily, abriendo las puertas de un guardarropa de madera especialmente ornamentada antes de apuntar el precio y el número en su lista.

      Por fin llegaron al rincón donde se acumulaban todas las camas.

      ―Mira ―dijo Emily, mirando una gran cama con dosel de madera oscura. Habían tallado cada uno de los postes para que pareciesen los árboles originales, y el efecto era casi sobrenatural―. Esto es exactamente lo que necesito. Una más así y las habitaciones más caras serán puro lujo, ¿no te parece?

      Daniel parecía particularmente interesado en aquella cama.

      ―Está muy bien hecha. Quiero decir, se nota por lo bien que ha soportado el paso del tiempo, pero también por el acabado y por cómo usaron un barniz que mejor encajaba con el efecto de madera natural. ―Parecía enamorado, aunque nada más pronunciar aquellas palabras se distrajo al instante con otra de las camas―. ¡Emily, deprisa, mira ésta!

      Emily se rió cuando Daniel le tiró de la mano para enseñarle otra cama ricamente decorada. Aquella tenía un barniz más pálido y casi parecía salida de una cabaña de troncos de Islandia. Había patrones tallados en el cabecero y en los postes; era toda una belleza.

      ―Mírala,